Bread and Wine for the Eucharist. Stained Glass in the St. Michael the Archangel Parish

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Comentario a la liturgia dominical – Jueves Santo

Ciclo C
Textos: Ex 12, 1-8.11-14; 1 Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15

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Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: Gracias, Señor, por los tres dones que hoy nos das: la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento de la caridad.
Síntesis del mensaje:  Aunque la celebración principal de estos días, y por tanto de todo el año, es la Eucaristía de la Vigilia Pascual, la de hoy es también entrañable para el pueblo cristiano: recuerda la institución de la Eucaristía, sublime sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo para nuestra salvación y alimento en el camino; el mandamiento del amor fraterno –con el gesto simbólico del lavatorio de los pies- para que tengamos el “tatuaje” de discípulos de Cristo impreso en los ojos, en la boca, en las manos y en el corazón; y finalmente, la institución del ministerio sacerdotal, donde hombres de carne y hueso son investidos y revestidos con la dignidad de Cristo sacerdote, pastor y cabeza.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, gracias, Señor, por el don de la Eucaristía. En este sacramento Cristo se hace presente bajo las especies del pan y vino, que en el momento de las palabras de la consagración se convierten en el Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Cristo glorioso y resucitado –¡misterio de fe!-. En este sacramento se actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz, y  quedamos una vez vivificados, purificados, realizándose en nuestra alma una auténtica “diálisis espiritual” donde las escorias del pecado son disueltas, expiadas y destruidas al contacto con la sangre de Cristo. Este sacramento se convierte en Banquete sacrifical, donde comulgamos a Cristo, entramos en común unión con Él y nos hace partícipes de su vida divina y resucitada. En cada Eucaristía, nos incorporamos primero a Cristo, aumentando la gracia y el perdón de los pecados veniales; segundo, nos unimos a la Iglesia, pues la Eucaristía simboliza la unidad de la Iglesia, como nos dice san Agustín; y tercero, recibimos en prenda la gloria futura, es decir, la Eucaristía es banquete del Reino celestial, instaurado por Cristo y que se consumará de forma definitiva en el cielo. Dicho en otras palabras, la comunión es el germen y remedio de inmortalidad y de nuestra resurrección y anticipación de la vida eterna, como diría san Ignacio de Antioquía.
En segundo lugar, gracias, Señor, por el don del Sacerdocio. ¿Quién es el sacerdote? Primero, es un hombre elegido; por ser hombre, estará sujeto a flaquezas y miserias del humano linaje, para que conociéndolas, incluso por experiencia, sea capaz de condolerse con los hombres y orientarlos hacia Dios con mayor eficacia. Si el sacerdote en vez de ser hombre fuera un ángel, un espíritu puro, independiente de la materia, difícilmente sería capaz de calibrar las limitaciones de los hombres, y por lo mismo, difícilmente podría condolerse y comprender a los demás. Segundo, es un consagrado, ungido para el cargo que va a ocupar. Consagrado, es decir, apartado de las cosas profanas, para que en adelante pueda dedicarse al servicio exclusivo de Dios y de sus hermanos, los hombres. Unido, por una parte, al Dios que lo ha “tomado” o elegido , deberá asimismo estar en comunión con los hombres a favor de los cuales ha sido ungido. Por eso, todo sacerdote tiene algo de “pontífice”, palabra que en su sentido original significa “hacedor de puentes”. En su persona deberán unirse dos riberas, distantes entre sí, la ribera de Dios y la ribera de los hombres. El sacerdote es así un mediador. Y tercero, para ofrecer un sacrificio, que es el acto por excelencia de la virtud de religión. Así lo dice el texto de la carta a los Hebreos. El sacrificio es un acto externo y social por el cual el sacerdote ofrece a Dios, en nombre de la inmensa familia humana, una víctima inmolada, para simbolizar así su reconocimiento del supremo dominio de Dios, su deseo de reparar las ofensas cometidas contra su majestad, de darle gracias por sus beneficios y solicitarle las gracias que los hombres necesitan.
Finalmente, gracias, Señor, por el don del Mandamiento de la caridad. La caridad será la señal por la que reconocerán al cristiano. Nuestro trato con el Señor se manifiesta inmediatamente en el trato con los demás. Por eso la caridad se alimenta principalmente en el trato personal con Jesucristo. No serviremos ni lavaremos los pies de nuestros hermanos si primero no nos hemos encontrado íntimamente con Cristo siervo humilde que tomó la palangana y la toalla y se arrodilló para lavar los pies de sus apóstoles. La caridad pide además exigencias prácticas, además de sentir compasión interior, como podemos ver en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 33-35): vendar las heridas, derramar en ellas aceite y vino, poner a disposición la propia cabalgadura y montar al hermano necesitado, conducirle al mesón, pagar al mesonero. ¡Cuántos gestos de caridad! La caridad se demuestra en obras. Dios nos pone al prójimo con sus necesidades en el camino y en las periferias de la vida, y la caridad hace lo que el momento y la hora exigen. No siempre son actos heroicos o difíciles; muchas veces son cosas sencillas de la vida ordinaria y con los más cercanos o enfermos, preocupándonos por su salud, por su descanso, por su alegría. En este año de la misericordia no olvidemos las obras de misericordia, modo práctico de vivir la caridad.
Para reflexionar: ¿Cómo estoy viviendo el sacramento de la Eucaristía o santa misa? ¿Soy amigo de Cristo Eucaristía y le hago alguna visita al día con calma y con cariño? ¿Cómo trato a los sacerdotes: con veneración, respeto? ¿Colaboro con ellos en la parroquia y en los diversos grupos y movimientos? ¿Soy buen samaritano con mis hermanos más necesitados? ¿Tengo las manos dispuestas siempre para lavar los pies de mis hermanos?
Para rezar: Señor, adoro tu Eucaristía. Señor, venero y rezo por la fidelidad y fervor de los sacerdotes. Señor, ensancha mi corazón para que ame a mis hermanos como Tú los amas.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
 

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Antonio Rivero

El padre Antonio Rivero nació en Ávila (España) en 1956. Entró a la congregación de los Legionarios de Cristo en 1968 en Santander (España). Se ordenó de sacerdote en Roma en la Navidad de 1986. Es licenciado en Humanidades Clásicas en Salamanca, en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma y en Teología por la Universidad de santo Tomás también en Roma. Es doctor en Teología Espiritual por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma) donde defendió su tesis el 16 abril del año 2013 sobre la dirección espiritual en san Juan de Ávila, obteniendo “Summa cum laude”. Realizó su ministerio sacerdotal como formador y profesor de Humanidades clásicas en el seminario en México y España. Fue vicario parroquial en la ciudad de Buenos Aires durante doce años. Durante diez años fue director espiritual y profesor de teología y oratoria en el Seminario María Mater Ecclesiae en são Paulo (Brasil), formando futuros sacerdotes diocesanos. Actualmente es profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y ayuda en el Centro Logos, en la formación de sacerdotes y seminaristas diocesanos. Ha dedicado y dedica también parte de su ministerio sacerdotal a los Medios de Comunicación Social. Ha publicado catorce libros: Jesucristo, Historia de la Iglesia, Los diez mandamientos, Breve catequesis y compendio de liturgia, El tesoro de la Eucaristía, El arte de la predicación sagrada, La Santísima Virgen, Creo en la Vida eterna, Curso de Biblia para laicos, Personajes de la Pasión, G.P.S (Guía Para Santidad, síntesis de espiritualidad católica), Comentario a la liturgia dominical ciclo A, Comentario a la liturgia dominical ciclo B, Comentario a la liturgia dominical ciclo C. Ha grabado más de 200 CDs de formación. Da conferencias en Estados Unidos sobre pastoral familiar, formación católica y juventud. Y finalmente imparte retiros y cursos de formación a religiosas, seminaristas y sacerdotes diocesanos en México, Centroamérica y donde le invitan.

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