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Mons. Enrique Díaz Díaz: "Un corazón libre"

XXVIII Domingo Ordinario

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Sabiduría 7, 7-11: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”
Salmo 89: “Sácianos, Señor, de tu misericordia”.
Hebreos 4, 12-13: “La palabra de Dios descubre los pensamientos e intenciones del corazón”.
San Marcos 10, 17-30: “Ve y vende lo que tienes y sígueme”
Este domingo hemos escuchado uno de esos evangelios incómodos, que tratamos de modificar, les buscamos explicaciones, acomodamos su sentido y decimos que Jesús habla en forma figurada para no comprometernos en serio con lo que Él afirma. Veámoslo con atención. Jesús continúa en el camino con sus discípulos y les va enseñando lo más importante para su seguimiento. Corriendo, se acerca un hombre y pregunta a Jesús: “¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Ya la misma pregunta nos llama la atención. No parece que muchas personas estén interesadas en ganarse la vida eterna. Aparecen muchos libros y recetas para ganar dinero, éxito, poder, para obtener salud, perder peso… pero casi nadie estaría interesado en saber cómo ganarse la vida eterna, la plenitud de la vida. No sabemos si este hombre sea un sincero buscador de la verdad, no podemos descubrir si realmente quiere seguir a Cristo, o si solamente se trate de un judío que quiere cumplir a plenitud con su religión. La respuesta de Jesús a muchos de nosotros nos parece ya bastante exigente: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”. ¡No cumplimos los mandamientos! ¡Muchas veces ni los sabemos! Jesús no insiste en muchas celebraciones o mucho culto, insiste en el amor y la relación con el prójimo. Siguiendo la línea y pensamiento de muchos profetas anteriores a Él, Jesús afirma que la ofensa en contra del ser humano es la que ofende a Dios. Para nuestra sorpresa aquel hombre afirma que lo ha cumplido todo desde pequeño. Cosa que ojalá pudiéramos decir cada uno de nosotros.
Entonces Jesús lo miró con amor y lanza su propuesta. Tan gran aventura a la que invita Jesús, sólo se puede entender a partir del amor. Toda su exigencia se entiende solamente como respuesta de amor, al amor y por amor. “Una cosa te falta”, sí, es una sola cosa, pero es la decisiva: pensar en una manera nueva, mirar de otra forma la propia vida, tener otros intereses. Y ahí se complica todo, no es que el hombre rico no piense, sino que sus pensamientos funcionan, y muy bien, pero sólo en una dirección: defender, aumentar, consolidar las propias posesiones, hacer crecer su riqueza. No es capaz de pensar en otra forma de vivir. Y Cristo le propone un seguimiento radical. Al mirarlo con amor, lo invita a ser su discípulo, a liberar su corazón y dejar de apetecer el dinero, de confiar en el dinero. Le invita a vivir como Él mismo vive: en verdadera libertad, felicidad y amor. El apego a los bienes endurece el corazón, dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra para compartir con el necesitado. En una palabra, hace imposible el seguimiento de Cristo.
La ambición del dinero, aunque a veces no lo tengamos, nos lleva a destruir y destruirnos con tal de poseer. El rico nunca se conforma con lo que ya tiene, siempre ambiciona más y destruye. El grave problema de nuestro mundo, como lo afirma el papa Benedicto en su carta Caritas in Veritate, no es la falta de alimentos pues “la riqueza crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades…en las zonas más pobres, algunos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”. El verdadero problema es la ambición. La ambición provoca la corrupción, la violación de derechos humanos, la ilegalidad, la destrucción del medio ambiente a favor de unos cuantos, miseria y pobreza. El Papa Francisco también nos reta a contemplar nuestro planeta, semidestruido y agotado, que nos grita que ha sido víctima de ambiciones que lo han saqueado y colocado al borde de su destrucción. El agua, el aire, los árboles, las minas, lejos de ser una fuente de ingresos y bienestar para todos los hermanos, se han convertido en botín de unos cuantos que saquean y arrebatan y que al final dejan las zonas estériles y vacías. La afirmación de Jesús: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”!, es muy  dura si nos la tomamos en serio.
Seguir a Jesús es muy exigente. La invitación que hace con amor a ser uno de los suyos exige tener el corazón libre. No sólo hay que dejar todos los bienes, sino que hay que repartirlo a los pobres. No basta respetar la justicia, hay que ir a la raíz del mal y fundamento de la injusticia: la ambición de la riqueza. Así aquel hombre prefiere seguir “cumpliendo” mandamientos, pero no se arriesga a la aventura de una entrega total y un amor verdadero que ofrece Jesús. De ahí también el escándalo de los discípulos y las interpretaciones sencillas y fáciles que muchos buscan para poder “pasar por el ojo de una aguja”. Lo importante es la libertad del corazón.
Como cada domingo la Palabra de Dios nos viene a exigir y a cuestionar profundamente. Acerquémonos a Jesús con todas nuestras posesiones, poquitas o muchas, y veamos si no nos están atando el corazón. Miremos si nuestra ambición no ha dañado a personas, a la naturaleza, a la familia, o nuestra relación con Dios. Descubramos juntos con Jesús qué es lo que nos hace falta para encontrar una vida verdadera y plena. Y entonces escuchemos las palabras amorosas de Jesús: “Ven y sígueme”.
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos purifique y nos libere, nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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