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Sábado 19 de febrero

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El Papa en la audiencia jubilar exhorta
a “llevar siempre la caricia de Dios”

El Papa invitó a transformar nuestra vida en un empeño de misericordia para todos
En esta mañana soleada y relativamente fría del invierno europeo, el Santo Padre llegó en el jeep abierto que recorrió los corredores de la Plaza de San Pedro, saludó a los files que allí le esperaban agitando pañuelos y banderas, y como es costumbre bendijo a su paso a varios niños.
El Pontífice ha recordado en su catequesis de la necesidad de empeñarse, y recordó que el Padre se ha empeñado donándonos a Jesús, y Jesús que es la expresión viviente de la misericordia del Padre se ha empeñado para donarnos la esperanza.
Así añadió que “el Jubileo de la Misericordia es una oportunidad para profundizar en el misterio de la bondad y el amor de Dios”. En particular “en este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a conocer cada vez más al Señor, y a vivir de manera coherente la fe con un estilo de vida que exprese la misericordia del Padre. Es un compromiso que asumimos para ofrecer a los demás el signo concreto de la cercanía de Dios”.
“Comprometerse –prosiguió el Pontífice– es aceptar una responsabilidad con alguien, cumpliéndolo con una actitud de fidelidad, dedicación e interés; es tener buena voluntad y constancia para mejorar la vida”.
El Papa añadió que “Dios se ha comprometido con nosotros. Primero, al crear el mundo y conservarlo, no obstante nosotros nos esforzamos en destruirlo”. Pero que “su compromiso más grande ha sido darnos a Jesús y, en él, se ha comprometido plenamente restituyendo esperanza a los pobres, a cuantos estaban privados de dignidad, a los extranjeros, a los enfermos, a los prisioneros, y a los pecadores, que acogía con bondad”.
Así a partir “de este amor misericordioso, nosotros podemos y debemos corresponder a su amor llevando a los demás la misericordia de Dios, con un compromiso de vida que sea testimonio de nuestra fe en Cristo”.
Y al saludar a los peregrinos de lengua española, así como a los grupos venidos de España y Latinoamérica, les deseó “que este Jubileo pueda ayudarnos a experimentar el compromiso de Dios sobre cada uno de nosotros y, gracias a ello, transformar nuestra vida en un compromiso de misericordia para todos”.
Estuvieron presentes en esta audiencia que se realiza después del regreso del viaje apostólico del papa Francisco a México, integrantes de la Federación Italiana de Asociaciones de donantes de sangre. Se ha celebrado además el jubileo de los trabajadores del sector turístico. La audiencia concluyó con el canto de Padre Nuestro en Latín,  e impartió su bendición apostólica a todos los presentes.

 

