El santo padre Francisco realizó este miércoles, la última catequesis del año en la plaza de San Pedro, delante de miles de fieles y peregrinos, en la cual recordando las fiestas navideñas y la infancia del Niño Jesús. Invitó a cuidar a los pequeños, a dedicarles tiempo, poniendo de lado nuestra pretensión de autonomía.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Es un día un poco frío…
En estos días navideños nos encontramos delante al Niño Jesús. Estoy seguro que en las casas tantas familias han hecho el pesebre, llevando adelante esta bella tradición que se remonta a san Francisco de Asís y que mantiene en nuestro corazón vivo el misterio de Dios que se hace hombre.
La devoción al Niño Jesús es muy difundida. Muchos santos y santas la han cultivado en su oración cotidiana, y han deseado modelar la propia vida con aquella del Niño Jesús.
Pienso en particular a santa Teresita de Lisieux, que como monja carmelita tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro.
Ella que es también doctora de la Iglesia, ha sabido vivir y dar testimonio de aquella 'infancia espiritual' que se asimila justamente meditando –siguiendo la escuela de la Virgen María– la humildad de Dios que por nosotros se ha hecho pequeño. Y esto es un misterio grande. Dios es humilde. Nosotros somos orgullosos, llenos de vanidad y nos creemos una gran cosa, somos nada. Él es grande, es humilde y se hace niño. Esto es un verdadero misterio, Dios es humilde. Esto es hermoso.
Hubo un tiempo en el cual, en la persona divina-humana de Cristo, Dios ha sido un niño, y esto debe tomar un significado peculiar para nuestra fe. Es verdad que su muerte en la cruz y su resurrección son la máxima expresión de su amor redentor, pero no nos olvidemos que toda su vida terrena es revelación y enseñanza.
En el período navideño recordemos su infancia. Para crecer en la fe tendremos necesidad de contemplar con más frecuencia al Niño Jesús.
Claro, no conocemos nada de este período de su vida. Las raras indicaciones que tenemos se refieren a la imposición del nombre después de ocho días de su nacimiento, la presentación en el Templo, y después la visita de los Reyes Magos con la siguiente fuga a Egipto.
Después hay un salto hasta los doce años, cuando con María y José, Jesús va en peregrinación a Jerusalén para la Pascua y en cambio de regresar con sus progenitores se detiene en el Templo para hablar con los doctores de la ley.
Como se ve, sabemos poco del Niño Jesús, pero podemos aprender mucho sobre él si miramos la vida de los niños. Es una hermosa costumbre de los papás, de los abuelos que miran a los niños y saben que es lo que hacen.
Descubrimos, sobretodo que los niños quieren tener nuestra atención. Ellos tienen que estar en el centro, ¿por qué? ¿Porque son orgullosos? No, sino porque necesitan sentirse protegidos. Es necesario también que nosotros pongamos a Jesús en el centro de nuestra vida y saber que, aunque parezca paradójico, tenemos la responsabilidad de protegerlo. Quiere estar en nuestros brazos, desea ser acudido y poner su mirada en la nuestra.
Además, hacer sonreir al Niño Jesús para demostrarle nuestro amor y nuestra alegría porque él está en medio de nosotros.
Su sonrisa es el símbolo del amor que nos da la certeza de que somos amados. A los niños, además, les gusta jugar. Entretanto hacer jugar a un niño significa abandonar nuestra lógica para entrar en la suya. Si queremos que se divierta es necesario entender lo que a él le gusta.
Es una enseñanza para nosotros. Delante de Jesús estamos llamados a abandonar nuestra pretensión de autonomía –y este es el centro del problema, nuestra pretensión de autonomía– para acoger en cambio la verdadera forma de libertad que consiste en conocer a quien tenemos adelante y servirlo. Él es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Ha venido entre nosotros para mostrarnos el rostro del Padre rico de amor y misericordia. Estrechemos por lo tanto entre nuestros brazos al Niño Jesús y estemos a su servicio: Él es fuente de amor y de serenidad. Y será una hermosa cosa si hoy, cuando volvamos a casa, ir cerca del pesebre y besar al Niño Jesús y decirle: «Jesús, quiero ser humilde como tu, humilde como Dios», y pedirle esta gracia».
«Invito a rezar por las víctimas de los desastres que en estos días han afectado a Estados Unidos, Gran Bretaña y Sudamérica, especialmente Paraguay, donde han causado desgraciadamente víctimas, muchos desplazados e ingentes daños. Que el Señor consuele a aquellos pueblos y que la solidaridad fraterna los auxilie en sus necesidades».