Acabamos el año litúrgico con la celebración de Jesucristo como rey de todo el mundo. Quisiera recoger unas reflexiones que hizo el papa Francisco en unos ejercicios espirituales que dirigió siendo arzobispo de Buenos Aires. Propongo algunas de las reflexiones de la meditación final, que podéis encontrar en el libro que se ha publicado con el título de Mente abierta, corazón creyente (Barcelona, 2013). Siguiendo la espiritualidad de san Ignacio de Loyola, el arzobispo Bergoglio invitaba a encontrar a Jesucristo en todos los acontecimientos de la vida.
La historia de la salvación continúa desarrollándose en medio de los hombres. La Iglesia, virgen y madre, santa y pecadora, hace camino hacia las bodas definitivas con Dios que nos describe el libro del Apocalipsis. En esta historia el Señor se manifiesta a cada hombre o mujer y a su Iglesia en medio de las vicisitudes de la vida, constituidas siempre de gracia y de pecado. La espiga fértil, cargada de trigo, ha crecido junto a la débil. Y la duda sobre la manifestación del Señor, sobre su tiempo o sobre su autenticidad no se le ahorra a nadie. Esta perplejidad siempre conlleva una llamada de Dios a seguir adelante, a dejarse tocar por la gracia, a descubrir la manifestación del Señor en los signos de los tiempos.
El día de la segunda manifestación del Señor, día grande y decisivo, será el fin del camino. Allí ya no habrá lugar para la perplejidad, la duda ni la noche oscura. La lucha por la fe, que los hombres y mujeres pecadores pero de buena voluntad viven cada día, es un refuerzo para ese día, el día del Señor.
El día de la parusía será el día de la manifestación definitiva de Cristo. Él aparecerá en la plenitud de su poder. Será su Epifanía definitiva, la manifestación de la gloria de Cristo y de los hijos de Dios, como dice san Pablo en la Carta a los romanos. Será el día de la revelación final de esta gloria que hemos ido contemplando escondida en Cristo a lo largo del año litúrgico que hoy termina: en Caná de Galilea, en la Transfiguración de Jesús en el Tabor y sobre todo en la mañana de Pascua.
Cuando vivimos momentos de perplejidad, de duda, cuando estamos en la noche de la fe debemos fortalecernos pensando en el día del Señor. Quizás el momento evangélico que más nos puede ayudar es el narrado en el capítulo 21 del Evangelio de san Juan. Allí se da la segunda llamada del Señor. Una vez confirmados en la fe, somos invitados a seguir caminando. A orillas del lago de Tiberíades -evocación de la primera llamada-, los discípulos, quizás aún un poco perplejos y dudosos, reconocen al Señor y se disponen a continuar en un seguimiento que irá más allá del tiempo, más allá de las perplejidades y las dudas, y se hará súplica humilde y confiada en la petición de la Iglesia de los primeros tiempos y de siempre: «Ven, Señor Jesús».
+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo emérito de Barcelona