Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17,10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,44). A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4,26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo.
Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo. Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo. Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús.
El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia. El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar. Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos.
El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas. La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante.
“Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento. La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento. Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia.
Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás. Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre. Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón… Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir.
Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio