(ZENIT – Roma, 26 May. 2017).- Con una misa en la Iglesia Nacional Argentina, y un acto ante la estatua equestre del general José de San Martín, fue celebrado en Roma el aniversario patrio de Argentina, con la presencia de los tres embajadores de Argentina: ante Italia, Tomás Ferrari; ante la Santa Sede, Roger Pfirter, y ante la FAO, Claudio Rozencwaig,
Proponemos a continuación el texto completo de la homilia del cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, pronunciado con motivo de la misa en la Fiesta Nacional Argentina.
Reverendo Señor Rector de la Iglesia Nacional Argentina,
Excmo Señor Rogelio Pfirter, Embajador de la República Argentina ante la Santa Sede,
Excmo Señor Tomás Ferrari, Embajador de la República Argentina ante la República Italiana,
Excmo Señor Embajador ante la FAO y Organismos Internacionales,
Excma Señora Cónsul General de Argentina en Roma,
Excmos Embajadores y Distinguidos Diplomáticos,
Hermanas y Hermanos en el Señor:
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos ubica en el contexto del tiempo litúrgico que la Iglesia católica está celebrando: Es la Pascua del Señor y el tiempo de espera del Espíritu Santo prometido, Espíritu de consuelo y de paz. Jesucristo ha resucitado y, como se acostumbra en Oriente, al saludo de Pascua: «Cristo ha resucitado», se responde: «Si, verdaderamente ha resucitado!» Es la expresión de una certeza de fe, repetida mil veces, que ha dado vida a la naciente Iglesia apostólica.
Y esta certeza es la que lleva a Pablo a predicar el Evangelio sin miedo ni temor, saliendo al encuentro de los paganos para anunciar a Jesucristo Resucitado. Este el «clima» pascual que cambió el rumbo de la historia… «Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver»… «ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo en cambio se alegrará. Ustedes están tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo».
Foto: El Embajador Argentino ante Italia, Tomás Ferrari; ante la FAO Claudio Rozencwaig con su consorte y la cónsul general, María Dougherty en la Iglesia argentina en Roma el 25 de mayo de 2017
Los discípulos han visto a Cristo Resucitado, lo han tocado, le han hablado, se han colmado de paz y de alegría. El cristiano, el discípulo sabe que la realidad de un mundo que aparentemente se aleja de Dios, o que da pie a la persecución y a la incomprensión respecto de la Iglesia, es transitoria. Lo definitivo, lo eterno es el gozo de haber encontrado a Jesús Resucitado, es la certeza de no perderlo nunca más. Cristo Resucitado y viviente es el que da sentido último a la historia y a nuestra vida.
A veces subrayamos la oscuridad y las tinieblas del presente, la indiferencia y la pérdida de la fe. Otras veces vemos signos de renovación y crecimiento de los valores espirituales o de una vuelta a la fe en nuestro tiempo. Lo cierto es que hay momentos en los que se siente viva la presencia de Dios y, otros, en los que se lamenta su silencio. Sin embargo Cristo Resucitado estará siempre con nosotros y nos guiará gracias al Espíritu Santo que nos has enviado.
Por eso en los momentos oscuros de nuestra vida y de nuestra patria, en los momentos de dificultad y de tristeza, de desorientación personal y social, de pérdida de los valores cristianos, nuestra actitud no tiene que ser como la de los discípulos que pensaron que Jesús se había ido y que los había abandonado. Al contrario nuestra fe cristiana nos impulsa a trabajar por nuestra patria con entusiasmo y participación, con respeto y diálogo con todos, con espíritu constructivo y con una fundamental sensibilidad para con los más necesitados.
El recuerdo de nuestra patria es hoy más vivo y cariñoso: como siempre rezamos por ella, por sus autoridades, por todas sus componentes sociales y políticas. Nuestra confianza en Dios es hoy más fuerte que nunca y la certeza de nuestra fe pascual nos animará a construir día tras día la patria que soñaron nuestros próceres y que nosotros queremos ver hecha realidad para bien de nuestro pueblo.
Nuestra acción de gracias, expresada con esta celebración eucaristica, es profunda y sincera. Cuánto ha recibido de Dios nuestra Argentina desde el primer grito de libertad de 1810! Generosamente Dios nos ha acompañado como un Padre pone sobre sus hombros a sus hijos e hijas. Gracias Señor!
Hoy ponemos a los pies de nuestra Patrona, Nuestra Señora de Luján, todo lo que anhelarnos para nuestro país: paz, serenidad, justicia, libertad y respeto de la ley, para poder convivir como hermanos reconciliados y solidarios en la construcción de un futuro de esperanza para nuestros conciudadanos.
Santa María de Luján bendice a nuestra patria y haz que vivamos siempre el amor que nos trajo tu Hijo Jesús. Amén.