“Las cosas están realmente mal. La violencia ha aumentado y todas las noches se oye el ruido de disparos y granadas”, ha explicado uno de los misioneros salesianos que trabaja en el barrio de Damala, en Bangui. “Además, varias parroquias y espacios donde se acogen a desplazados han sido atacados por la milicia Séléka”, ha añadido.
En un comunicado, los misioneros salesianos han señalado que en las últimas semanas han aumentado los asesinatos y la violencia en las calles de la capital de la República Centroafricana, sobre todo, en la zona más cercana al barrio Pk5. Esta situación ha hecho que se incremente el número de desplazados y que cientos de ciudadanos hayan abandonado sus hogares.
Las misiones salesianas en Bangui, Damala y Galabadja, acogen hoy a más de 10 mil personas que buscan en la misión un espacio seguro donde vivir. “Otro de los grandes problemas que estamos sufriendo es la falta de alimentos para dar de comer a todas estas personas”, han explicado los religiosos en su nota.
“Nadie está a salvo. Hace unos días uno de nuestros misioneros tuvo que salir corriendo al encontrarse con un tiroteo y también un grupo de jóvenes, entre los que se encontraba uno de nuestros estudiantes del centro profesional, fue secuestrado. Afortunadamente fueron liberados”, han relatado.
Desde misiones salesianas han pedido “a la comunidad internacional y a las fuerzas desplegadas” que “protejan a la población civil para que Centroáfrica tenga una nueva oportunidad para la paz”.
A pesar de esta complicada situación, el papa Francisco continúa con su decisión de visitar la capital de la República Centroafricana. “Confiamos que su visita nos traiga aires de paz”, han asegurado los misioneros salesianos en la zona.
El Santo Padre visitará Bangui el próximo domingo, día 29, durante su primer viaje a África como Pontífice. Una visita que es considerada de alto riesgo tras los recientes atentados perpetrados por el autodenominado Estado Islámico.
La República Centroafricana cuenta con gran cantidad de diamantes y grandes reservas de oro y uranio, pero es uno de los países más pobres del mundo. La mayoría de la población no hace tres comidas al día, su esperanza de vida no supera los 50 años y los niveles de escolarización son muy bajos.
Desde que en 1960 se independizara de Francia, el país se enfrenta a una gran inestabilidad política. A principios de 2013, el grupo rebelde Séléka se hizo con el control de varias ciudades estratégicas, y en marzo tomó la capital; el golpe de Estado condujo a la gradual desestabilización de todo el país a lo largo de los siguientes meses. Las tensiones, la violencia y los ataques contra la población civil fueron incrementándose y propagándose.
En el mes de septiembre, los grupos de autodefensa anti-Balaka lanzaron a su vez una ofensiva contra Séléka y de paso contra la población civil del noroeste. Desde entonces, la escalada de violencia no ha cesado.
La población tiene enormes dificultades para conseguir atención médica, debido a su desplazamiento recurrente y a las deficiencias de un sistema de salud disfuncional y de pocos recursos. Como resultado, muchas personas mueren por enfermedades fácilmente prevenibles y tratables, como la malaria, las infecciones respiratorias o las enfermedades diarreicas. Ya antes de la presente crisis, las tasas de mortalidad en algunas regiones quintuplicaban el umbral de la emergencia.