P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: ¿A quién queremos parecernos: a esos maestros de la ley o a la pobre viuda que da a Dios generosamente, no las sobras, sino de lo que necesita.
Síntesis del mensaje: Dos de las lecturas de hoy –la primera y la tercera- tienen un protagonista idéntico: una viuda, es decir, aquella que en la sociedad antigua, toda basada en los hombres, es la persona socialmente más expuesta y más desprovista de prestigio y de recursos. Y sin embargo Cristo la pone como ejemplo de generosidad. También el salmo de hoy defiende a la viuda.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, veamos primero a esos maestros de la ley. Ya Cristo los atacó en el plano doctrinal; ahora lo hace en el plano de la vida práctica. Esas personas tan estimadas y admiradas por el pueblo esconden, bajo un comportamiento aparentemente irreprochable, dos defectos que hacen inútil cualquier acto de culto: vanidad y avaricia. Su vanidad queda bien resaltada con cuatro pinceladas que encuentran fácil confirmación en las fuentes judías. Su avaricia es singularmente grave por llevarles a la explotación de los más indefensos, las viudas, sirviéndose precisamente de su prestigio religioso. En lugar de ayudar a los pobres y necesitados, como mandaba ya Éxodo 22, 21, no dudan en aprovecharse de ellos descaradamente, recurriendo a una devoción ostentosa, hecha como espectáculo, para atraer la admiración y la estima de la gente. Nada puede haber más corrupto y abominable que un comportamiento hipócritamente religioso en función de una ambición sin escrúpulos. Vanidad y avaricia no sólo son dos actitudes que vician cualquier acto de culto, sino las actitudes que Jesús ha condenado varias veces: en vez de reivindicar privilegios y honores, deberían hacerse los últimos y los servidores de todos; en lugar de oprimir y explotar a los indefensos, deberían compartir con los indigentes sus propias riquezas. Pero nada de eso hacían.
En segundo lugar, veamos ahora a la viuda. Jesús quiere que sus discípulos graben bien en su memoria la lección de esta pobre viuda. Se acerca temblorosa al cepillo del templo -¡ejemplo de humildad, piedad y reverencia ante Dios y las cosas de Dios!-. No atreviéndose a hablar, con un gesto bien elocuente nos da un ejemplo de lo que debe ser el verdadero acto de culto: deposita sus dos únicas monedas -¡ejemplo de generosidad!-. Sus dos únicas monedas llevan el sello de ese don total que exige el primer mandamiento y que reclama todo verdadero acto de culto. El encuentro con Dios no se consigue a través de unos ritos externos, más o menos suntuosos y vistosos, sino a través de esos gestos sencillos y silenciosos, que pueden pasar incluso desapercibidos, pero en los cuales deposita el hombre todas sus seguridades para abandonarse por completo a las manos de Dios. Lo que cuenta es un corazón generoso, desprendido y confiado en la acción divina, ya que Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que reservamos para nosotros. Para Cristo vale más la interioridad del corazón de esta viuda que los ademanes ampulosos de los farsantes.
Finalmente, ahora es el momento de mirar nuestro corazón</em>. A todos nos gustan los primeros lugares, que nos alaben y que nos tengan por importantes y santos. A todos nos atrae el dinero. Nos gusta llamar la atención. Nos dejamos engañar por las apariencias. Valoramos a los demás por lo que tienen, no por lo que son. De ordinario tendemos a dar de lo que nos sobra, pues no queremos correr el riesgo de un futuro desconocido, sin ninguna seguridad. Damos rápido, tal vez, una pequeña limosna, para salir al paso…pero entregarnos a nosotros mismos, nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestro amor, dar de lo que necesitamos…¡ya es otra cosa! Curiosamente después de llevar al altar en la santa misa el pan y el vino para la Eucaristía, lo único que la introducción al misal permite llevar, no son ofrendas pintorescas, más o menos simbólicas, sino “dinero u otras donaciones para los pobres o para la iglesia” (Instrucción General Misal Romano 73). También dice lo siguiente: en la Eucaristía no sólo “ofrecen la víctima inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismo” (Instrucción General Misal Romano 79). Dios no se dejará ganar en generosidad, si somos como esas buenas mujeres viudas que, desde su pobreza, y fiándose de Él, lo dan todo; si somos capaces de correr la aventura de dar lo último que poseemos, Dios nos alabará.
Para reflexionar: ¿A quién me parezco: a esos vanidosos y avaros maestros de la ley, o a esa viuda generosa y humilde? ¿Me avergüenza ver que Jesús está cerca de los pobres? Hoy, ¿a quiénes se suelen dar los créditos: a los que tienen o a los que necesitan?
Para rezar: Señor Jesús, que conoces todos nuestros gestos y nuestras intenciones más ocultas, renuévanos por dentro, para que seamos agradables a tus ojos. Amén.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org