+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
VER
A cada rato me llegan quejas y mensajes de que, entre grupos de una misma comunidad católica, siguen las divisiones, los pleitos, las incomprensiones, los rechazos. Unos se quejan de otros. En el fondo, hay diversas formas de vivir la fe, y cada cual se siente estar en lo correcto, condenando a los otros. Unos insisten más en la lucha social, en la denuncia profética, en marchas o peregrinaciones por el cambio social, y esto como vivencia sincera y convencida de su fe, mientras que otros ponen el acento en los aspectos más religiosos, como la oración, la lectura de la Palabra de Dios, las celebraciones sacramentales. En vez de aceptarse en sus diferencias, de respetarse y valorarse, de asumir como válidos otros caminos de fe, se excluyen, no se toleran como miembros de una misma parroquia o diócesis. Hace años, un miembro de Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) me dijo que, si yo aceptaba a los de Renovación Católica en el Espíritu Santo, no contara con CEBs… Afortunadamente, se han dado pasos de aceptación y colaboración, y hay parroquias donde conviven fraternalmente, aunque persisten desconfianzas y descalificaciones.
En algunos Estados del país, acaban de pasar elecciones para gobernadores y otros cargos políticos. ¿Qué es lo que hubo en las campañas previas y qué queda ahora? Sólo acérrimas críticas de unos contra otros. Acusaciones mutuas de corrupción, para convencer al electorado de que los otros son los malos y uno es la mejor opción. Nadie pondera lo positivo de los otros, ni ve aspectos buenos que podrían servir mucho a la sociedad, sino todo lo contrario. Y si hicieron alianzas, no fue para poner en común sus fuerzas y valores, sino sólo por el interés de derrotar al candidato que, de otra forma, no podrían vencer. Si ahora piensan en alianzas para las elecciones presidenciales del 2018, no es por conjuntar propuestas y unir proyectos, sino sólo por el interés de ganar. Eso no es unidad, no es alianza, sino sólo conveniencia oportunista, que tarde o temprano se rompe y sólo deja enemigos y resentimientos. Son soluciones momentáneas para sacar a alguien del poder; son estrategias convenencieras; no es unidad que da cohesión a las diferencias.
PENSAR
El Papa Francisco nos dijo el domingo pasado, fiesta de Pentecostés: “El mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal. De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.
Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes, cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Son los así llamados custodios de la verdad. Entonces se escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos en unos seguidores partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de derechas o de izquierdas antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad. En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo, «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Co 3,17).
Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo” (4-VI-2017).
ACTUAR
Aprendamos a construir la unidad en la diversidad; a aceptar como un valor el ser diferentes, donde cada quien aporta sus capacidades, para construir juntos una familia mejor, una sociedad más justa, una Iglesia más armoniosa y multiforme. Así la quiere el Espíritu. Así la quiere Jesús.