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En Orlando, Florida, Estados Unidos, un musulmán asesinó a 50 personas e hirió a otras 53, que se divertían en un centro gay. Aunque es difícil establecer los motivos que tuvo, pues la mayoría se inclina por calificarlo como un acto terrorista relacionado con el llamado Estado Islámico, otros lo atribuyen a homofobia. Llama la atención que es un joven nacido en Estados Unidos, hijo de un padre que llegó de Afganistán, pero ya ciudadano norteamericano, con toda la carga cultural nacional. Es lo mismo que pasó con los autores del terrorismo en Bélgica y en Francia: son hijos de migrantes musulmanes, pero nacidos y “educados” en el país que les abrió las puertas. ¿Qué tipo de educación e integración cultural han tenido? Son jóvenes. ¿Qué pasa con la juventud, a nivel local y mundial?
Aprovechando la circunstancia, se oyen voces que dan a entender que la oposición de las diferentes iglesias del país, católicas y evangélicas, a la iniciativa presidencial de reconocer como “matrimonio” a las uniones de homosexuales, puede provocar violencia contra éstos, y que nos deberían investigar si incitamos al odio y al desprecio contra quienes tienen esa orientación. ¡No hay que ser oportunistas! Nunca incitamos a la discriminación, pues todos somos hijas e hijos del mismo Dios Padre y hemos de aprender a vivir como hermanos, aunque algunos de ellos no nos traten así.
Quienes defienden la homosexualidad como si fuera algo “natural”, nos achacan que somos homofóbicos, que somos culpables de que no se les quiera y de que algunos les insulten y desprecien. En un noticiero mañanero, se burlan del editorial de la publicación Desde la Fe del arzobispado de México, como si la masacre de Orlando indicara que la postura de la Iglesia ante los homosexuales provocará ese tipo de crímenes. ¡Qué insensatez, qué poca madurez y qué visión tan sesgada!
Nuestra oposición a que se llame “matrimonios” a las parejas del mismo sexo, no es homofobia; es respeto a la naturaleza humana. No es cosa de fe, sino de simple observación del orden natural. Oponernos a que se dé ese calificativo a esas uniones, no es por ofender a esas personas, sino por defender lo que es propio del ser humano.
PENSAR
El Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado desde el año 1992, indica claramente cuál debe ser nuestra actitud ante los homosexuales: “La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (Cf. Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (2357).
“Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (2358).
“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (2359).
ACTUAR
Seamos muy respetuosos con las personas de orientación homosexual. La mayoría no son responsables de ello, sino que sufren por lo que su historia familiar les provocó. Ofrezcámosles, si lo aceptan, el camino de Jesús, que es de castidad, de amor y de paz.
Mons. Arizmendi (Foto ZENIT cc)
Actitud ante los homosexuales
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas