A Guillermo Divini le cambió la vida el día que escuchó predicar a san Francisco de Asís en las Marcas de Ancona, región italiana en la que habría nacido hacia 1158. Hasta ese momento de su conversión era bien conocido por su talento como trovador, especialmente desde que fuera galardonado y encumbrado por el emperador en el Capitolio, denominándole «príncipe de los poetas». Antes o después había alcanzado gran notoriedad como «rey de los versos», calificativo que también se le atribuye. La Providencia quiso que la nave en la que el santo de Asís pensaba llegar a Oriente, con la autorización de Inocencio III, hallase tales complicaciones en la travesía que se vio obligado a desembarcar en Ancona. Y allí, como hizo en tantos lugares, sus encendidas palabras que trasmitían la pasión que sentía por Cristo llegaron al corazón de incontables personas; iban quedando seducidas por el amor de Dios.
Entre 1214 y 1215, mientras él evangelizaba España y Portugal, los frutos del celo apostólico de los primeros frailes florecieron en Sanseverino, aldea de las Marcas, con el monasterio de Colpersito. Pues bien, frustrado el anhelo de Francisco de llegar a Oriente, aprovechando su estancia en esta región, se trasladó a ese convento. Era un momento fecundo para la Orden marcado por el ingreso de nuevos discípulos, algunos de los cuales llegaron a ostentar altas misiones de gobierno. De esa época fueron Tomás de Celano, Juan Parenti, Alberto de Pisa, fray Elías…, y el afamado Guillermo Divini.
Coincidió que el futuro fray Pacífico, que contaba alrededor de medio siglo de vida cuando conoció al Poverello, se hallaba de paso por Sanseverino. Seguramente fue a visitar a una religiosa perteneciente a su familia que moraba en el convento. Y como la fama precedía a Francisco, al saber Guillermo que aquél iba a predicar se dispuso a escucharle junto a un grupo de amigos, pero sin ninguna pretensión; solo por puro entretenimiento. Inicialmente acogió la vehemencia del santo de Asís con cierta frialdad, pero conforme desgranaba sus palabras, se sintió íntimamente aislado del resto del auditorio y sujeto directo y único de la lección. Todo parecía estar polarizado en él y un espíritu penitencial brotó de lo más hondo de su ser. Le había llegado la hora de su llamamiento personal, el momento de su conversión. El fundador de los franciscanos le había hecho ver la radicalidad del seguimiento de Cristo que acompaña al completo abandono de las cosas del mundo. Y movido por ese resorte interior, que emana de la gracia, se puso delante del santo y le rogó: «Hermano, sácame de entre los hombres y devuélveme al gran Emperador». A partir de entonces se integró en la floreciente comunidad. De manos de Francisco recibió el tosco sayal que él mismo le ciñó con la cuerda dándole el nombre de Pacífico. Cuál no sería la confianza del Poverello en este nuevo fraile, que en 1217 lo envió a Francia como superior de la comunidad que tenía encomendada la misión de fundar en París.
En 1221 fray Felipe Longo, que había sido el primer visitador de las damianitas (Damas Pobres), fue depuesto. Su sustituto, el cisterciense Ambrosio había muerto, y Pacífico fue elegido para reemplazarle. Fray Gregorio de Nápoles quedó al frente de la misión de Francia. Cuando Francisco atravesó por uno de los periodos más álgidos de su vida, creando la maravillosa obra El cántico de las criaturas, entusiasmado por esa vía que le permitía ensalzar la plasmación del amor de Dios en la naturaleza, pensó en Guillermo. No olvidaba su experiencia como músico y director de coro, y quiso implicarle en la difusión de esta magna composición que esperaba llevasen todos los frailes por el mundo, con estas palabras: «Somos juglares de Dios y la única paga que pedimos es que viváis en verdadera penitencia».
A fray Pacífico está dedicado el Capítulo XLVI de las Florecillas. En él se narra la gracia que recibió mientras se hallaba en oración de contemplar a través de un éxtasis cómo subía al cielo el alma de otro franciscano, fray Humilde, de la comunidad de Soffiano. En su momento también fray Pacífico fue trasladado a este lugar. Eso le permitió acudir a la tumba de su hermano fray Humilde, cuyos huesos veneró singularmente cuando hubo que extraerlos de la sepultura para conducirlos a un nuevo convento. Al ver la sorpresa que sus gestos causaron en el resto de la comunidad, según narran las Florecillas, explicó: «Hermanos carísimos, no debéis extrañamos de que haya hecho con los huesos de mi hermano lo que no he hecho con los otros. No me he dejado llevar, gracias a Dios, como vosotros pensáis, de amor carnal, sino que he obrado así porque, cuando mi hermano pasó de esta vida, hallándome en oración en lugar desierto y lejano de él, vi cómo su alma subía derechamente al cielo; por esto tengo la certeza de que sus huesos son santos y de que un día estarán en el paraíso. Si Dios me hubiera concedido la misma certeza sobre los otros hermanos, hubiera mostrado la misma reverencia a sus huesos». Se piensa que fray Pacífico debió morir hacia el año 1234.