El papa Francisco ha pedido que la Iglesia no se apegue al dinero y al poder y no adore el “santo soborno”, sino que su fuerza y su alegría sea la palabra de Jesús.
Haciendo referencia a la primera lectura del Libro de los Macabeos, que cuenta la alegría del pueblo por la consagración del Templo profanado por los paganos y el espíritu mundano, el Santo Padre ha reflexionado sobre la victoria de los que son perseguidos por parte del “pensamiento único”. El pueblo de Dios hace fiesta, se regocija, porque encuentra de nuevo la “propia identidad”. De este modo, ha explicado que la fiesta “es algo que la mundanidad no sabe hacer, no puede hacer”. El espíritu mundano –ha añadido– nos lleva como mucho a tener un poco de diversión, un poco de ruido, pero la alegría solamente viene de la fidelidad a la Alianza.
Asimismo, ha recordado que en el Evangelio Jesús expulsa a los mercaderes del Templo, diciendo: “Está escrito: ‘Mi casa es casa de oración’, pero vosotros la habéis convertido en una ‘cueva de bandidos’” . De este modo, ha señalado que durante la época de los Macabeos, el espíritu mundano “había suplantado el lugar de la adoración al Dios Viviente”. También ahora –ha añadido– esto sucede, aunque “de otra forma”.
Y el Pontífice lo ha explicado así: “los jefes del Templo, los jefes de los sacerdotes –dice el Evangelio– y los escribas había cambiado las cosas un poco. Habían entrado en un proceso de degradación y había ‘ensuciado’ el Templo. ¡Habían ensuciado el Templo! El Templo es un símbolo de la Iglesia. La Iglesia siempre –¡siempre!– sufrirá la tentación de la mundanidad y la tentación de un poder que no es el poder que Jesucristo quiere para ella. Jesús no dice: ‘no, esto no se hace. Hacedlo fuera’. Dice: ‘¡Habéis hecho una cueva de ladrones aquí!’ Y cuando la Iglesia entra en este proceso de degradación el final es muy feo. ¡Muy feo!”.
A continuación, el Santo Padre ha advertido del peligro de la corrupción. “Siempre está en la Iglesia la tentación de la corrupción. Es cuando la Iglesia, en vez de estar unido a la fidelidad al Señor Jesús, al Señor de la paz, de la alegría, de la salvación, se apega al dinero y al poder. Esto sucede aquí, en este Evangelio. Estos jefes de los sacerdotes, estos escribas estaban apegados al dinero, al poder, y habían olvidado el espíritu”. Y para justificarse y decir que eran justos, que eran buenos –ha indicado– habían cambiado el espíritu de libertad del Señor por la rigidez.
El Santo Padre ha observado que Jesús, en el capítulo 23 de Mateo, habla de esta rigidez. “La gente había perdido el sentido de Dios, también la capacidad de alegría, también la capacidad de alabanza: no sabían alabar a Dios porque estaban apegados al dinero y al poder, a una forma de mundanidad, como el otro en el Antiguo Testamento”, ha explicado.
Tal y como ha recordado el Papa, Jesús expulsa del Templo a los sacerdotes, a los escribas, a los que hacían negocios allí. “Y los jefes de los sacerdotes y los escribas estaban unidos entre ellos: ¡estaba el ‘santo soborno’ allí! Y lo recibían, estaban apegados al dinero y veneraban esta santa”, ha advertido. De este modo, el Santo Padre ha asegurado que el Evangelio es muy fuerte. Dice: “los jefes de los sacerdotes y los escribas trataban de destruir a Jesús y así también a los jefes del pueblo”. Era lo mismo que había sucedido en el templo de Judas Macabeo. ¿Y por qué? Por este motivo con Jesús “no sabían qué hacer porque todo el pueblo le escuchaba”.
El Pontífice ha explicado que la fuerza de Jesús era su palabra, su testimonio, su amor. “Y donde está Jesús no hay sitio para la mundanidad, no hay sitio para la corrupción”, ha asegurado.
Del mismo modo, Francisco ha observado que “esta es la lucha de cada uno de nosotros, esta es la lucha cotidiana de la Iglesia: siempre Jesús, siempre con Jesús, siempre escuchando sus palabras; y nunca buscar seguridad donde están las cosas de otro dueño. Jesús nos había dicho que no se puede servir a dos señores: o Dios o las riquezas, o Dios o el poder”.
Para finalizar la homilía, el Obispo de Roma ha asegurado que nos hará bien rezar por la Iglesia. “Pensar en tantos mártires de hoy que, por no entrar en este espíritu de mundanidad, del pensamiento único, de la apostasía, sufren y mueren. ¡Hoy!”. Hoy –ha concluido– hay más mártires en la Iglesia que en los primeros tiempos. Pensemos. Nos hará bien pensar en ellos. Y también pedir la gracia para no entrar nunca, nunca en este proceso de degradación hacia la mundanidad que nos lleva a apegarnos al dinero y al poder.
Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT