El papa Francisco ha recibido este sábado en el Vaticano a quince refugiados, así como trabajadores y amigos del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS).
El Papa exhortó a seguir ofreciendo a los refugiados esperanza y futuro, impulsando también el servicio a la educación, con la campaña Misericordia en Movimiento, para los niños, niñas y jóvenes obligados a huir de los conflictos, los desastres humanitarios o las violaciones de los derechos humanos. Y como una vía para construir la paz y promover el desarrollo de sociedades más resilientes y cohesionadas.
El evento coincide con el 35º aniversario de la fundación del Servicio Jesuita a Refugiados por el entonces Superior General de la Compañía de Jesús, el padre Pedro Arrupe, cuyo ideal, dijo el Papa era ‘salir al encuentro de las necesidades humanas y espirituales de los refugiados, no solo de sus necesidades inmediatas de alimento y asilo, sino también de la exigencia de ver respetada su dignidad humana herida y de ser escuchados y confortados’.
Debido al dramático fenómeno de las migraciones forzadas, de acuerdo con los datos ONU, hoy existen en el mundo 60 millones de refugiados. Por ello el Papa les invitó a pensar «en la Santa Familia, la Virgen, san José y el niño Jesús, huidos a Egipto para librarse de la violencia y en busca de refugio entre desconocidos; y recuerden las palabras de Jesús: «Bienaventurados los misericordiosos, porque encontrarán misericordia»».
«Por esto, durante el próximo Jubileo de la Misericordia, ustedes se han fijado el objetivo de ayudar a ir a la escuela a otros cien mil refugiados», recordó.
Durante 35 años, el JRS ha proporcionado una educación de calidad como una herramienta para que las personas puedan desarrollar mejor su propio potencial y contribuir plenamente al crecimiento, la fortaleza y la estabilidad de sus comunidades. Las escuelas permiten a aquellos que se han visto obligados a huir de sus hogares recuperar un espacio compartido, una comunidad, una sensación de normalidad.
Texto completo:
«Queridos hermanos y hermanas:
Les doy la bienvenida con motivo del 35° aniversario de la fundación del Servicio Jesuita a Refugiados, querido por el Padre Pedro Arrupe, entonces Superior General de la Compañía de Jesús. La impresión y la angustia que él sufrió frente a las condiciones de los boat people sud-vietnamitas, expuestos a los ataques de los piratas y a las tempestades en el Mar Chino Meridional, lo indujeron a tomar esta iniciativa.
El Padre Arrupe, que había experimentado la explosión de la bomba atómicaen Hiroshima, se dio cuenta de las dimensiones de aquel trágico éxodo de prófugos. En esto reconoció un desafío que los Jesuitas no podían ignorar, si querían permanecer fieles a su vocación. Quiso que el Servicio Jesuita a Refugiados saliera al encuentro de las necesidades, tanto humanas cuanto espirituales, de los refugiados, por tanto no sólo a sus inmediatas necesidades de alimento y de asilo, sino también a la exigencia de ver respetada su dignidad humana herida, y ser escuchados y confortados.
El fenómeno de las migraciones forzadas ha aumentado hoy dramáticamente. Multitudes de prófugos parten de diversos países de Oriente Medio, de África y de Asia, buscando refugio en Europa. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ha evaluado que hay, en todo el mundo, casi sesenta millones de refugiados, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Detrás de estas estadísticas hay personas, cada una con un nombre, un rostro, una historia, y su inalienable dignidad de hijo de Dios.
Ustedes trabajan actualmente en diez regiones diferentes, con proyectos en cuarenta y cinco países, acompañando a los refugiados y a las poblaciones en las migraciones internas. Un buen grupo de Jesuitas y de religiosas trabajan junto a tantos colaboradores laicos y a muchísimos refugiados. En el tiempo han permanecido siempre fieles al ideal del Padre Arrupe y a los tres puntos fundamentales de su misión: acompañar, servir y defender los derechos de los refugiados.
