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Para Ud., como sacerdote, ¿Cuáles son los sentimientos espirituales que tiene en la administración de este Sacramento?
— Padre Barrajón: Para un sacerdote, el hecho de poder escuchar las confesiones de un penitente es una gracia muy particular. Es un verdadero don de Dios, que renueva nuestro ser sacerdotal. Puede llegar a ser un ministerio no fácil, en cuanto que requiere una capacidad grande de escucha, dedicando lo mejor de nosotros a los otros, a toda persona que quiere recibir el perdón sacramental de Cristo. Suscita en mí una gran emoción espiritual poder ser ministro de la misericordia del Señor y poder amar a sus ovejas con un amor semejante al suyo.
Con gran alegría recuerdo algunos momentos de intensidad espiritual, como la JMJ, celebraciones de adoración con actos penitenciales, donde se da a otras personas la posibilidad de recibir la gracia de este Sacramento. Tengo siempre viva en la mente la experiencia del encuentro de los jóvenes en Roma, con la ocasión del Gran Jubileo del año 2000. Un sacerdote tuvo la iniciativa de proponer de modo oficial las confesiones para los jóvenes participantes. Al principio hubo algunas reacciones negativas porque se hablaba de una especie de rechazo de la confesión y que pocos jóvenes hubieran venido a la confesión. La organización del evento apoyó la iniciativa y recibió la invitación de participar.
Llegamos muy de mañana al Circo Máximo donde estaban los confesonarios para cientos de sacerdotes, y salíamos por la tarde, quedando muy contentos de poder haber sido los instrumentos del amor y del perdón de Cristo para tantos jóvenes. Había muchos obispos que oían las confesiones y que se confesaban. Y los jóvenes preparaban a los otros, incluyendo hasta los obispos y sacerdotes, para hacer bien la propia confesión.
Por tanto, para responder a su pregunta, personalmente cada vez que soy ministro de este Sacramento me siento muy pequeño, porque yo me reconozco pecador y por mí mismo siento que no puedo perdonar, pero al mismo tiempo el corazón se llena de una gran alegría, reconociendo en la fe el poder y la presencia de Cristo Resucitado que viene a renovar el alma; la de Cristo, Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y las llama por su nombre. Siento una especie de temblor del espíritu, unido a una gran confianza y amor a Cristo que nos perdona más allá de las propias debilidades, pecados, imperfecciones y limites. Recuerdo bien que una vez mi madre, en los primeros años de mi sacerdocio, me dijo: “Pero ¿No es muy fuerte escuchar tanta miseria humana como se puede encontrar en la confesión?”. Yo respondí, como sin pensarlo: “Yo estoy maravillado de la misericordia de Dios, que es capaz de perdonar tanta miseria”.
A veces la gente tiene miedo y dificultad en acercarse al confesionario, por lo cual retrasa o desiste totalmente del propósito de confesarse. ¿Qué consejo podría dar al que tiene estos sentimientos?
— Padre Barrajón: La confesión no es fácil. Es reconocer la parte negativa de nosotros mismos frente a un hombre que es pecador como nosotros. Sentimos a veces vergüenza, temor de ser juzgados, falta de fe en el perdón que nos viene dado a través de otro hombre pecador. Puede ser que el demonio se valga de esto para alejarnos del perdón de Cristo.
Creo que todos de un modo o de otro vemos surgir en nosotros este miedo, que querría alejarnos de la confesión o diferirla de un modo indefinido. Mas se debe vencer este miedo, mirando el amor misericordioso de Cristo, que ha querido instituir este preciso Sacramento para nosotros pecadores. Él no ha venido para los sanos sino para los pecadores. Él, resucitado, se ha aparecido a los apóstoles, diciéndoles: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn. 29, 22-23). Ha sufrido, ha muerto y ha resucitado, para poder ofrecer este regalo al Padre.
A veces puede suceder que se encuentran confesores muy rígidos o severos, que pueden producir sentimientos de un cierto temor. Pero no todos serán necesariamente del mismo carácter. Unos serán sacerdotes muy acogedores, otros más reservados, otros más dialogantes, pero todos debemos saber que en el momento de la confesión no solamente representamos a Cristo Juez, sino también a Cristo, Buen Pastor, lleno de misericordia y de bondad. Jesús nos ha invitado a la confianza: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y oprimidos y Yo os aliviaré”.
Jesús viene a curar nuestras heridas, sobre todo aquéllas más profundas, como son las heridas espirituales, pero también otras heridas que nos deja la vida, malos hábitos, que nos quitan la verdadera libertad. Jesús es paciente, porque está lleno de amor y de caridad. El sacerdote debe también reflejar al Padre de la misericordia, que abraza con amor y hace fiesta por la vuelta del hijo pecador. El sacerdote que representa a Jesús debe invitar al penitente al perdón, al arrepentimiento; debe presentar con claridad la doctrina de la Iglesia, pero debe hacerlo como Jesús, con dulzura, con amor, caridad y paciencia.