Mons. Arizmendi (Foto ZENIT cc)

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Obispos por la paz

Varios obispos, sacerdotes y laicos, reunidos, en Oaxaca, convocados por el CELAM

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+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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Estamos reunidos, en Oaxaca, varios obispos, sacerdotes y laicos, convocados por el CELAM y por nuestra Conferencia Episcopal, para reflexionar sobre qué nos toca hacer como Iglesia, y en particular como obispos, antes los variados conflictos que hay en las comunidades y ante las diferentes violencias que sufre el país, para acompañar procesos de paz. Expertos en el asunto nos dan una visión profunda y completa de este fenómeno, que causa tanto dolor en las víctimas y tanto descontrol en la sociedad. La sola represión genera más violencia. Es un problema que no le toca resolver sólo al gobierno, a su ejército y sus policías, sino que nos involucra a todos. Nosotros no podemos permanecer indiferentes, o pasar junto a los heridos del camino contentándonos sólo con rezar, como lo hacían los sacerdotes y levitas del Antiguo Testamento.
Lamentablemente, a cada rato se presentan violencias y conflictos, divisiones y enfrentamientos, sea por el narcotráfico, sea por los partidos, las organizaciones, o las mismas familias, que pelean por un pedazo de tierra, sea también al interior de nuestras comunidades eclesiales, que se enfrentan por los distintos estilos y opciones prioritarias en la fe y en la pastoral. No podemos olvidar el sufrimiento que conlleva el fenómeno migratorio, porque la salida en búsqueda de mejores oportunidades, o el paso de migrantes por nuestro país, los expone a la explotación, a la violencia y la deshumanización de los traficantes y de los que se aprovechan de su indefensión para dañarlos en sus derechos y acabar con su misma dignidad. Nuestros albergues son como oasis para ellos, pero la migración tiene muchas facetas que requieren un trabajo no solamente asistencial, sino más estructural.
Una violencia que deja huellas profundas en la generada al interior de las familias. Un padre violento, alcohólico, ausente, irresponsable, o una madre impositiva y, además, ausente porque tiene que salir a trabajar, deja en la indefensión a los hijos, y muchos se aprovechan de ello tanto para explotarlos, como para abusos de toda índole. Y este dolor, sobre todo cuando un papá viola a su propia hija, marca toda la existencia y destruye a las personas. No podemos ser indiferentes, sino escuchar, atender, comprender y apoyar a las víctimas en todo lo que más podamos.
PENSAR
El Papa Francisco, en su Exhortación Evangelii gaudium, nos dice que, “a pesar de toda la corriente secularista que invade las sociedades, en muchos países -aun donde el cristianismo es minoría- la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación por los más carenciados. En repetidas ocasiones ha servido de mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz, la concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos, etc.” (65).
“Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales” (180).
“La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética” (218).
“La paz tampoco se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres. En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia” (219).
ACTUAR
Eduquémonos para estar más cerca de las víctimas y hacer cuanto podamos por sus derechos y para darles consuelo y esperanza. Desde la familia, hay que educar a los hijos para que aprendan el valor de la paz, empezando por el respeto al interior del mismo hogar.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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