Viaje apostólico a México: ‘Agradezco este don
al Señor y a la Virgen de Guadalupe’
Lo hizo antes de la oración del ángelus que ha rezado desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, precisando que el viaje apostólico “ha sido para todos nosotros una experiencia de transfiguración”, porque los diversos encuentros “fueron llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros e ilumina el camino”.
Así, aseguró el Pontífice, “el Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su pueblo santo que vive en esa tierra. Un cuerpo tantas veces herido, un pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad”.
Entretanto quiso precisar que “el baricentro espiritual de mi peregrinación ha sido el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe”. Y confió que “quedarme en silencio delante a la imagen de la Madre era lo que me había propuesto antes de todo. Y agradezco a Dios que me lo ha concedido”.
Señaló que delante de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe “he contemplado y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, las violencias contra tanta pobre gente, de tantas mujeres”.
Recordó también que se trata del santuario mariano más frecuentado en el mundo, y que “desde toda América van allí a rezar donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando inicio a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas”.
El Santo padre consideró oportuno señalar la herencia que así hemos recibido, y que implica “custodiar la riqueza de la diversidad y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común, una fe sincera y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad”.
Y si bien como los dos papas anteriores fue para confirmar la fe del pueblo mexicano, contemporáneamente se sintió confirmado y ha “recogido a manos llenas este don para que vaya como beneficio de la Iglesia universal”.
El Pontífice señaló que durante su viaje las familias dieron un gran ejemplo: “Me han recibido con alegría en cuanto mensajero de Cristo, pastor de toda la Iglesia; pero ellos a su vez me han dado testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para edificar a todas las familias cristianas del mundo.Y lo mismo se puede decir sobre los jóvenes, los consagrados, los sacerdotes, los trabajadores, los encarcelados”.
Por todo ello el primer pontífice latinoamericano quiso agradecer “al Señor y a la Virgen de Guadalupe por el don de esta peregrinación”.
Extendió también su agradecimiento por la calurosa recepción al presidente de México y a las demás autoridades civiles y de manera viva “a mis hermanos en el episcopado y a todas las personas que de diversas maneras han colaborado” dijo.
El Papa en el ángelus exhorta a
abolir la pena de muerte
El papa Francisco al concluir la oración del ángelus realizada este segundo domingo de cuaresma, desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, deseó que el congreso internacional que inicia mañana lunes en Roma pueda dar un nuevo impulso al empeño para la abolición de la pena de muerte.
Como “una señal de esperanza” fue calificada por el Santo Padre, el hecho de que en la opinión pública gane cada vez más consenso la idea de abolir la pena de muerte “incluso como instrumento de legítima defensa social”.
Porque de hecho “las sociedades modernas tienen la posibilidad de reprimir eficazmente el crimen sin quitar definitivamente a quien lo cometió la posibilidad de redimirse” dijo.
Un problema aseguró el pontífice latinoamericano, que “va encuadrado en la óptica de una justicia penal que sea cada vez más conforme a la dignidad del hombre y al designio del Dios para el hombre y la sociedad”. Porque explicó, “el mandamiento ‘no matarás’, tiene valor absoluto y se refiere sea al culpable que al inocente”.
Partiendo de esta premisa el Pontífice señaló que el Jubileo Extraordinario de la Misericordia es una “ocasión propicia para promover en el mundo formas cada vez más maduras de respeto de la vida y de la dignidad de cada persona”. Porque incluso el criminal tiene el “derecho inviolable a la vida, don de Dios”.
El papa Francisco hizo así “un llamado a la conciencia de los gobernantes”, para “que se llegue a un consenso internacional para abolir al pena de muerte”. Y propuso a quienes entre ellos son católicos que cumplan un gesto de coraje y ejemplar: “que ninguna condena sea aplicada en este Año Santo de la Misericordia”.
“Todos los cristianos y hombres de buena voluntad -concluyó el Papa- están llamados hoy a trabajar para abolir la pena de muerte”, pero también para “mejorar las condiciones de las cárceles, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de su libertad.
Vuelve la ‘Misericordina-Plus’: distribuyen
40 mil en la Plaza de San Pedro
Las 40 mil confecciones han sido distribuidas por los pobres, los ‘sin techo’, y los prófugos, junto a voluntarios y religiosos, guiados por la Limosnería Apostólica.
“La cuaresma es un tiempo propicio -explicó hoy el Papa- para realizar un camino de conversión que tiene como centro la misericordia. Por ello he pensado de regalarles a quienes están aquí en la plaza una medicina espiritual, llamada ‘Misericordina’”.
Recordó que ya una vez ha sido distribuida, “pero esta es de mejor calidad, esta es la ‘Misericordina – Plus’, una cajita que contiene la corona del rosario y una imagencita de Jesús Misericordioso”. Y precisó que “la distribuirán los voluntarios entre los cuales hay pobres, ‘sin techo’, prófugos y también religiosos”.
Y concluyó invitando a que “reciban este don como una ayuda espiritual para difundir especialmente en este año de la misericordia el perdón y la hermandad”.
Las cajas de ‘medicina espiritual’, similares a las de los fármacos, contienen cada una la ‘posología’ con las instrucciones de uso en tres idiomas, la corona de la Divina Misericordia de Santa Faustina Kowalska, una corona de Rosario y la imagen de Jesús Misericordioso.
La iniciativa nació en Polonia de una idea de los seminaristas polacos devotos de Santa Faustina, la monja que dio inicio al culto de la Divina Misericordia, que tanto influenció a san Juan Pablo II.
Ahora como en el 2013 promovió la iniciativa, el limosnero pontificio, Mons. Konrad Krajevski, quien la había presentado al Papa, que entusiasmado aprobó la distribución.
Texto completo del Papa en el ángelus
del 21 de febrero de 2016
El papa Francisco con motivo de la oración del ángelus que presidió este domingo desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, recordó su viaje a México y las bendiciones de la Virgen de Guadalupe, a los pies de los cuales contemplara y dejarse “mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, las violencias contra tanta pobre gente, de tantas mujeres”.
Concluyó señalando que los voluntarios acompañados por ‘sin techo’, prófugos y religiosos repartían el santo rosario en una confección tipo remedio, con el nombre de ‘Misericordina’.
A continuación el texto completo:
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El viaje apostólico que he realizado los días pasados en México ha sido para todos nosotros una experiencia de transfiguración. ¿Cómo ha sido posible?
El Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su pueblo santo que vive en esa tierra. Un cuerpo tantas veces herido, un pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. De hecho los diversos encuentros vividos en México fueron llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros e ilumina el camino.
El “baricentro” espiritual de mi peregrinación ha sido el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Quedarme en silencio delante a la imagen de la Madre era lo que me había propuesto antes de todo. Y agradezco a Dios que me lo ha concedido. He contemplado y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, las violencias contra tanta pobre gente, de tantas mujeres.
Guadalupe es el santuario mariano más frecuentado del mundo. De toda América van allí a rezar donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando inicio a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.
Esta es justamente la herencia que el Señor nos ha entregado en México: custodiar la riqueza de la diversidad y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común: una fe sincera y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad.
Como mis predecesores, también yo fui para confirmar la fe del pueblo mexicano, pero contemporáneamente a ser confirmado; he recogido a manos llenas este don para que vaya como beneficio de la Iglesia universal.
Un ejemplo luminoso de lo que estoy diciendo fue dado por las familias: las familias mexicanas me han recibido con alegría en cuanto mensajero de Cristo, pastor de toda la Iglesia; pero ellos a su vez me han dado testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para edificar a todas las familias cristianas del mundo. Y lo mismo se puede decir sobre los jóvenes, los consagrados, los sacerdotes, los trabajadores y los encarcelados.
Por lo tanto doy gracias al Señor y a la Virgen de Guadalupe por el don de esta peregrinación. Además agradezco al presidente de México y a las demás autoridades civiles por la calurosa recepción; y agradezco vivamente a mis hermanos en el episcopado y a todas las personas que de diversas maneras han colaborado.
Una alabanza, alabanza especial elevamos a la Santísima Trinidad por haber querido que en esta ocasión se realizara en Cuba el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú y de toda Rusia, el querido hermano Kirill; un encuentro muy deseado incluso por mis predecesores. También este evento es una luz profética de resurrección, de la cual hoy el mundo necesita más que nunca. La Santa Madre de Dios siga a guiarnos en el camino de amistad y de la unidad. Y recemos a la Virgen de Cazán. El patriarca Kirill me ha regalado un ícono de la Virgen de Kazán: recemos juntos un Ave María. Ave Maria llena eres…”
Después el Papa reza la oración del ángelus. Y a continuación dice:
“Queridos hermanos y hermanas, mañana lunes inicia en Roma un congreso internacional que se titula “Por un mundo sin pena de muerte”, promovido por la Comunidad San Egidio. Deseo que el congreso pueda dar un nuevo impulso al empeño para la abolición de la pena de muerte.
Una señal de esperanza está constituida por el desarrollo en la opinión pública, de una contrariedad cada vez mayor hacia la pena de muerte, incluso solo como instrumento de legítima defensa social. De hecho las sociedades modernas tienen la posibilidad de reprimir eficazmente el crimen sin quitar definitivamente a quien lo cometió la posibilidad de redimirse.
El problema va encuadrado en la óptica de una justicia penal que sea cada vez más conforme a la dignidad del hombre y al designio del Dios para el hombre y la sociedad. Y también a una justicia penal abierta a la esperanza del reintegrarse en la sociedad. El mandamiento ‘no matarás’, tiene valor absoluto y se refiere sea al culpable que al inocente.
El Jubileo Extraordinario de la Misericordia es una ocasión propicia para promover en el mundo formas cada vez más maduras de respeto de la vida y de la dignidad de cada persona. Porque incluso el criminal tiene el derecho inviolable a la vida, don de Dios.
Hago un llamamiento a la conciencia de los gobernantes, para que se llegue a un consenso internacional destinado a abolir la pena de muerte. Y a quienes entre ellos son católicos que cumplan un gesto de coraje y ejemplar: que ninguna condena sea aplicada en este Año Santo de la Misericordia.
Todos los cristianos y hombres de buena voluntad están llamados hoy a trabajar para abolir la pena de muerte, pero también para mejorar las condiciones de las cárceles, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de su libertad.
Dirijo un cordial saludo a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones y a todos los peregrinos de Roma, de Italia y de los diversos países. Saludo a los fieles de Sevilla, Cádiz, Ceuta; a los de Trieste, Corato y Turín. Un pensamiento particular dirijo a la comunidad Juan XXIII, fundada por el siervo de Dios, don Oreste Benzi, que el viernes próximo promoverá por las calles del centro de Roma una Vía Crucis de solidaridad y oración por las mujeres víctimas de la trata de personas.
La cuaresma es un tiempo propicio para realizar un camino de conversión que tiene como centro la misericordia. Por ello he pensado de regalarles a quienes están aquí en la plaza una medicina espiritual, llamada ‘Misericordina’. Una vez ya lo hemos hecho, pero esta es de mejor calidad, esta es la ‘Misericordina – Plus’, una cajita que contiene la corona del rosario y una imagencita de Jesús Misericordioso. Ahora la distribuirán los voluntarios entre los cuales hay pobres, ‘sin techo’, prófugos y también religiosos. Reciban este don como una ayuda espiritual para difundir especialmente en este año de la misericordia el perdón y la hermandad. Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. Que tengan un buen almuerzo, y hasta la próxima”. (Texto completo traducido desde el audio por ZENIT.org)
El Hombre y la Mujer, reflejo del amor de Dios
El arte es el resultado de la fuerza creativa del ser humano, que impele a expresar nuestros sentimientos más profundos para compartirlos con la mayor intensidad de que somos capaces. A Dios podemos considerarlo como el más grande artista en cuanto es creador de todo lo existente, cuando admiramos la belleza de la naturaleza y nos reconocemos a nosotros mismos a través de la observación del mundo que nos rodea. Por tanto, la mayor obra de arte que podemos contemplar es el hombre mismo, ya que es el culmen de la obra de Dios, hecho a imagen suya:
“Dios creó al Hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Gen 1,27).
