Ciclo A – Textos: Is 55, 10-11; Rm 8, 18-23; Mt 13, 1-23
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: Diversos tipos ante la Palabra que Dios siembra a diario en el corazón.
Resumen del mensaje: El primero es el torpe, el segundo es el aerostático; el tercero es el agobiado; y el último, el bueno. No es problema del sembrador, que es magnífico. No es problema de la semilla, que tiene la potencia de germinar y dar fruto. El problema es el terreno donde cae esa semilla.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, analicemos al primer tipo, el torpe. Hombre y mujer ligeros, superficiales, baratos. Tipo que no pasa de moda, que siempre se llevó. Es el vulgar, el sensorial que se tira la vida acodado a la venta de los sentidos. Personas fuera de juego, de la realidad, fuera del campo, gentes vereda. Gente que, ante palabras como religión, compromiso, activismo, operación testigo de Dios en el mundo…miran al interlocutor con ojos de pulpo en garaje y se preguntan qué es eso. Van por la vida como payasos de circo por el redondel, haciendo el pino: de cabeza y con los pies por alto. Y entonces la escala de valores se les queda al revés. O sea, arriba el amor, el dinero, el placer, el éxito, etc., y abajo la honradez, el trabajo, la virtud, la fidelidad, Dios. Personas religiosamente torpes. La Palabra de Dios bota, rebota y se la lleva en el pico el primer pájaro en vuelo rasante.
En segundo lugar, analicemos el segundo tipo, el aerostático. Hombre y mujer inconstantes. Ejemplar entusiasta a la primera, triunfalista a la segunda y acabado a la tercera…de cambio. Tampoco pasa de moda. Una idea grande, noble, mesiánica…es hidrógeno que le hincha, como a un globo, globo que, sin sacos terreros ni lastre de constancia en la barquilla, se eleva, se cansa, explota y cae hecho añicos. Peligrosos porque se entusiasman lo mismo para el bien que para el mal, la verdad o el error; son pólvora, ruido y humo pero ni carácter ni voluntad ni personalidad ni constancia ni madurez. Héroes por un día. La inconstancia es una roca tapizada de humus: cae la palabra de Dios y queda, brota espiga triunfal y muere en cuanto le pega el sol en las aristas.
En tercer lugar, analicemos el tercer tipo, el agobiado. Es ese que lee el periódico mientras desayuna, despacha asuntos mientras come, se informa de las noticias mientras cena y, mientras duerme, planifica los asuntos que al día siguiente resolverá mientras desayuna, come y cena. Gentes con tiempo para todo, sin tiempo para nada, sin zonas verdes para el espíritu, barbechos para abrojos y cardos borriqueros. Que caiga ahora, mansa y humilde, la palabra de Dios inspirador, exigente…y ¡a morir! Y nos queda por analizar también el bueno. Tiene la sabiduría reposada. Le da la acogida que el torpe le negó. Le ofrece la seriedad que no le dio el aerostático. Le tiende la dedicación que se escondió el agobiado. Este deberíamos ser todos. Aquí la palabra de Dios fructifica según la capacidad y los talentos de cada uno. Y reparte por doquier migajas de su fruto: en casa, en el trabajo, en la plaza, en la iglesia. Y todos, tan contentos. Y con esas migajas alimentamos a los necesitados, a los pobres y a los enfermos.
Finalmente, analicemos el terreno bueno. Tierra fértil, limpia, preparada, húmeda, buena, como Samaria (cf. Jn 4,35-37; Hech 8,5-12); los 3000 en el día de Pentecostés (Hech 2,41); el eunuco (Hech 8,35-39); Saulo de Tarso (Hech 9,18; 22,16; 26,19); Cornelio (Hech 10,33,48); Lidia (Hech 16,13-15); el carcelero (Hech 16,30-34); los corintios (Hech 18,10); y los efesios (Hech 19,1-5). Este terreno oye la palabra, la entiende, la obedece y lleva fruto. Riega la semilla en la oración. La escarda con el sacrificio. La cuida con la vigilancia para que no entren raposas y se la coman. «Son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia». Es el corazón bueno que puede ser conmovido por las grandes verdades del evangelio, y que celosamente las guarda. Oye la palabra atentamente, la estudia, la entiende y la obedece no importa quién la predique, ni con qué motivos la predique, ni quién más la obedezca, ni cuántas ofensas vengan. Tierra blanda, a diferencia del duro suelo, pedregoso; está limpia, a diferencia del terreno infectado por espinos. Aquí las semillas se abren a la vida y dan una hermosa cosecha. El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María, en cuyo seno germinó Jesús.
Para reflexionar: ¿Cuál de los cuatro tipos soy? ¿Qué fruto estoy dando en mi vida personal, familiar, profesional, laboral, ministerial: cardos, espinas, piedras, pura hoja, ramas secas?
Para rezar: Señor, quiero ser terreno bueno para recibir tu semilla y producir fruto para la vida eterna. Ayúdame a arrancar de mi alma las piedras de mi soberbia, las espinas de mis deseos innobles. Que tome muy en serio tu semilla, pues está llamada a dar excelente fruto de virtudes en mi vida personal, familia, profesional. Que a ejemplo de tu Santísima Madre, yo reciba la semilla en la fe, la interiorice en la oración, me la apropie y me deje transformar por ella. Amén.
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