Robar documentos reservados. Grabar de forma fraudulenta comentarios y reacciones del Pontífice. Robar y publicar sin autorización comunicaciones y documentos secretos. No es solo una violación de la privacidad, sino que se trata de un delito, como ha subrayado este domingo el mismo Francisco durante el ángelus.
Un delito que viola todas las reglas de la profesionalidad periodística, tanto en métodos deshonestos en los que las informaciones son entendidas, como en la intención malévola de la publicación. Y sin embargo son verdaderamente pocos los periodistas que habrían rechazado utilizar el material informativo que algunas personas dentro del Vaticano han robado y pasado al exterior.
Pero ¿realmente el periodismo debe ser desarrollado hoy con los mismos criterios que las hienas que no tienen escrúpulos al violar las reglas profesionales aun provocando escándalos y malas noticias?
¿Cómo se están comportando los periodistas en lo relacionado con los libros recientemente publicados, escritos gracias a informaciones reservadas robadas por los “cuervos” dentro de los muros vaticanos? ZENIT se lo ha preguntado al profesor Giovanni Tridente, docente de ética de la Información en la facultad de comunicación institucional de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma.
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Profesor Tridente, ¿cómo juzga la forma en la que los periodistas están enfrentando el llamado caso Vatileaks?
–Prof. Tridente: Lamentablemente es necesario reconocer, a nuestro pesar, que en el actual contexto cultural, el fin último del trabajo periodístico y de la tarea informativa en general, se ha desvanecido un poco; muy a menudo falta la conciencia de que nuestro trabajo está dirigido a las personas, que se esperan de nosotros un servicio, y esperan recibir algo positivo.
Informar es en un cierto sentido formar, dar a las personas los “contenidos” –ciertamente nuevos– que aumenten su bagaje de conocimientos respecto a determinadas cuestiones que les incumben o al menos les interesan. Y es precisamente de este “público” tan maltratado que nos debemos más bien ocupar…
Por ejemplo, en todo lo que está sucediendo estos días, mi preocupación y mi pensamiento va a las almas de los fieles, dispersos por tantos lugares, que desconocen los mecanismos de la Curia Romana, del llamado “Vaticano”, y pueden ser llevados al desánimo y la desilusión.
Ciertamente, las cosas –también las que hacen mal– es necesario contarlas, pero con profesionalidad, con el objetivo de asegurarse que mi público “se vaya” de las historias que contamos con un cuadro claro y no confundido.
En mi opinión, mirar solamente los aspectos sensacionalistas o escandalosos, olvidándose del gran bien que la Iglesia hace en el mundo y a tantas personas, además de ser lo fácil representa un servicio desinformativo.
¿Cuál sería uno de los mejores modos para afrontar estas temáticas?
–Prof. Tridente: Contar cosas complicadas puede tener una doble perspectiva: hacerlo superficialmente, mirando a lo que de por sí se ve a simple vista, o hacerlo en profundidad.
Los sucesos de estos días, vistos en profundidad, nos dicen al menos tres cosas. La primera es que la Iglesia tiene la valentía de corregir los errores y lo hace abiertamente, sin vacilación y de forma irreversible: lo hemos visto con la pedofilia, lo estamos viendo con el dinero. Añadiría que esta valentía le falta a muchas otras instituciones civiles; lo bueno es que pueden tomar ejemplo.
La otra cosa cómo la Iglesia usa el dinero, tema es muy golpeado porque en el fondo, también las personas distantes de la fe nutren grandes expectativas sobre la Iglesia, y no podemos desilusionar estas expectativas. Después de todo, el Evangelio se vive en lo concreto de lo cotidiano y no solamente de palabra.
Tercera cosa: ser transparentes no basta, es necesario vivir la transparencia, y esto aún más en el uso del dinero. Esto no es imposible, a pesar de las miserias humanas que hay y siempre habrá… De hecho quisiera entender y verificar cuántos servicios periodísticos se han focalizado en estos días en las innumerables personas virtuosas, sacerdotes heroicos, religiosos que dejan todo por amor al prójimo, simples empleados de la Curia que evangelizan al mundo con su vida… ¡yo les miraría también a ellos!
¿Por qué hay periodistas propensos a publicar material confidencial y reservado?
–Prof. Tridente: Que se haya perdido el fin último del trabajo periodístico –servir al lector y a su persona– ha conllevado también al levantamiento de otros “ídolos” profesionales: a veces se trata de una simple cuestión de intereses económicos –una verdadera paradoja en estos casos–, otras veces es pura vanidad y vanagloria… y lo que se sirve ya no es a los otros sino a sí mismo.
Sin embargo no debemos perder la esperanza: con un poco de paciencia y ganas de querer profundizar, cada uno de nosotros es capaz de entender dónde se esconde la trampa, y volver a soñar y vivir un mundo más correcto, y seguramente más justo.
¿Cuál debe ser la actitud de un cristiano frente a acontecimientos como este?
–Prof. Tridente: Hay un cristiano implicado directamente –pienso por ejemplo a los comunicadores institucionales– y un cristiano “espectador”.
A los primeros les urge entender que los periodistas tienen hambre y sed de noticias, o contenidos informativos, y si dejamos vacío el espacio que podemos ocupar –por ejemplo de manera proactiva, con inteligencia profesional– otro pensará cómo llenarlo, también hablando en “nuestro nombre” e incluso con contenidos pocos saludables.
Al cristiano “espectador” quiero darle aliento: Cristo ya ha vencido al mundo, por lo que podemos sentirnos seguros. Sin embargo, no podemos dedicar a otros nuestra capacidad de pensar, reflexionar, madurar y también creer. Entonces, en estos casos es necesario armarse de santa paciencia, valorar la fiabilidad de las circunstancias, ir hacia la luz en el fondo del túnel, en vez de mirar al suelo o incluso detrás. Además es verdad, como dice el papa Francisco, que nuestro camino de santidad no debe temer el conflicto, sino nutrir el deseo de superarlo, quizá eludirlo, con constancia y mucha paciencia, que después son la misma cara de la valentía: la valentía de querer ser santos, aun en los límites de nuestras miserias.