(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- ¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? Se lo pregunta el papa Francisco y a estas inquietudes ha tratado de dar respuesta en su extenso y profundo discurso tras la entrega del premio Carlomagno, que ha recibido esta mañana en el Vaticano.
En presencia de las autoridades europeas, el papa Francisco ha asegurado que sueña una Europa “joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida”, “que se hace cargo del niño”, “que socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio”, “escucha y valora a los enfermos y a los ancianos”, “donde ser emigrante no sea un delito”, “donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura” no contaminada por el consumismo, “donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema” “de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números”, “que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes”, “de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”.
En un fuerte llamamiento a renovarse y a recordar sus verdaderos orígenes, el Santo Padre ha reiterado su intención “de ofrecer a Europa el prestigioso premio con el cual he sido honrado”. Por eso ha pedido no hacer un mero un gesto celebrativo, sino aprovechar la ocasión “para desear todos juntos un impulso nuevo y audaz para este amado Continente”.
De este modo, el Pontífice ha subrayado en su discurso que “la creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites pertenecen al alma de Europa”. Y así, ha recordado que en el siglo pasado, dio “testimonio a la humanidad de que un nuevo comienzo era posible” después de años de trágicos enfrentamientos. Las cenizas de los escombros –ha observado– no pudieron extinguir la esperanza y la búsqueda del otro, que ardían en el corazón de los padres fundadores del proyecto europeo.
Al respecto, el Santo Padre ha advertido de que aquel ardiente deseo de construir la unidad parece estar “cada vez más apagado” ya que nosotros, los hijos de aquel sueño “estamos tentados de caer en nuestros egoísmos”.
En esta misma línea, Francisco ha recordado que en el Parlamento Europeo habló de la Europa anciana, “una Europa que se va ‘atrincherando’ en lugar de privilegiar las acciones que promueven nuevos dinamismos en la sociedad.
Y en este mundo atormentado y herido, el Papa ha asegurado que es necesario volver a aquella solidaridad de hecho, a la misma generosidad concreta que siguió al segundo conflicto mundial.
Del mismo modo, ha asegurado que los proyectos de los padres fundadores, no han sido superados: inspiran, hoy más que nunca, a construir puentes y derribar muros. Parecen expresar –ha añadido– una ferviente invitación a no contentarse con retoques cosméticos o compromisos tortuosos para corregir algún que otro tratado, sino a sentar con valor bases nuevas, fuertemente arraigadas.
El Santo Padre ha invitado a inspirarse en el pasado para afrontar con valentía el complejo cuadro multipolar de nuestros días, “aceptando con determinación el reto de actualizar la idea de Europa”. Una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en tres capacidades: la capacidad de integrar, capacidad de comunicación y la capacidad de generar.
A propósito de la capacidad de integrar, el Santo Padre ha afirmado que “ la belleza arraigada en muchas de nuestras ciudades se debe a que han conseguido mantener en el tiempo las diferencias de épocas, naciones, estilos y visiones”. Los reduccionismos y todos los intentos de uniformar “condenan a nuestra gente a una pobreza cruel: la de la exclusión”, ha advertido. Por eso ha asegurado que la identidad europea es y ha sido “una identidad dinámica y multicultural”. El rostro de Europa “no se distingue por oponerse a los demás, sino por llevar impresas las características de diversas culturas y la belleza de vencer todo encerramiento”, ha recordado Francisco.
Si hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es “diálogo”, ha señalado el Santo Padre. De este modo ha precisado que la cultura del diálogo implica una ascesis que nos permita reconocer al otro como un interlocutor válido y mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a otra cultura “como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado”. Además, ha indicado que esta cultura de diálogo debería ser incluida en todos los programas escolares como un eje transversal.
Finalmente ha advertido de que “nadie puede limitarse a ser un espectador ni un mero observador”. Todos “tienen un papel activo en la construcción de una sociedad integrada y reconciliada”. En este sentido ha señalado que los jóvenes desempeñan un papel preponderante, porque son el futuro y el presentes de nuestros pueblos.
El Pontífice ha subrayado que es necesaria la búsqueda de nuevos modelos económicos más inclusivos y equitativos, orientados al beneficio de la gente y de la sociedad.
Para concluir su discurso, el papa Francisco ha observado que la Iglesia puede y debe ayudar “al renacer de una Europa cansada, pero todavía rica de energías y de potencialidades”.
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Papa Francisco - Premio Carlomagno
El Papa sueña con una Europa que se renueve y promueva los derechos de todos
Donde ser emigrante no sea un delito y de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía