Ángelus (Foto archivo)

Ángelus (Foto archivo) (CTV)

Texto completo del ángelus del papa Francisco del 15 de agosto de 2016

El Papa pide por las mujeres que sufren violencia y por las poblaciones que son víctimas inocentes de persistentes conflictos

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(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco rezó hoy, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, la oración del ángelus desde su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, en la cual le aguardaban miles de fieles y peregrinos.
A continuación sus palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días. Y buena fiesta de la Asunción!
La página evangélica de la fiesta de hoy, de la Asunción de María al cielo, describe el encuentro entre María y su prima Isabel, subrayando que “María se levantó y fue rápidamente hacia la región montañosa, en una ciudad de Judea”. En aquellos días, María corría hacia una pequeña ciudad en los alrededores de Jerusalén para encontrar a Isabel.
Hoy la vemos en su camino hacia la Jerusalén celeste, para encontrar finalmente el rostro del Padre y volver a ver el rostro de su hijo Jesús. Muchas veces en su vida terrena había recorrido zonas montañosas, hasta la última etapa dolorosa del Calvario, asosociada al misterio de la pasión de Cristo.
Ahora la vemos alcanzar la montaña de Dios, “vestida de sol con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas”, como dice el libro del Apocalipsis, y cruzar el umbral de la patria celeste.
Fue la primera en creer en el Hijo de Dios y la primera que fue llevada al cielo en cuerpo y alma. Fue la primera que acogió y tomó en sus brazos a Jesús cuando aún era niño y la primera en ser recibida en sus brazos para ser introducida en el Reino eterno del Padre.
María, humilde y simple muchacha de un pueblo perdido en la periferia del imperio, justamente porque acogió y vivió el Evangelio fue admitida por Dios a estar durante la eternidad al lado del trono de su hijo. Es así que el Señor destituye a los poderosos de sus tronos y eleva a los humildes. (cfr Lc 1, 52).
La Asunción de María es un misterio grande que se refiere a cada uno de nosotros y se refiere a nuestro futuro. María, de hecho nos precede en el camino hacia el cual se encaminan aquellos que mediante el bautismo han atado su vida a Jesús, como María ató a Él la propia vida.
La fiesta de hoy nos hace mirar al cielo. La fiesta de hoy preanuncia “cielos nuevos y tierra nueva”, con la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte y la derrota definitiva del maligno.
Por lo tanto la exultación de la humilde joven de Galilea, expresado en el canto del Magnificat, se vuelve el canto de la humanidad entera, que se complace en ver al Señor inclinarse sobre todos los hombres y todas las mujeres, humildes criaturas, y asumirlos con él en el cielo.
El Señor se inclina sobre los humildes para elevarlos, como indica el canto del Magnificat. Este canto los lleva también a pensar en tantas situaciones dolorosas actuales, en particular en las mujeres subyugadas por el peso de la vida y el drama de la violencia, en las mujeres esclavas de la prepotencia de los poderosos, en las niñas obligadas a trabajos inhumanos, en las mujeres obligadas a rendirse en el cuerpo y en el espíritu concupiscencia de los hombres.
Pueda llegar cuanto antes a ellas el inicio de una vida de paz, de justicia, de amor, mientras esperan el día en el que finalmente se sentirán tomadas por manos que no las humillan, pero que con ternura las elevan y las conducen hacia el cielo.
María, una niña, una mujer que ha sufrido tanto en su vida nos hace pensar en estas mujeres que sufren tanto. Pidamos al Señor que Él mismo las conduzca por la mano y las lleve en por los caminos de la vida, liberándolas de esta esclavitud.
Ahora nos dirigimos con confianza a María, dulce Reina del cielo y le pedimos, “Dadnos días de paz, vigila sobre nuestro camino, haz que veamos a tu Hijo, llenos de la alegría del Cielo”. (Himno segundo de las vísperas).
Después de rezar la oración del ángelus dirigió las siguientes palabras:
“Queridos hermanos y hermanas.
A la Reina de la paz, que contemplamos hoy en la gloria celeste, deseo confiarle nuevamente las ansias y los dolores de las poblaciones que en tantas partes del mundo son víctimas inocentes de persistentes conflictos.
Mi pensamiento se dirige a los habitantes de Nord Kivu, en la República Democrática del Congo, recientemente golpeada por nuevas masacres realizadas en un silencio vergonzoso, sin atraer ni siquiera nuestra atención. Estas víctimas hacen parte, lamentablemente, de los tantos inocentes que no tienen ningún peso en la opinión mundial. Obtenga María para todos sentimientos de compasión, de comprensión y el deseo de concordia.
Saludo a todos, romanos y peregrinos que llegan desde los diversos países. En particular saludo a los jóvenes de Villadose, a los fieles de Credaro y a los de Crosara.
Les deseo una hermosa fiesta de la Asunción, a todos los que están aquí presentes, a quienes se encuentran en los lugares de veraneo, así como a todos aquellos que no han podido irse de vacaciones, especialmente a los enfermos, a las personas solas y a quienes en estos días de fiesta aseguran los servicios indispensables para la comunidad.
Les agradezco de haber venido y por favor, no se olviden de rezar por mi”. Y concluyó: “¡Buon pranzo e arrivederci!”.
(Texto completo traducido y tomado desde el audio por ZENIT).

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ZENIT Staff

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