“Que la Virgen interceda ante el Señor, para que todos los que entran en el Palacio Apostólico puedan tener siempre las palabras justas”. Esta ha sido la intención encomendada por el papa Francisco a la Virgen del Silencio.
El icono ha sido colocado entre los dos ascensores de la entrada principal del Palacio Apostólico, en el patio de San Dámaso, y ha sido bendecido por el Santo Padre este lunes por la mañana.
La Virgen del Silencio enseña a los fieles cristianos el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Alecciona a todos sus hijos en el difícil arte de decir poco y hacer mucho.
El silencio de María fue un silencio contemplativo de la obra de Dios en su vida, en la de Jesús, en la de los demás. Un silencio de humildad, de discreción, de ocultamiento.
Cuántas veces calló la Virgen, para que hablasen sus obras, y para que hablase Dios en Ella y en los demás. Era el suyo un silencio hecho oración y acción. Un silencio lleno, no vació ni hueco. Un silencio colmado de Dios, de sus palabras, de sus maravillas.
María “guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón”, afirma el Evangelio. Porque sólo en silencio se pueden comprender las palabras de Dios y “sus cosas”.