(ZENIT – 11 junio 2019).- Los obispos mexicanos defienden que los migrantes “nunca deben ser moneda de cambio” y que ninguna negociación ha de ceder ante lo que la Iglesia y la sociedad ha defendido durante años: “la no criminalización de los migrantes ni de los defensores de derechos humanos que muchas veces luchan a favor de la dignidad a contra corriente y con riesgos importantes para su propia seguridad”.
Ayer, 10 de junio de 2019, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) envió un mensaje titulado “No se trata sólo de migrantes: se trata de nuestra humanidad”, con motivo del acuerdo entre México y los Estados Unidos en materia arancelaria y política migratoria.
Preocupación y contradicción
En primer lugar, los Obispos han manifestado su preocupación “por la falta de acogida verdaderamente humanitaria a nuestros hermanos migrantes que refleje nuestras convicciones en materia de reconocimiento y protección de los derechos de todos los seres humanos por igual”.
Por otro lado, manifiestan que resulta contradictorio el despliegue de efectivos de seguridad en la frontera sur con Guatemala, pues no soluciona el problema de la inmigración de raíz y “si hemos rechazado como mexicanos la construcción de un muro no podemos convertirnos nosotros mismos en ese muro”.
Asimismo, los prelados aplauden que se haya alcanzado el acuerdo arancelario con Estados Unidos, de manera que se evitan “graves e injustas afectaciones económicas a nuestro país”, y, al mismo tiempo, piden a los responsables de las negociaciones que el diálogo prosiga “y exprese los valores fundamentales de dos países democráticos: el respeto a los Derechos Humanos, la solidaridad entre los pueblos y el trabajo por el bien común de nuestra región”.
«No podemos ser indiferentes»
No obstante, para los miembros del episcopado mexicano, es primordial promover el desarrollo humano integral de Centroamérica y el Sureste mexicano. México no es una nación aislada, sino “un país hermano que debe construir junto con los países centroamericanos una estrategia que atienda al bien común regional y que no sólo rescate de manera momentánea y un tanto coyuntural, un cierto bien parcial”.
Conscientes de la precaria situación de las personas migrantes, los obispos consideran que, como humanos, “no podemos ser indiferentes al dolor que muchos de ellos viven y que reclama nuestra ayuda humanitaria y el respeto irrestricto a sus derechos humanos”.
Política migratoria justa
Como representantes de la Iglesia católica mexicana, los prelados afirman que “es necesaria una justa política migratoria que, por un lado, garantice un libre tránsito de personas ordenado, regulado y responsable; y por otro lado vele por los intereses legítimos de los miembros de nuestra nación”.
Al mismo tiempo, señalan que los mexicanos deben unirse para enfrentarse a los desafíos de este y otros problemas globales, pero siempre manteniendo la fraternidad entre los pueblos.
Petición a los gobiernos
Los obispos piden formalmente a los gobiernos de Estados Unidos y México que establezcan “un compromiso permanente para privilegiar siempre el diálogo y la negociación transparente en nuestras relaciones bilaterales. No caer en la fácil tentación del chantaje o la amenaza. El bien de cada país se construye velando por el bien de toda la región. No hay futuro más que caminando juntos como hermanos que somos, solidarios y corresponsables”.
En el mensaje reiteran su compromiso como obispos para garantizar la seguridad y protección de los derechos humanos en materia de migración y a seguir ofreciendo ayuda humanitaria a las personas que transitan por México. Al mismo tiempo, exhortan a los migrantes a integrarse con respeto en las comunidades en las que se inserten.
«Se trata de nuestra humanidad»
Finalmente, los prelados mexicanos se han referido a las palabras del Papa Francisco en su mensaje para la jornada mundial del migrante y el refugiado de 2019 y que da título a su propio texto: “(Porque) no se trata sólo de migrantes: se trata de nuestra humanidad (…) La compasión toca la fibra más sensible de nuestra humanidad, provocando un apremiante impulso a ‘estar cerca’ de quienes vemos en situación de dificultad».