Los girasoles - Vincent van Gogh

Los Girasoles: manifestación de lo divino

Catequesis para toda la familia

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(ZENIT – Madrid).- Los artistas, los verdaderos artistas, aquellos que son honestos con su arte, siempre dejan reflejos de su alma en sus obras. Sin duda este es el caso de Vincent Van Gogh.
Si tuviera que elegir una pintura que fuera fiel reflejo de su alma escogería Los Girasoles. En esta obra, a poco que profundicemos en ella y en la vida de su autor, podemos percibir claramente la manifestación de lo divino.
Van Gogh, hijo de un humilde pastor protestante, fue un fiel devoto. Si bien mucha gente conoce el episodio de la oreja, no tantos saben que, debido a su gran fervor religioso, en su juventud estudió teología y llegó a ser misionero en la región de Mons, en Bélgica, conocida por sus minas, la gran dureza a la que eran expuestos los trabajadores y la enorme miseria en que vivían.
“Tú sabes bien que una de las raíces o verdades fundamentales no solamente del Evangelio, sino de toda la Biblia, es: “La luz que brilla en las tinieblas”. Por las tinieblas hacia la luz. Ahora, ¿quiénes son los que tienen necesidad de ello, quiénes son los que sabrán escuchar? La experiencia ha mostrado que los que trabajan en las tinieblas, en el corazón de la tierra, como los mineros en las minas de carbón, quedan fuertemente impresionados por la palabra del Evangelio y le prestan fe”. (Extracto de una de sus cartas a su hermano Theo)
Van Gogh vivió estos años en absoluta pobreza, repartiendo lo poco que tenía entre los más necesitados, hasta el punto de poner en peligro su vida y su salud. En esos años de misión, la manera impetuosa y vehemente de sufrir con los que sufren, compartiendo hasta el extremo sus vidas, puede servirnos como muestra de lo que implica la verdadera misericordia. La palabra misericordia proviene etimológicamente del latín mísere (miseria, necesidad), cor-cordis (corazón) e ia (hacía los demás); es decir, dolerse de corazón con aquellos que sufren o padecen necesidad, sentir en el propio corazón la miseria ajena. A pesar de los errores que pudiera cometer en el enfoque de su apostolado, es obvio que en estos años realizó intensamente algunas obras de misericordia, tales como dar de comer al hambriento, dar bebida al sediento y consolar al triste.
Las condiciones de vida tan duras a las que se sometió causaron verdaderos estragos en la salud de Van Gogh, quien, siguiendo los consejos de su hermano Theo, terminó por abandonar la misión que tanto le afectaba física y psicológicamente. Tras un periodo de tristeza por no haber logrado sus aspiraciones de seguir al Señor siendo pastor ni misionero, con 27 años descubrió que su nueva misión sería llevar la misericordia de Dios, colaborar en la redención de la humanidad, a través del arte.
Ahora que ya hemos vislumbrado la profundidad del alma de Van Gogh, podemos preguntarnos ¿Qué tienen que ver en ello Los Girasoles? Todos sabemos que es habitual, desde la pintura cristiana primitiva, representar a los santos y figuras sagradas con un halo o aureola alrededor de su cabeza. Este halo representa a los santos iluminados por la luz esplendorosa que proviene de Dios, y a su vez siendo luminarias para el mundo. El propio Jesucristo dijo: “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará entre tinieblas”. Por tanto no debe sorprendernos que la luz y el sol sean unas constantes en sus pinturas. Esta luz, representada a través del color amarillo, es una señal de identidad de sus cuadros: su serie sobre los trigales, la casa amarilla, la habitación de Arlés y, obviamente, sus girasoles.
¿Por qué su obsesión con los girasoles? Era costumbre en los religiosos holandeses tener láminas y libros con dibujos simbólicos que se referían a pasajes de la Biblia. Era bien conocida la simbología del girasol. Una flor que según avanza el día va buscando siempre la dirección del sol, para así absorber plenamente sus rayos. ¡Qué mejor simbolismo del ideal de la vida cristiana! El hombre que busca constantemente mirar a Dios, tal y como hizo el mismo Van Gogh a lo largo de su existencia.
Víctor Fernández de Moya Gámez
 
 

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ZENIT Staff

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