Los Misioneros de la Misericordia,
rostro materno de la Iglesia

Entrevista a tres Misioneros de la Misericordia. El Año Jubilar es una ocasión para invertir la carga de la prueba: Dios nos ama y eso nos mueve a la conversión
Son más de 1000 sacerdotes, Misioneros de la Misericordia, que han sido enviados por el Papa Francisco durante el Año Jubilar para ser “signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están en busca de su perdón”  y “confesores accesibles, amables, compasivos y atentos especialmente a las difíciles situaciones de las personas particulares”.
El Santo Padre al presidir misa del miércoles de ceniza en el Vaticano, realizó el envío de los Misioneros de la Misericordia. Un encargo muy especial que han recibido sacerdotes de todos los rincones del mundo.
Jesús Luis Viñas, sacerdote de la diócesis española de Cáceres, explica a ZENIT qué significa para él esta misión. “Al principio, la invitación a mi persona me pareció que era una broma, pero cuando el obispo de la diócesis me lo confirmó, pensé que era algo que me superaba y que no era quién para desempeñar esta labor. Entonces sólo me venía a la cabeza el texto de Pablo: ‘Te basta mi gracia’, para afrontar la tarea con ilusión”, asegura. Y recuerda que tal y como les dijo el Papa “ser misioneros de la misericordia es una responsabilidad”, la de “ser en primera persona testigos de Cristo y de su forma de amar”. “Ojalá sea así”, indicó el padre Viñas.
Por su parte, el padre José Aumente Domínguez, director del Departamento de pastoral de circos y ferias del secretariado de la Comisión episcopal de migraciones, destaca del discurso que el Santo Padre les dio, la forma en la que les habló de “cura a cura, de confesor a confesor, de pastor a pastor” para decirles “cómo se debe recibir a una persona que viene a confesarse, cómo la debemos arropar, cubrir”. Asimismo subraya la idea de que la Iglesia tiene que ser como una madre.
El grandes desafío de un confesor hoy en día –precisa el pare Aumente— es examinar por qué la gente ha dejado el sacramento de la reconciliación, por qué no siente la necesidad de confesarse. “Hemos perdido la conciencia del pecado”, observa. Pero,  asegura que él ha vivido experiencias muy bonitas en el confesionario. Y así puede confirmar que “es verdad que la misericordia actúa” y se puede vivir una verdadera conversión gracias a este sacramento. También indica que, a propósito de la autorización que se les ha dado para absolver los pecados reservados a la sede apostólica, “es una responsabilidad, pero es también decir que si la Iglesia es madre, ¿qué madre no perdona a su hijo por mucho que haya cometido?”.
Reflexionando sobre los frutos de esta misión, el padre Viñas indica que espera poder ser, como les ha dicho el Papa Francisco, “expresión viva de la Iglesia que como madre, acoge a todos los que se acercan”. No es que vayamos a encontrarnos muchos casos de penitentes que confiesen alguno de los pecados reservados que el Papa nos concede perdonar –precisa–  pero el hecho mismo de concederlo a tantos misioneros es ya un signo de que la Iglesia, más que nunca, quiere ser madre y mostrar abiertamente la misericordia que viene del Padre.
De las palabras que les dirigió el Papa, precisa que le impactaron dos cosas: una que va en relación a la gran responsabilidad que supone ser confesor: “Si no estás dispuesto a ser padre, no vayas al confesionario; puedes hacer mucho mal a un alma”. La otra, fue deseo expreso del Santo Padre de que se manifieste con generosidad la misericordia de Dios, que recibe sin necesidad ni siquiera de que el pecador sea capaz de manifestar su arrepentimiento en palabras; a veces ‘un gesto basta’, dijo.
También le pareció bellísima “la imagen de Noé, considerado un hombre justo, pero que en un episodio bastante desconocido, desnudo y borracho, es cubierto y recogido por sus hijos. El Papa la empleó para hablar de la labor de la Iglesia misericordiosa que recibe y cubre la desnudez del pecador”.
El padre Víctor Hernández, misionero de la misericordia de la diócesis de Madrid, suele confesar todos los veranos en Lourdes y también en todos los encuentros de jóvenes de la diócesis y pensó que esta podía ser “una aventura apasionante”.
Del discurso del Papa destaca el “ser rostro materno de la Iglesia” y “la importancia que dio más que a las palabras a los gestos, de acogida, de cariño”.
Asimismo, manifiesta que su deseo para esta misión y este Año de la Misericordia es que “los que se acerquen sientan el amor de Dios, descubran la alegría del sentirse perdonados y amados”. El Jubileo –explica– es una ocasión para invertir la carga de la prueba. Así más que dar el paso, convertirse y cambiar de vida para recibir el amor de Dios, en este Año de la Misericordia recuperamos el sentido de que Dios nos ama y eso es lo que mueve a convertirse y cambiar de vida.
 

Colombia: el Presidente Santos pide
a los obispos su apoyo al proceso de paz

El tema más cuestionado es la manera en que los delitos de lesa humanidad van a ser juzgados
Los obispos colombianos reunidos en la Asamblea Episcopal numero cien que concluyó ayer viernes, recibieron el jueves en las instalaciones de la Conferencia Episcopal, la visita del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien compartió los avances del proceso de paz que se realiza en La Habana, junto con el expresidente de la Corte Constitucional, Manuel José Sepúlveda, y explicó al Episcopado cada una de las fases de dicho proceso.
Durante esta intervención se abordaron temas como la justicia transicional, el papel de la jurisdicción especial para la paz, la seguridad jurídica, las garantías de no repetición, el tribunal para la paz, entre otro, indicó la web de la Conferencia Episcopal.
Los obispos tuvieron la oportunidad de intervenir con preguntas, no sólo sobre el proceso de paz, sino de varios temas que afectan la realidad social de país como los son el Quimbo, la educación, la familia, el postconflicto y el ELN.
Por último, y luego de dos horas de reunión, el presidente de la república pidió a los obispos colombianos seguir apoyando el proceso desde sus regiones y orar por la paz de Colombia.
Desde el pasado lunes el episcopado colombiano deliberó en torno al proceso de paz y de su preocupación en lo que se refiere a la justicia transicional, cuestionando la manera en que los delitos de lesa humanidad van a ser juzgados.
Los obispos tomaron en consideración durante la Asamblea, otros temas como la corrupción, la vida, y respaldaron a todos los médicos católicos que se encuentran en dificultades con sus autoridades por el hecho de defender la vida.
Manifestaron además su preocupación por la salud de quienes están sufriendo a causa del virus del zika, principalmente las mujeres en estado de gestación que por diferentes medios se sienten presionadas a abortar.

También la familia fue uno de los temas, así como la preocupación de que bajo el mismo nombre, se quieran introducir otras formas de uniones, que respetan, pero que deberían distinguirse por un nombre acorde a su naturaleza.
Sobre la propuesta del Ministerio de Educación, de introducir en el preescolar y en la primaria la educación sexual, los obispos colombianos opinan que se ésta invadiendo el derecho que le corresponde a la familia de introducir en esta realidad a sus propios hijos.
Los obispos hicieron también un llamado al Ministerio de Ambiente para que cambie su modelo de asignación de recursos y manifestaron que la realidad minera del país es un arma de doble filo para la sociedad rural.
 

“Tu Rostro Señor”

Segundo domingo de cuaresma
Génesis 15, 5-12. 17-18: “Dios hace una alianza con Abram”
Salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación”
Filipenses 3, 17-4,1: “Cristo transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo”
Lucas 9, 28-36: “Mientras oraba su rostro cambió de aspecto”

Con gran fervor se disponen a celebrar la fiesta del Señor de Esquipulas, devoción venida desde Guatemala y enraizada fuertemente en el corazón chiapaneco. En medio de su pobreza han dispuesto flores, cohetes, cortinas, flores y luce hermoso el altar donde han puesto la imagen milagrosa del Crucificado… No han escatimado esfuerzos y echan la casa por la ventana.

El Cristo, con su rostro negro, parece mirar a cada persona, niño, niña, mujer… Uno de los participantes me hace notar: “Mira los rostros desnutridos de los niños, mira los rostros demacrados de las madres, mira los rostros de la pobreza, de la enfermedad, de la miseria… si miráramos el rostro de Jesús en ellos, de otro modo los trataríamos. Si el fervor que ponemos en venerar su imagen lo pusiéramos en cuidar y proteger a los desamparados, Cristo estaría más contento… No es que esté mal la fiesta, sino que la fiesta nos debe comprometer a descubrir el rostro de Jesús en cada uno de los hermanos”.

Hay tantos rostros de Jesús que nosotros no descubrimos porque preferimos verlo en una imagen o en una pintura. Esos rostros de Cristo cubiertos por la miseria y la pobreza, son rostros del Jesús migrante que pide asilo y encuentra violaciones e injusticia; son rostros de Jesús niño desnutrido, abandonado, vendido y comprado; son rostros del Jesús obrero y campesino, saqueado, explotado… cada hombre y mujer que sufre, que llora, que es despreciado son rostros de un Jesús que quiere identificarse con ellos y que solicita nuestra cercanía y nuestra misericordia.

Son rostros de Cristo que nos interpelan, que reclaman una presencia y que hoy nos siguen cuestionando. Han pasado ya dos mil años desde que Cristo nos dejó una tarea: “Lo que hagas con uno de estos pequeños, a mí me lo haces”, y con dolor debemos confesar que no hemos logrado “limpiar” ni “transfigurar” el rostro de Jesús que sufre. Al contrario parecería que hemos ido ensuciando más ese rostro con nuestra indiferencia, con nuestra falta de compromiso y con las injusticias que a diario cometemos. Y cada día añadimos nuevos rostros que urgen una transfiguración: el rostro de nuevos jóvenes destrozados por las drogas; el rostro de mujeres asesinadas, despreciadas y minusvaloradas; el rostro de indígenas despojados de su cultura, de su tierra, de su riqueza y de su dignidad; el rostro del desempleado, el rostro del descartado, niños, migrantes… y muchos otros rostros en los que se desfigura el rostro de Jesús y nos exigen una conversión.

Cada palabra del Evangelio de este día nos lanza a la transfiguración: “En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan”. Lo primero que impresiona es que Jesús se hace acompañar. Igual que en aquel tiempo, hoy Cristo quiere hacerse acompañar. A lo primero que nos obligaría es a “acompañar” a esta fila interminable de hermanos en los que Cristo está sufriendo. No podemos acostumbrarnos a mirar con indiferencia la pobreza ni el dolor. Nadie tiene derecho a vivir una vida holgada cuando su hermano no la tiene a plenitud. Y muchas veces no podremos hacer nada más que estar ahí, junto al que sufre.

Y subió a un monte para hacer oración”. El monte es la cercanía con Dios, es el ponerse en presencia de Dios y mirar las cosas como Dios las ve, con “sus ojos y su corazón”. ¿Estará Dios contento con esta situación que estamos viviendo? ¿Qué nos dice ante el dolor injusto de nuestros hermanos? Y esto hacerlo en momento de oración, de diálogo y de confianza.

Mientras oraba, su rostro cambió de aspect”. La transfiguración sucede mientras se está en oración, mientras se pone toda la vida frente al designio de Dios Padre. No como un huir de la realidad, sino como un cuestionar la realidad frente a su palabra y frente a su designio. Sólo en el diálogo con Dios podremos encontrar los verdaderos caminos de la transfiguración. Porque transfigurar, no es “maquillar” las situaciones, es cambiarlas de raíz, pues sólo cambiando el corazón del hombre se transformará la sociedad.

Estaban rendidos de sueño…sería bueno que nos quedáramos aquí”. Se debe vencer la tentación del cansancio y del pesimismo, pero también se debe vencer la tentación de la indiferencia y el egoísmo. No basta que yo esté bien. Así han terminado muchos movimientos y causas justas, solamente en el bienestar de unos cuantos, casi siempre sólo los líderes, y eso no es la plenitud del Reino de Dios. No podemos hacer nuestras chozas aparte, no podemos olvidar el camino de Jesús. Mientras Jesús se transfigura está hablando también de la muerte y de lo que le espera en Jerusalén. Al igual que Jesús nosotros tenemos un camino que pasa por el dolor, que pasa por la muerte y que pasa por el dar la vida por los hermanos. Dar la vida en la cruz de cada día. La invitación a la cruz es un escándalo, y Jesús invita a la superación de este escollo. La transfiguración aparece así como un relámpago en medio de la oscuridad. En medio de la noche de la cruz, la transfiguración presenta un esbozo de lo que espera a los seguidores de Jesús: la tarea no termina en la cruz. Sino termina en la vida.

Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo” Envueltos en la presencia de Dios, simbolizada en la nube, reciben un mandato los discípulos: Escúchenlo”. Es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz anunciada. Cada uno de nosotros en marcha a nuestro éxodo en el cielo miramos el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo. En ese monte, en la figura de Jesús, en sus palabras, en su muerte y resurrección encontraremos el camino de la transfiguración.

Cruz y resurrección, van tan de la mano, que se hace imposible separarlas. La resurrección da un sentido nuevo y fructífero a una vida que quiere gastarse y entregarse, como el fruto da sentido al entierro del grano. Pero también, la muerte da un sentido nuevo a la resurrección, ¡el amor nunca se hace tan generoso como cuando da la vida!, y Jesús no será un Mesías “allá en las nubes”, sino uno que camina nuestros pasos, uno que pasó por la cruz y que se dirige a Jerusalén, tierra de Pascua, y tierra que es punto de partida de la misión”.

¿Cuál es nuestra tarea en esta cuaresma? ¿Cómo transfiguraremos el rostro de Jesús que se nos presenta en cada uno de los hermanos? ¿Cómo será nuestra propia transfiguración?

Padre Misericordioso, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria y descubrir su rostro en cada uno de los hermanos. Amén.

San Pedro Damiani – 21 de febrero

«Este doctor de la Iglesia, obispo y cardenal de Ostia, entendió que la ofrenda de sus tendencias dominantes serían más efectivas espiritualmente que los instrumentos penitenciales que se aplicaba como castigo»

La penitencia, el ayuno de las pasiones, tiene en la vida santa una expresión concreta. Todo aquel que aspira a la perfección sabe, porque así lo indicó Cristo, que no puede alcanzarla si no está dispuesto a negarse a sí mismo. Ahora bien, durante siglos en la historia de la ascética las penitencias físicas tenían gran ascendente sobre otras opciones expiatorias. Sin embargo, la virulencia con la que muchos hombres y mujeres se aplicaron cilicios y disciplinas varias, no siempre dio los resultados que cabría esperar.

Pedro Damiani, que inició una vía purgativa alentada por la mortificación física, se percató después del alcance de esa entrega cotidiana que conllevan los heroicos y silenciosos sacrificios, siempre lacerantes, pero llenos de bendiciones. Nació en Ravena, Italia, en 1007. Pertenecía a una familia numerosa y pobre. Fue el último de los hijos y perdió a sus padres prematuramente. Entonces quedó a cargo de uno de sus hermanos, que le trató con inusitada dureza. Apenas sabía caminar y ya estaba cuidando puercos. Pero otro de sus hermanos, Damián, era arcipreste de Ravena y se ocupó de su formación. Cursó estudios en Faenza y en Parma con gran aprovechamiento, bajo su atenta mirada. Impresionado y agradecido por el trato fraternal que recibió, Pedro incorporó el nombre de pila de aquél al suyo; de ahí proviene Damiani. Acostumbrado a la rudeza de la vida, que sufrió tan tempranamente, la austeridad fue su gran aliada cuando determinó abandonar el mundo exterior ingresando en el convento de Fonte Avellana, donde residía una comunidad de ermitaños.

La divina Providencia alumbró sus reflexiones con la presencia inesperada de dos benedictinos que pertenecían al convento y que dieron respuesta satisfactoria a sus preguntas respecto a la forma de vida que llevaban. Experimentando con fuerza las tentaciones de la carne, no dudó en defenderse de los ataques del maligno arrancándose de las garras del pecado con duras mortificaciones. En conformidad con las costumbres de la época colocó debajo de su camisa un cilicio, se azotaba y ayunaba. Su cuerpo no estaba hecho a esta clase de durezas tan intensas y sintió el peso de su debilidad. Comprendió entonces que las penitencias deben ser otras, entendiendo que debía tener paciencia y cumplir los afanes del día a día, estudiando y trabajando con denuedo.

La severidad que se infligía, se tornaba misericordia e indulgencia con los demás, siempre atendiendo a la vivencia de la caridad. Había aprendido de su experiencia y enseñó a otros a que luchasen por el Reino de Dios; esa era su mejor y más fecunda penitencia en lugar de castigar su organismo. Se dedicó a estudiar las Sagradas Escrituras con tanto empeño que fue designado para suceder al abad, y en contra de su voluntad, ya que en manera alguna deseaba esa misión, la asumió en 1043. De su fecunda pluma surgieron textos dirigidos a los ermitaños. Señaló los deberes de clérigos y monjes, abordando también temas morales y disciplinares. Decía: «Es imposible restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores». 

Es autor del Libro Gomorriano (por Gomorra), con el que quiso contrarrestar el poderoso influjo de las costumbres licenciosas de su tiempo. «Este mundo —escribió en esta obra—se hunde cada día de tal suerte en la corrupción, que todas las clases sociales están podridas. No hay pudor, ni decencia, ni religión; el brillante tropel de las santas virtudes ha huido de nosotros. Todos buscan su interés; están devorados por el apetito insaciable de los bienes de la tierra. El fin del mundo se acerca, y ellos no cesan de pecar. Hierven las olas furiosas del orgullo, y la lujuria levanta una tempestad general. El orden del matrimonio está confundido, y los cristianos viven como judíos. Todos, grandes y pequeños, están enredados en la concupiscencia, nadie tiene vergüenza del sacrilegio, del perjurio, de la lujuria, y el mundo es un abismo de envidia y de hediondez».

Promovió la comunión con la Sede Apostólica. Es conocida su actividad en contra de la simonía, frecuente en la época, que proporcionaba a la Iglesia gobernantes indignos de su oficio. Vivió austeramente hasta el final de su existencia. Huyendo del ocio como de la peste, cuando no se hallaba en la oración o estaba absorto en el trabajo, fabricaba utensilios diversos. Fundó otras cinco comunidades de ermitaños fomentando entre los monjes el espíritu de retiro, caridad y humildad. Además, estuvo al servicio de la Iglesia. Fue designado obispo y cardenal de Ostia en 1057. Su última misión fue solventar el controvertido asunto que implicaba al arzobispo de Ravena por indicación del papa Alejandro II. Aquél había sido excomulgado por sus atrocidades. Cuando llegó para entrevistarse con él, el arzobispo había muerto. Pero convirtió a sus cómplices, a quienes impuso la debida penitencia. En febrero de 1072 al regresar a Roma contrajo una fiebre de tal calibre que a los ocho días se produjo su muerte. En estos postreros instantes le acompañaron un grupo de monjes que residía en un monasterio establecido en una zona circundante a Faenza, que recitaron los maitines alrededor de su lecho. León XIII lo canonizó el año 1823, y él mismo lo declaró doctor de la Iglesia en 1828.

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ZENIT Staff

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