(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco realizó una nueva audiencia de los miércoles en la plaza de San Pedro, en un día gris y fresco a pesar de que Roma se encuentre en plena primavera, lo que contrastaba con la música alegre de una banda de música animaba la plaza. El Papa llevado por el jeep abierto que recorrió los corredores de la plaza, entró saludando a los presentes en particular a los niños y enfermos, para lo cual hizo en alguna oportunidad detener el vehículo.
Tras la lectura del Evangelio, sobre la parábola del fariseo que se consideraba justo y agradecía a Dios porque no era como ‘el otro’, y del publicano que en cambio no osaba ni siquiera levantar los ojos al cielo, el Pontífice profundizó la lectura sacra. E invitó a la plaza en dos oportunidades a decir tres veces como el publicano la hermosa oración “Oh Dios, ten piedad de mi pecador…”.
El Fariseo no pedía nada porque ya tenía todo, en cambio el publicano mendigaba la misericordia de Dios, y este fue justificado. Añadió que “el fariseo es el ícono del corrupto que finge rezar”, y así en la vida quien se cree justo y desprecia a los otros es un corrupto un soberbio. Además la oración del soberbio no abre las puertas hacia a Dios, mientras que humildad del miserable las abre de par en par.
En sus palabras en español dirigidas a los hispanohablantes el Papa dijo:
Audiencia del miércoles 1 de junio de 2016 (foto©Osservatore Romano)
El Papa en la audiencia: 'El fariseo es el símbolo del corrupto que finge rezar'
El Santo Padre nos invita a tener un corazón humilde porque solo así se abren las puertas del Cielo
«Queridos hermanos y hermanas. En la parábola del fariseo y el publicano, que suben al templo para orar, Jesús nos enseña la actitud correcta para invocar la misericordia del Padre.
El fariseo hace una oración de agradecimiento en la que se complace de sí mismo por el cumplimiento de la ley, se siente irreprensible y desprecia a los demás. Su soberbia compromete toda obra buena, vacía la oración, y lo aleja de Dios y del prójimo.
Nosotros hoy, más que preguntarnos cuánto rezamos, podemos preguntarnos cómo lo hacemos, o mejor cómo es nuestro corazón para valorar los pensamientos y sentimientos, y eliminar toda arrogancia.
El publicano ora con humildad, arrepentido de sus pecados, mendiga la misericordia de Dios. Nos recuerda la condición necesaria para recibir el perdón del Señor y se convierte en imagen del verdadero creyente.
La oración del soberbio no alcanza el corazón de Dios, la oración humilde obtiene su misericordia».
Y concluyó: «Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que la Virgen María, nuestra Madre, que proclama en el Magnificat la misericordia del Señor, nos ayude a orar siempre con un corazón semejante al suyo».
La audiencia concluyó con el rezo del Padre Nuestro y con la bendición apostólica.