Dios ha creado al hombre y la mujer con un valor único e incalculable. Cada alma tiene un valor infinito para Él y por ello nos ha hecho partícipe de su belleza. Una belleza que no radica en un canon estético comercial o sensual de la época en la que vivimos, sino que va más allá cuando es capaz de suscitar en nosotros sentimientos de grandeza, de identidad con Dios, de amor y misericordia.
Hay una foto profundamente conmovedora: Una joven madre besando a su hija de pocos años. En un primer vistazo impacta el hecho de ver sus caras completamente desfiguradas por el ácido con el que fueron atacadas.
Ante este tipo de imagen tenemos dos tipos de actitudes que podemos tomar: apartar la mirada y quedarnos en una repulsión superficial, por el acto horrible que les provocó tanto dolor así como por los resultados del mismo; o fijarnos en ellas, empatizar e intentar adoptar esa misma mirada que tienen la una por la otra, limpiar nuestros ojos y admirar –sí, digo bien: admirar– todo lo que nos transmite.
Esa mujer y esa niña nos interpelan en lo más profundo y si las dejamos, suscitarán en nuestro corazón ternura, amor y misericordia, pudiendo ver la belleza del ser humano en toda su pureza, la belleza del amor que se sobrepone al sufrimiento, la belleza innata e infinita de todo ser humano desde su concepción hasta su muerte, sin encorsetarlo en cánones ni prejuicios.
La misericordia de Dios se extiende a pesar del mal que acecha al mundo, lo sana, lo recupera, lo inunda y lo transforma. Aún en la mayor oscuridad del mal en corazón humano la misericordia puede brillar: ese amor de madre e hija, que representa también el amor de Cristo sufriente por la humanidad entera.
Se puede encontrar la redención a través de la belleza, dejándose inundar por la misericordia. Si aprendemos a mirar con los ojos de Dios, con los ojos del amor y la misericordia, con los ojos del milagro, podremos admirar en este beso tanta belleza como en ‘La Piedad’ esculpida por Miguel Ángel.
Santa Margarita de Cortona – 22 de febrero
Este 22 de febrero, festividad de la Cátedra de san Pedro apóstol, celebramos también la vida de esta santa. Su humilde procedencia –nació en un hogar pobre–, las conveniencias sociales, las debilidades y la falta de responsabilidad en el compromiso, incluidos otros deslices personales y también ajenos, influyeron en gran medida en su conducta juvenil. Nada justifica la vida licenciosa, pero a veces los antecedentes que han concurrido en ella pueden explicarla. Y, sobre todo, cuando la luz divina se abre paso en la enmarañada jungla de los sentimientos y se produce un vuelco radical en la existencia, como le sucedió a esta santa, el esplendor de la misericordia y el insondable amor de Dios aún resultan más conmovedores.
Nació en la localidad italiana de Laviano en 1247. Huérfana de madre a los 7 años se encontró de bruces con una madrastra de mal carácter que ensombreció su vida. Entonces había cumplido ya los 9 años, una edad delicada en la que ternura y tutela deben aliarse para encaminar convenientemente una vida. Seguro que en sus amargas jornadas se aferraría a la oración que su madre le legó: «Señor Jesús, te ruego por la salvación de todos aquellos por quienes quieres que se ruegue» pudiendo afrontarlas con otros arrestos. Disipadas durante un tiempo las fértiles enseñanzas maternas, tendría que disponer su espíritu para acoger las numerosas bendiciones que le aguardaban. El paso del tiempo mostró cuán benévola estaba siendo con ella la naturaleza. La adolescente se convirtió en una joven de espléndida belleza, y cayó rendida en los brazos de un noble de Montepulciano.
Seducida por promesas que éste incumplió reiteradamente, cerca de una década vivió aferrada a esa ilícita relación de la que nació un hijo. Quizá a la espera de que un día se materializaran sus sueños de matrimonio, que reclamaba una y otra vez, no tuvo reparos en convivir con su amante en el castillo. Y aunque los ciudadanos de Montepulciano reprobaban su actitud, no se escondía; a veces incluso se exhibía por las calles recorriéndolas a lomos de un magnífico caballo. El fin de esta historia llegó con el brutal asesinato del caballero, cuyo cadáver encontró ella misma cuando, al ver que demoraba su llegada, salió en su busca.
La crudeza del momento trajo consigo su radical conversión. Profundamente consternada y arrepentida, renunció a los bienes que disfrutaba aún sin tener legítimos derechos sobre ellos. Ceñida con prendas de penitente, y aferrada a la mano de su hijo, regresó a Cortona. Su padre la repudió y le negó su perdón. Así que se vio en la calle sin tener un lugar donde cobijarse, hasta que dos piadosas mujeres la acogieron puntualmente y le pusieron en contacto con los frailes menores, ya que ese fue su deseo; pensó en ellos al recordar su bondadoso trato con las personas atrapadas en las redes del pecado.
En ese intervalo el maligno intentó disuadirla. La baza de su belleza era un codiciado naipe que éste barajó. El pasado, ese que Cristo advierte que debe dejarse atrás para siempre, era sugestivo. Aún podía reconquistar lo perdido; ese era el susurro del diablo que disfraza con pestilente máscara la oferta que conduce a la perdición. Pero hacía tiempo que Margarita intuía misteriosamente el destino que le reservaba la divina Providencia. De modo que se dispuso a asumir la responsabilidad de sus actos. Hay experiencias que no pasan por la vida sin dejar cicatrices, y durante tres años sufrió grandes tentaciones, de las que se sobrepuso con el consejo de dos frailes que la dirigieron acertadamente. «Padre –manifestó en un momento dado–, no me pidáis que pacte con mi cuerpo, porque es imposible. Mi cuerpo y yo estaremos en constante lucha hasta el día de mi muerte». Todo su afán era consumarse en medio de extremadas penitencias, que su confesor, fray Giunta, le instaba a suavizar para evitar otros males a su espíritu.
Tras un periodo de trabajo doméstico lo dejó todo y se dedicó a asistir a los pobres llevando una vida de mortificación junto a ellos. Aún tenía junto a sí a su hijo y ambos afrontaban cada jornada con las limosnas que recibían. De las que juzgaba mejores, se desprendía sin dudarlo. Las pruebas de su conversión y la autenticidad de su vocación estaban tan claras que los frailes la admitieron en la Tercera Orden. Y cuando su hijo, que sería franciscano, comenzó su formación en Arezzo, prosiguió un intensísimo itinerario espiritual que en poco tiempo fue bendecido con éxtasis y revelaciones. Prudente y cautelosa con tantos favores, únicamente los confiaba a su confesor cuando él lo demandaba. En uno de ellos, Dios le dijo: «Tú eres la tercera lumbrera que he dado a la orden de mi amado Francisco. Él fue la primera, entre los frailes; Clara fue la segunda, entre las religiosas; tú serás la tercera para dar ejemplo de penitencia».
Llamada a ejercer su caridad con los enfermos y los pobres, con el beneplácito del obispo y la generosa ayuda de personas principales de la ciudad, impulsó la creación de un hospital. Lo asistió junto a otras mujeres ligadas por la orden terciaria franciscana con las que fundó una congregación. Su intensísima oración y mortificaciones no tenían límite. Las disciplinas que se aplicaba tenían como objetivo la reparación de sus propios pecados y los ajenos. Sufrió graves calumnias difundidas con objeto de manchar la limpia relación entre su confesor y ella. Fue vituperada y despreciada, y se vio obligada a quedarse sin el consejo de fray Giunta. Soportó todo por amor a Cristo y un día escuchó: «Es preciso que demuestres que te has convertido realmente… Las gracias que he derramado sobre ti no son para ti sola». Obedeció, y los frutos de su entrega y apostolado fueron incontables como también sus milagros.
Un día en la iglesia de San Francisco la imagen del Crucificado traspasó su ser con infinita ternura: «¿Qué quieres, pobre pecadora mía?», le preguntó. La respuesta, inequívoca, no se hizo esperar: «Yo no quiero ni busco sino a Ti». Al final, fray Giunta estuvo junto a su lecho de muerte, acaecida el 22 de febrero de 1297, mientras decía: «Dios mío, te amo». Fue canonizada por Benedicto XIII el 16 de mayo de 1728.