Con el último domingo del año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado. La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio.
Pero sobre todo hacer referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor. De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él.
Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece. Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana. El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra.
Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta). Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida. El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial.
¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor. El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado.
Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver. En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural.
¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria. Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria.
¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte. Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba