Textos: Hech 14, 21b-27; Ap 21, 1-5a; Jn 13, 31-33a.34-35
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor en el Centro de Humanidades Clásicas de la Legión de Cristo, en Monterrey (México).
Idea principal: La caridad es la contraseña y la novedad del cristiano.
Síntesis del mensaje: En las lecturas de hoy el adjetivo nuevo ha salido cinco veces. Cuatro veces en la segunda lectura, y una vez en el evangelio. Lo antiguo –antónimo de nuevo- ya terminó (2ª lectura). Es la llamada a vivir una vida nueva en la fe. Pero sobre todo, a vivir el mandamiento nuevo de la caridad. Aquí está la novedad y la contraseña del cristiano: “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, este regalo de la caridad es fruto de la Pascua y procede del corazón de Cristo entregado para nuestra salvación. Sólo Cristo pudo ofrecernos este presente, que trajo directamente del cielo y nos lo encomendó antes de partir de nuevo para el Padre, una vez terminada su misión aquí en la tierra. Para eso, Cristo en el bautismo tuvo que cambiar nuestro corazón de piedra y ponernos un corazón de carne, tuvo que purificar y limpiar nuestras venas y arterias, dilatar nuestro ventrículo y aurícula. En ese día nos puso una válvula divina para que podamos amar como Él nos ama: con un amor universal, misericordioso, delicado, bondadoso. Y gracias a la Eucaristía, otro de los dones del Cristo Pascual, el Espíritu nos comunicará la fuerza del amor de Cristo. Preguntemos a los santos y a los mártires: a san Esteban, a santa Inés, a san Ignacio de Antioquía, a san Maximiliano María Kolbe, a santa María Goretti, al beato Miguel Pro, etc.
En segundo lugar, ¿dónde reside la novedad de este mandamiento? Antes de Cristo, claro que existía el amor. Así se lo recuerda Jesús al letrado que le preguntó por el primer mandamiento de la ley: “Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, con toda el alma, con toda tu mente. Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39). Ahora bien, si bien existía ese mandamiento, era pura teoría, un ideal abstracto. Era simplemente algo distinto. Ciertamente, hubo hombres que se amaron también antes de Cristo; pero, ¿por qué? Porque eran parientes, porque eran aliados, amigos, pertenecían al mismo clan o al mismo pueblo: o sea por algo que los ligaba entre sí, distinguiéndolos de todos los demás. Ahora hay que ir más allá: amar a quien nos persigue, amar a los enemigos, a los que no nos saludan ni nos aman. Es decir, amar al hermano por sí mismo y no por lo útil que pueda resultarnos. Es la palabra “prójimo” la que cambió el contenido: se dilató hasta comprender no sólo a quien está cerca de nosotros, sino también a cada hombre al que podemos acercarnos. Nuevo es, por tanto, el mandamiento de Cristo porque nuevo es su contenido. Nuevo también, porque Jesús le ha añadido esto: “Amaos, como Yo os he amado”. No podía haber un modelo tan perfecto de amor en el Antiguo Testamento. Y, ¿cómo nos amó Jesús? Con un amor generosísimo, sin límites, un amor universal y misericordioso; amor que sabe transformar el mal en ocasión de amor más grande, como hizo Jesús en su Pasión y Muerte.
Finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante (cf. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34). No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad. La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos. La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida (cf. 1 Jn. 4, 8). La caridad le da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas. La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor. 13, 13; y 13, 87. Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro. La caridad es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, algo del mundo divino. La caridad es poseer en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama, con su intensidad y con sus características. La caridad es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. La caridad es amar como Dios, no con la perfección que Él lo hace, pero sí con el estilo que Él tiene. A eso nos referimos cuando decimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, a que tenemos la capacidad de amar como Dios.
Para reflexionar: 1 Cor 13, 4-7:“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará”. ¿Mi caridad y amor tienen estas características? ¿Tengo clavado este distintivo en mi vida cristiana?
Para rezar: nada mejor que el Himno de san Francisco, donde se resume la esencia del amor.
Hazme un instrumento de tu paz
donde haya odio lleve yo tu amor
donde haya injuria tu perdón señor
donde haya duda fe en ti.
Maestro, ayúdame a nunca buscar
el ser consolado sino consolar
ser entendido sino entender
ser amado sino yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz
que lleve tu esperanza por doquier
donde haya oscuridad lleve tu luz
donde haya pena tu gozo, Señor .
Hazme un instrumento de tu paz
es perdonando que nos das perdón
es dando a todos como Tú nos das
muriendo es que volvemos a nacer.
Hazme un instrumento de tu paz.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
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Comentario a la liturgia dominical
Quinto domingo de Pascua, ciclo C