¿Qué es el Jubileo? ¿Cómo se distingue del celebrado por las comunidades judías en la antigüedad? ¿Por qué el papa Francisco ha convocado el Año Santo Extraordinario sobre el tema de la misericordia? ¿Y qué es la misericordia? ¿Qué significa perdonar los pecados? ¿Quién ha dado a la Iglesia este poder? ¿Y la misericordia interviene también en quien no cree o es fiel a otras religiones? ¿Por qué ha sido elegida la fecha del 8 de diciembre para dar inicio al Jubileo de la Misericordia? Para responder a estas y otras pregunta ZENIT ha entrevistado al cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor ante el Tribunal de la Penitenciaria Apostólica.
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Estamos casi a las puertas del gran Jubileo Extraordinario convocado por el papa Francisco. ¿Podría explicarnos qué es un Año Jubilar?
— Cardenal Mauro Piacenza: El Jubileo es un tiempo “apocalíptico” en el sentido etimológico del término; un tiempo de “revelación” de la Realidad verdadera, del nuevo significado y valor que el Cristianismo concede a la vida humana, al “tiempo presente”.
En la antigüedad hebrea, el Jubileo consistía en un año, cada cincuenta, inaugurado por el sonido de un cuerno de carnero –en hebreo yobel– y durante el cual se esperaba esta “novedad” de vida, con gestos simbólicos y concretos, como el descanso de la tierra, la restitución de los terrenos confiscados y la liberación de los esclavos. ¡Pero solo en el cristianismo este descanso, esta reconciliación, esta liberación encuentran pleno y definitivo cumplimiento!
El cristianismo, de hecho, la llegada de Cristo al mundo y a la historia, el revestirse de nuestra pobre humanidad por parte del Hijo de Dios, concede al mismo tiempo un valor nuevo, un valor infinito. Cada instante, desde que Dios se ha hecho Hombre, ha muerto y resucitado, se ha convertido en “ocasión” de relación con Él, del Encuentro vivo y vivificante con Él, y de la ofrenda a Él de la propia vida. Por tanto, este Año jubilar en el cual nuestro tiempo, entendido en sentido cronológico, viene como “absorbido” en otra unidad de medida, la de la gracia. En el Año jubilar, la Iglesia como Madre amorosa, se esfuerza por multiplicar las “ocasiones de gracia”, sobre todo en lo relacionado con el perdón de los pecados, mediante la confesión sacramental. Para simbolizar este ingreso en un tiempo de gracia especial, se cumple el rito del inicio del Jubileo: la apertura de la Puerta Santa.
El Jubileo dará inicio el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada. ¿Por qué la elección de esta fecha?
— Cardenal Mauro Piacenza: El Papa ha querido esta fecha para celebrar un aniversario particularmente significativo para la historia más reciente de la Iglesia: la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. Muchos son los frutos de gracia que el Señor ha donado a través del último encuentro conciliar –si lo piensas, solo como ejemplo, el poderoso reclamo a la santidad para todos los bautizados y el gran florecer de los movimientos eclesiales–, pero muchas son aún las riquezas encerradas en sus textos y que piden ser adecuadamente estudiadas, comprendidas y recibidas en la vida de la Iglesia. En el fondo, especialmente los pontificados de san Juan Pablo II, del santo padre emérito Benedicto XVI y del papa Francisco están atravesados por esta obra de promoción de la correcta recepción de los textos conciliares.
Además, esta fecha “mariana” de inicio del Jubileo nos llama a todos a fijar la mirada y el corazón en la Inmaculada, Madre y Modelo de la Iglesia, y pre-redimida, es decir, primera salvada en vista de los futuros méritos de Cristo, desde su concepción. Sabemos que toda la Iglesia, y en ella nuestras mismas vidas, están en sus manos, bajo su protección y de su “omnipotencia suplicante” esperamos todos los dones de gracia hoy más necesarios, para servir a Cristo, el único y verdadero Señor del cosmos y de la historia.
El papa Francisco ha dedicado este Año Jubilar al tema de la misericordia, que, desde el inicio, ha ocupado un papel central en su pontificado. ¿Qué se debe entender con esta palabra, qué es y qué no es la misericordia?
— Cardenal Mauro Piacenza: Comencemos, como hace santo Tomás, diciendo qué “no es” misericordia. Misericordia no es tolerancia ciega, no es justificación del pecado y, sobre todo, no es un derecho.
La misericordia no es tolerancia, en cuanto que no se limita a “sostener” al pecador, dejando que continúe pecando, sino que denuncia abiertamente el pecado, y precisamente así ama al pecador: reconoce que no se trata de su pecado; sino que es más; lleva sus acciones a la luz verdadera, a toda la verdad; y le ofrece, de esta forma, la salvación. La misericordia no justifica el pecado, en virtud de las circunstancias socio-culturales, político-económicas o personales que sean, sino que estima hasta tal punto al hombre, que le pide cuentas de cada una de sus acciones, reconociéndolo así, “responsable” delante de Dios. La misericordia, finalmente, no es un derecho, no puede ser asumida por el solo hecho de existir; eso son los derechos: algo que le corresponde al hombre por el solo hecho de existir. La misericordia, sin embargo, no puede ser asumida ni en lo relacionado con Dios, ni en lo relacionado con la Iglesia, ministra de la divina misericordia.
Vamos ahora a lo que es la misericordia propiamente dicha. La misericordia es sobre todo una realidad, viva y verdadera, inmutable y para siempre, que viene al encuentro de la miseria humana, por un misterio de absoluta y divina libertad, y “salva” esta miseria humana no cancelándola o ignorándola ni tampoco olvidándola , sino haciéndose cargo “personalmente”. En las espléndidas celebraciones de Semana Santa que se desarrollan en el sur de España, como también en muchos otros lugares donde la piedad popular es ferviente, cuando el Cristo resucitado es conducido en procesión fuera de la iglesia, del pueblo recogido en oración se eleva a menudo una voz conmovida y de profunda piedad que grita: ¡La misericordia!
La misericordia es una Persona, es Cristo. Encarnado, Muerto y Resucitado. Él quiere inculcar en cada hombre una relación personal de verdad y de amor, y todo esto, desde nuestra perspectiva de pobres pecadores, asombrados y sorprendidos, se llama: “misericordia”.