Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros.
El adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo.
Pero el adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María.
El centro del adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: Ven, Señor Jesús!
Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de adviento y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos celebraremos la fiesta de la Inmaculada.
Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer- que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Tiempo de adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio