(ZENIT – 27 septiembre 2018).- Saludo con afecto a los organizadores y participantes en el Foro Interreligioso G20, que tiene lugar este año en Buenos Aires. Estas conferencias interreligiosas, en el marco de las reuniones de la Cumbre del G20, aspiran a ofrecer a la comunidad internacional la aportación de sus distintas tradiciones y experiencias religiosas y filosóficas para iluminar aquellas cuestiones sociales que nos preocupan hoy de modo especial.
En estos días de intercambio y reflexiones, se proponen profundizar en el papel de las religiones y su aportación específica en la construcción de un consenso, para un desarrollo justo y sostenible que asegure un futuro digno para todos. Ciertamente, los desafíos que tiene que afrontar el mundo en estos momentos son muchos y muy complejos. Nos enfrentamos actualmente a situaciones difíciles que no solo afectan a tantos hermanos nuestros desamparados y olvidados, sino que amenazan el futuro de la humanidad entera. Y los hombres de fe no podemos quedar indiferentes ante estas amenazas.
Pensando en las religiones, creo que más allá de las diferencias y puntos de vista distintos, un primer aporte fundamental al mundo de hoy es el de ser capaces de mostrar la fecundidad del diálogo constructivo para encontrar, entre todos, las mejores soluciones a los problemas que nos afectan a todos. Un diálogo que no significa renunciar a la propia identidad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 251), sino estar dispuestos a salir al encuentro del otro, a comprender sus razones, a ser capaces de tejer relaciones humanas respetuosas, con el convencimiento claro y firme de que escuchar al que piensa de modo diferente es ante todo una ocasión de enriquecimiento mutuo y de crecimiento en la fraternidad. Porque no es posible construir una casa común dejando de lado a las personas que piensan distinto, o aquello que consideran importante y que pertenece a su más profunda identidad. Hay que construir una fraternidad que no sea de “laboratorio”, porque «el futuro está en la convivencia respetuosa de las diferencias, no en la homologación de un pensamiento único teóricamente neutral» (Discurso al Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso, 28 noviembre 2013).
Ante un mundo en el que se afirma y se consolida un paradigma de desarrollo de tipo tecnocrático, con su lógica de dominio y control de la realidad en favor de intereses económicos y de beneficio, pienso que las religiones tienen un gran papel que desempeñar, sobre todo gracias a esa “mirada” nueva sobre el ser humano, que viene de la fe en Dios creador del hombre y del universo. Cualquier intento de buscar un auténtico desarrollo económico, social o tecnológico, ha de tener en cuenta la dignidad del ser humano; la importancia de mirar a cada persona a los ojos y no como un número más de una fría estadística. Nos mueve la convicción de que «el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social» (Const. ap. Gaudium et spes, 63). Ofrezcamos por eso una manera nueva de mirar a los hombres y a la realidad, ya no con afán manipulador y dominante, sino con respeto de su propia naturaleza y de su vocación en la creación entera, porque «siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde» (Cart. enc. Laudato si’, 89).
Queridos amigos: deseo renovar una vez más, y ante esta asamblea tan cualificada, mi llamamiento a proteger nuestra casa común mediante la preocupación por toda la familia humana. Una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre cómo estamos construyendo nuestra sociedad, en la búsqueda de un desarrollo sostenible y convencidos de que las cosas pueden cambiar.
Permítanme terminar recordando una vez más que todos somos necesarios en esta labor, y que podemos colaborar todos juntos como instrumentos de Dios para proteger y cuidar la creación, aportando cada uno su cultura y su experiencia, sus talentos y su fe.
Y, por favor, les pido que recen por mí.
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