Teléfono (Wiki commons)

Teléfono (Wiki commons)

La sabiduría de dialogar

Dialogar no es debilidad, sino madurez personal y social

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

VER

Se han programado mesas de diálogo entre el gobierno federal y los maestros, tanto del Sindicato Nacional (SNTE), como de la Coordinadora (CNTE), para abordar asuntos educativos, políticos y sociales. Es de alabar que se haya llegado a esta decisión, que es el mejor camino para encontrar soluciones a la inestabilidad social que se produjo con las movilizaciones de quienes están inconformes con la llamada reforma educativa, aprobada por el Congreso Federal.

En estos días, disfruté mucho que dos grupos antagónicos de una parroquia, que llevaban 25 años en una actitud de rechazo mutuo por sus diferentes posturas políticas y eclesiales, finalmente pudieron llegar a unos acuerdos básicos para integrar el Consejo Parroquial con 8 personas de cada grupo y empezar a programar acciones conjuntas. Se escucharon con respeto y unos aceptaron las propuestas de los otros. Desde hace 16 años, yo les había insistido en dar este paso. Fue como un milagro, que me parecía imposible. Con humildad de corazón, se avanza; con orgullo y prepotencia, todo se pierde.

Escucharse es abrir la mente y el corazón para ponerse en el lugar del otro y tratar de comprender su posición. Dialogar no es conceder todo lo que se pide, sino analizar qué se puede y qué no se puede hacer. Es “saber perder”, para que ganemos todos. Es hacer a un lado el egoísmo personal y grupal, para el bien social.

Dialogar no es debilidad, sino madurez personal y social. Una persona que se niega a dialogar, se considera como la única poseedora de la verdad; se diviniza, se absolutiza; y todo absolutismo es dictatorial. Sólo Dios es la verdad plena y El no se impone, no es dictador, porque es amor, es cercanía, es misericordia, es perdón, es paciencia. Estos son los atributos de un verdadero diálogo.

PENSAR

El Papa Francisco, en su Exhortación La alegría del amor, en los Nos. 136-141, ofrece unos criterios para el diálogo en la familia, valederos para todo tipo de diálogo:

El diálogo supone un largo y esforzado aprendizaje. El modo de preguntar, la forma de responder, el tono utilizado, el momento y muchos factores más, pueden condicionar la comunicación. Siempre es necesario desarrollar algunas actitudes que hacen posible el diálogo auténtico:

Darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir. Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio.

Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma y a ser feliz. Nunca hay que restarle importancia a lo que diga o reclame, aunque sea necesario expresar el propio punto de vista. Subyace aquí la convicción de que todos tienen algo que aportar. Es posible reconocer la verdad del otro, el valor de sus preocupaciones más hondas y el trasfondo de lo que dice, incluso detrás de palabras agresivas. Para ello hay que tratar de ponerse en su lugar e interpretar el fondo de su corazón.

Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las propias opiniones. Es posible que, de mi pensamiento y del pensamiento del otro pueda surgir una nueva síntesis que nos enriquezca a los dos. La unidad a la que hay que aspirar no es uniformidad, sino una unidad en la diversidad, o una diversidad reconciliada. También se necesita astucia para advertir a tiempo las interferencias que puedan aparecer. Es importante la capacidad de expresar lo que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos pero sin descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje moralizante que sólo busque agredir, ironizar, culpar, herir”.

ACTUAR

Aprendamos a dialogar, que es escuchar, comprender, valorar, aprender, cambiar, controlar impulsos, pedir perdón, agradecer. Con la fuerza del Espíritu, se puede.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación