(ZENIT – Madrid).- El título de la carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, para esta semana es “Santa María Madre de Dios: Alegría y misericordia”. A continuación, publicamos el texto íntegro de la misma:
En la Virgen María he encontrado el modo de ser artistas de la Resurrección y de la misericordia. Muchas veces he escuchado y meditado esa página del Evangelio en la que se nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (MT 5, 13-16). Nunca la entendí mejor que cuando la puse junto a nuestra Madre la Virgen María. Y además de todos los momentos de mi vida en los que la he escuchado y meditado, nunca sentí que la urgencia de vivirla, de llevarla a la vida de cada uno de los cristianos, era tan importante. María pone su vida y sus palabras en nuestro corazón y nos lanza como buena Madre a ser y a hacer artistas de la alegría y de la misericordia. Este arte tiene que impregnar nuestro mundo. Alegría pascual y amor con las medidas de Jesucristo, hasta dar la vida.
Contemplemos a esta artista de la alegría y de la misericordia desde dentro y observemos lo que descubrimos. Un artista así surge, precisamente, cuando hay una aceptación de corazón de ese mandato del Señor que aparece en el texto del Evangelio. El imperativo es claro: «Vosotros sois la sal de la tierra. […] Vosotros sois la luz del mundo». Pero para ello es necesario vivir en una comunión total con Él, porque la Luz es Él y la Sal es Él. Somos luz y sal en la medida en que estamos injertados en Él con todas las consecuencias. E injertados en Él, nuestra luz y nuestro ser sal es, de alguna manera, ser Él en medio de esta historia. La evangelización que requiere nuestro tiempo solo puede llevarse a cabo con una nueva manera que nos está pidiendo conversión personal y pastoral, fuerza y talante evangelizador, que nos hace salir de nosotros mismos para llevarnos a los demás. Es lo que el Papa Francisco dice también cuando nos habla de «la alegría de evangelizar» y de «la alegría del Amor»; nos lleva a cambiar por dentro y a no tener miedo a acercarnos a todas las realidades que vive el ser humano, con el arte de Santa María.
Necesitamos artistas de la alegría y de la misericordia. Este arte se aprende en el trato íntimo con Dios. Y para ello son necesarios hombres y mujeres que, con su vida, anuncien explícitamente la misericordia de Dios, es decir, el amor de Dios a los hombres y también la alegría que nace del triunfo de Jesucristo sobre la muerte. Es este anuncio el que produce la conversión que trae siempre frutos de amor, reconciliación, justicia, paz, vida… La adhesión a Jesucristo, la fe en Él, al asentarse en el corazón, es decir, en el centro de la personalidad, modula profundamente al ser humano: al artista que toma el pincel, o escribe una partitura, o realiza una escultura, o un edificio; al economista que sin prejuicios y con deseos de construir una economía de comunión, regula la producción y la distribución y consumo de bienes; al escritor; al obrero de la fábrica o del campo. Y es que tal adhesión a la persona del Señor informa y da sentido a todo lo que hace y a todo lo que existe. ¿No es esto lo que encontramos en María?
«No se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero». El Señor nos ha regalado una lámpara, que es Él mismo, pero nos ha recomendado que, para acogerlo, estemos muy cerca de su Madre, la que nos ha dado como Madre. La necesitamos cerca, en medio del mundo, porque ¡nuestro tiempo actual es activo y está agitado! Y por ello, es más urgente que nunca la necesidad de buscar sosiego en Dios y unirnos al Señor con todas las fibras de nuestro corazón. Así lo hizo María. Y así Ella nos invita a hacerlo a nosotros: «Haced lo que Él os diga», nos dijo en las bodas de Caná. El mundo, las relaciones entre los hombres, la conquista de la paz y la reconciliación, el construir la gran familia de los hijos de Dios en esta humanidad, necesitan de hombres y mujeres que sean luz y den luz. Y la tenemos que recoger de quien es la Luz y alumbra a todo hombre: Jesucristo. Pero aprendamos a hacerlo en la escuela de María.
Para ser artistas de la misericordia, os propongo estas bienaventuranzas que debe vivir el discípulo de Jesús y que son un retrato de santa María nuestra Madre:
- Bienaventurado eres si, como María, te dejas educar el corazón por Dios. Quien sigue a Jesús y trata de imitarlo, asimila los sentimientos de su corazón que es compasivo para con todos los hombres y para con todas las situaciones que viven los hombres. ¡Cuánto bien se hace a los hombres cuando un discípulo es luz en el candelero! ¿No fue este el deseo de María cuando nos dijo: «Haced lo que Él os diga»?
- Bienaventurado si, como María, te dejas educar en la confianza en Dios. Ser artistas de la alegría y de la misericordia comporta confianza total y absoluta en el Señor. Como lo hizo María cuando dijo a Dios: «Hágase en mi según tu palabra».
- Bienaventurado si, como María, te dejas educar en la mirada por Dios. Es decir, hay que mirar todo y a todos desde el Señor. ¡Qué diferencia!
- Bienaventurado si, como María, te dejas educar en el despojo de todo porque encuentras la riqueza en Dios. Y, desde esa riqueza, alimentas a los demás y te conviertes en luz y sal.
- Bienaventurado si, como María, te dejas educar en la libertad de corazón, es decir, si eres capaz de dejarlo todo y tener la Luz y acogerla. Libres para amar y para darnos a los demás.
- Bienaventurado si, como María, te dejas educar en el abandono de ti mismo al Padre, es decir, si te pones en manos de Dios con todas las consecuencias.
- Bienaventurado si, como María, te dejas educar en el sentido de la cruz. A mí siempre me ha impresionado el tercer canto del siervo de Isaías (Is 50). El canto habla de un misterioso oyente de la Palabra, disponible, rechazado y, no obstante, firme, valiente y confiado. Este oyente es luz y da Luz.
Nuestro mundo necesita artistas de la alegría y de la misericordia. ¿Te animas? Tú y yo podemos ser uno de ellos con la gracia de Cristo y de la mano de María. Entremos en la escuela de María porque, quien acogió a Dios para darle rostro humano, se constituye en maestra e intercesora del arte que más necesita este mundo, el de la alegría y el amor misericordioso. Podemos ser esos artistas con la seguridad de que Santa María nos acompaña.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, arzobispo de Madrid