VER
El Presidente de la República ha enviado una iniciativa de ley al Congreso de la República, para que se permita el uso de la marihuana con fines terapéuticos y que las personas puedan llevar consigo una cantidad de 28 gramos, sin que sea delito. Se aduce como motivo el ya no criminalizar a los consumidores, influir en la rebaja del precio de la droga, quitarles fuerza y poder a los grandes traficantes, a quienes el gobierno se compromete a seguir persiguiendo.
Untarse marihuana para curar dolores corporales, ha sido una costumbre aceptable. Dios nos dio las plantas para nuestro bien, y algunas tienen propiedades curativas que debemos conocer y saber usar.
Pero liberalizar la portación y el consumo de 28 gramos de marihuana, nos traerá consecuencias deplorables. Pronto veremos que, en cualquier fiesta, ponen en las mesas pequeñas dosis, para el libre consumo de los invitados. Se empieza por pequeñas cantidades, para luego caer en cadenas de las que difícilmente podrán liberarse. ¡A dónde llegaremos!
PENSAR
Durante su reciente visita a nuestro país, el Papa Francisco nos dijo a los obispos: “Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte. Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.
La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada”.
A los jóvenes en Morelia: “Ustedes son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia. Entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror. Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte”.
En Ciudad Juárez: “Uno de los flagelos más grandes a los que se ven expuestos los jóvenes es la falta de oportunidades de estudio y de trabajo. Y esta pobreza y marginación es el mejor caldo de cultivo para que caigan en el círculo del narcotráfico y de la violencia. Es un lujo que hoy no nos podemos dar; no se puede dejar solo y abandonado el presente y el futuro de México”.
ACTUAR
Como es previsible que los legisladores aprueben la iniciativa que les envió el ejecutivo federal, exhorto a padres de familia, educadores, catequistas y agentes de pastoral, que nos esforcemos por consolidar las familias, pues allí está la base que formará personas capaces de ejercer su libertad responsable ante tantas ofertas que les van a llegar. Sin familias estables, algunos caerán en las garras de la marihuana, como caen en el alcohol, y terminarán tirados en las calles, o en centros de rehabilitación. ¡Salvemos la familia, y salvaremos a México!
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Ante la permitida Marihuana
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas