María Angélica Perea, odontóloga, y su marido, el biólogo Luis Rojas están participando como auditores en el Sínodo sobre la familia que se está desarrollando en el Vaticano hasta el 25 de octubre. Padres de dos jóvenes de 18 y 20 años, y ya tienen 23 años de matrimonio. Pertenecientes al movimiento de los Focolares –que en el mundo cuenta con unos dos millones de adherentes y simpatizantes– explican a ZENIT su espiritualidad y la importancia de que las familias se apoyen mutuamente para fortalecerse.
¿Dónde se conocieron?
— María Angélica: Nos conocimos en el movimiento de jóvenes de los Focolares. En ese momento nos nutríamos de esta espiritualidad y seguimos en este camino. Desde que nos conocimos sentíamos la necesidad de estar fortalecidos como familia, porque no es solo por capacidad humana que uno tiene que superar las dificultades, sino que se necesita de la gracia de Dios, la que debemos pedir cada día. Gracia que se traduce en la vida diaria, en los momentos cotidianos, tal vez si acompaño a mi marido a ver la carrera de fórmula uno, o si me ayuda cuando lavo los platos.
También nosotros hemos sido sostenidos por la comunidad, y hemos sentido la experiencia de una familia, la de un joven que da su tiempo libre, o una pareja de novios que vive la castidad en su relación de noviazgo.
¿Por qué han venido a Roma?
— Luis: Pertenecemos al movimiento de los Focolares y estamos aquí en Roma para poder dar un aporte como familias en este Sínodo, en calidad de auditores.
¿Qué necesita hoy la familia, cuáles son los principales retos?
–María Angélica: La familia, esa obra creadora del amor de Dios, pensada también para que pueda vivir en su interior este amor recíproco profundo como el Señor nos enseñó, para que después pueda llevarlo a tantos, y para que la humanidad pueda ser una familia.
Entonces la familia está llamada a poder vivir esta medida del amor. Obviamente en todo el camino familiar, desde niños, después jóvenes, novios, en preparación, casados y en tantos momentos de la vida hay ocasiones para poner en práctica ese amor que Dios nos enseñó. Ese es el reto, aprender a amar.
¿O sea que hay un recorrido hasta llegar a ser familias?
— Luis: El matrimonio es una institución o sacramento muy amenazado por la cultura secular de nuestro tiempo. Como consecuencia, muchas de las personas que se casan o contraen matrimonio se olvidan del sentido profundo que tiene este sacramento dentro de la Iglesia católica y también dentro de la sociedad. Primero debería haber una preparación no solo al matrimonio, sino dentro de la fe cristiana, que tenga continuidad por ejemplo preparándose debidamente para la confirmación.
En nuestro país cuando se van a casar le preguntan a la pareja si se confirmaron, y si dicen que no, tienen que hacerlo por cumplir un requisito, pero no para profundizar el cristianismo.
¿Se podría decir que falta la continuidad?
— Luis: Puede ser que la Iglesia se haya quedado en los últimos 20 años muy tranquila. No solo el prematrimonial sino en todo este proceso.
¿Y en Colombia cuál es el reto que perciben?
— En este momento la familia está amenazada por una realidad social, laboral y económica difícil. Es fácil que la familia se preocupe mucho por esto y no dedique el tiempo debido para estar juntos, hablar, compartir, salir a comer un helado. Es el problema del individualismo en la relación con los esposos y con los hijos. Pero si no se ha construido la relación de esposos, es débil la relación de amor que se transmite a los hijos. Es necesario obtener el tiempo para ‘hacer familia’.
¿Qué me puede decir sobre la familia y los desplazados?
— Luis: El problema de los desplazados es una realidad social, porque esas familias llegan a las periferias de las ciudades, sin trabajo, en condiciones muy malas, son familias numerosas que no logran salir adelante. Se suma el problema de las drogas, del alcohol. Pero si vamos a las otras regiones del país, es diferente, allí existe la realidad de la familia y la fe que la gente trata de vivir en su comunidad. Son dos realidades diversas.
La experiencia más específica de los Focolares…
— Luis: Como movimiento, los Focolares estamos desde hace varios años insertados con las familias, y de varios países cercanos, en Perú, Ecuador, Venezuela, Cuba, en donde se lleva esta espiritualidad para apoyar a las familias. Buscamos la unidad en las familias, partiendo del amor recíproco, del evangelio, de la parroquias.
En concreto, en nuestra ciudad llevamos adelante grupos de familias en diversos puestos de la ciudad que se reúnen con cierta periodicidad –por ejemplo, una vez al mes– y trabajan temas específicos que tienen que ver con la comunicación, con la sexualidad, la forma de manejar a los hijos. Y hay otros talleres más específicos como la economía de la familia, la relación entre los esposos. También hemos salido a otras ciudades del país.
Significa también salir a las periferias ¿verdad?
— María Angélica: sentimos fuertemente que la familia tiene que estar fortalecida y nos fortalecemos porque nos ayudamos mutuamente. El acompañamiento entre las familias es muy importante, sabemos que a veces alguna está pasando un momento de dificultad, de discusión también. Y entre las familias nos queremos y escuchamos, pasamos una tarde juntos, celebramos un cumpleaños. Esto nos ayuda a salir también a estas periferias, a barrios lejanos, en donde esperan esta vida que es fruto de la experiencia que hemos vivido.
Es importante la formación acompañada, para tomar una decisión o cortar con algo que no favorece a la familia, o seguir adelante con los sacramentos, con esta espiritualidad que nos fortalece.
¿Cuál es el período más difícil para una pareja?
— Luis: Somos mediadores familiares, hicimos una especialización en Italia, y nos reunimos los domingos por la tarde, con parejas en dificultad. Siempre la familia necesita apoyo, si bien en los cinco, seis y siete primeros años la familia lo necesita más.