La elección de estar presentes en los lugares donde hay mayor necesidad, en zonas de conflicto y de post-conflicto, ha hecho que sean conocidos internacionalmente por estar cerca de la gente, y ser capaces de aprender de ella cómo servir mejor. Pienso especialmente en sus grupos en Siria, Afganistán, República Centroafricana y en la zona oriental de la República Democrática del Congo, donde acogen a personas de diversas confesiones que comparten su misión.
El Servicio Jesuita a Refugiados trabaja para ofrecer esperanza y futuro a los refugiados, ante todo mediante el servicio de la educación, que alcanza a un gran número de personas y reviste especial importancia. Ofrecer educación es mucho más que dispensar nociones. Es una intervención que ofrece a los refugiados algo con lo cual ir más allá de la sobrevivencia, mantener viva la esperanza, creer en el futuro y hacer proyectos. Dar a los niños un banco de escuela es el regalo más hermoso que pueden hacer. Todos sus programas tienen esta última finalidad: ayudar a los refugiados a crecer en la confianza en sí mismos, a realizar el máximo del potencial innato en ellos y a ponerlos en condición de defender los propios derechos ya sean individuales o comunitarios.
Para los niños obligados a emigrar, las escuelas son espacios de libertad. En la clase son asistidos y protegidos por los maestros. Lamentablemente, sabemos que ni siquiera las escuelas se libran de los ataques de quien siembra la violencia. En cambio las aulas escolares son lugares del compartir, también con niños de culturas, etnias y religiones diferentes, donde se sigue un ritmo regular, un orden placentero, en donde los niños pueden nuevamente sentirse “normales”, y los padres felices de saber que ellos están en la escuela.
La instrucción ofrece a los pequeños refugiados un camino para descubrir su auténtica vocación, desarrollando sus potencialidades. Sin embargo, demasiados niños y jóvenes refugiados no reciben una educación de calidad. El acceso a la educación es limitado, especialmente para las chicas y para la escuela secundaria.
Por esto, durante el próximo Jubileo de la Misericordia, ustedes se han fijado el objetivo de ayudar a ir a la escuela a otros cien mil refugiados. Su iniciativa de “Educación Global”, con el lema “Pongamos en movimiento la Misericordia”, los colocará en condición de alcanzar a muchos otros estudiantes, que tienen urgente necesidad de una educación que los proteja de los peligros.
Por esta razón, estoy reconocido al grupo de defensores y bienhechores y al grupo internacional de desarrollo del Servicio Jesuita a Refugiados, que hoy se han unido a nosotros. Gracias a su energía y a su apoyo, la misericordia del Señor llegará en los próximos años a muchos niños y familias.
Mientras continúan con la obra de educación de los refugiados, piensen en la Santa Familia, la Virgen, San José y el Niño Jesús, huidos a Egipto para librarse de la violencia y en busca de refugio entre extranjeros; y recuerden las palabras de Jesús: “Bienaventurados los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5, 7). Lleven siempre dentro de ustedes estas palabras, que les sean de estímulo y de consuelo. Por mi parte, les aseguro mi oración. Y también ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Y no puedo terminar este encuentro, estas palabras, sin presentarles un icono: aquel “canto del cisne” del Padre Arrupe, precisamente en un centro para refugiados. Nos pedía que rezáramos, que no dejáramos la oración. Y precisamente él, con este consejo y con su presencia allí, en aquel centro para refugiados en Asia, no sabía que en aquel momento se despedía: fueron sus últimas palabras, su último gesto. Ha sido precisamente la última herencia que ha dejado a la Compañía
. Llegado a Roma, padecería el ictus que lo hizo sufrir durante tantos años. Que este icono los acompañe: el icono de uno bueno, que no sólo ha creado este servicio, sino que el Señor le ha dado la alegría de despedirse hablando en un centro para refugiados».