(ZENIT – 12 julio 2019).- El pasado mes de noviembre durante el «Miércoles Rojo», en el marco de la conmemoración de los perseguidos en nombre del cristianismo, Mons. Eamon, arzobispo de Armagh, administrador apostólico de la diócesis de Dromore y primado de toda Irlanda, señaló su intención de honrar a los mártires del pasado, del presente y del mañana con la erección de una estatua de san Oliver Plunkett en la catedral de San Patricio de Armagh.
En diciembre de 2018, el arzobispo Eamon viajó a Irak y se reunió con el arzobispo Bashar Warda en Erbil, para escuchar y ver de primera mano los estragos que se han producido a los cristianos de esa región. El arzobispo Eamon escribió recientemente a la Iglesia de Sri Lanka y a la de Burkina Faso en África, ofreciendo su solidaridad a través de la oración a las Iglesias locales, después del asesinato de cristianos durante el culto a principios de este año.
El arzobispo Eamon encargó la estatua de san Oliver Plunkett, que presentó el 9 de julio de 2019, después de la Misa. Esta ha sido fundida en bronce por el escultor de Dublín Dony MacManus (www.donymacmanus.com).
La estatua, de siete pies de altura, representa a san Oliver en el momento de su martirio. El santo es lanzado en la pose de Ecce Homo (es decir,’He aquí al hombre’, como en la Crucifixión de Jesús). San Oliver está de pie, vistiendo su cruz pectoral, con las manos atadas a la espalda, agarrando suavemente la palma del mártir, que desciende hasta el palio del arzobispo, dejando claro que el martirio de san Oliver está relacionado con su episcopado. El escultor ha plasmado cuidadosamente la realidad de que san Oliver se ofreció a sí mismo como mártir por la fe y esto se muestra en los rasgos faciales, representando a un hombre de coraje y santidad, de carne y hueso.
San Oliver Plunkett (1 de noviembre de 1625 – 1 de julio de 1681) fue el arzobispo católico de Armagh y primado de toda Irlanda. Cada año tiene lugar la celebración de san Oliver en su lugar de nacimiento, frente a las ruinas de la antigua iglesia de Loughcrew, Oldcastle, Co Meath; en su santuario de Drogheda, Co Louth, y en otros lugares asociados con él en toda Irlanda y en el mundo. Estudió en el Colegio Irlandés de Roma y trabajó en la Congregación para la Evangelización de los Pueblos del Vaticano. En 1669 fue nombrado arzobispo de Armagh por el Papa Clemente IX. El arzobispo Oliver Plunkett mantuvo su labor en Irlanda ante la persecución y fue arrestado y juzgado por traición en Londres. Fue ahorcado y descuartizado en Tyburn el 1 de julio de 1681. Se convirtió en el último mártir católico que murió en Inglaterra. Oliver Plunkett fue beatificado en 1920 y canonizado por el Papa Pablo VI en 1975, siendo el primer nuevo santo irlandés en casi setecientos años.
Cada año miles de peregrinos visitan el santuario nacional de San Oliver en la Iglesia de San Pedro, Drogheda, para venerar sus reliquias y conocer la extraordinaria vida y ministerio del santo. Los peregrinos oran por los enfermos y afligidos, por la familia y los amigos. Se dirigen convenientemente a san Oliver –martirizado por la fe en un momento de agitación política, religiosa y social– para pedir su intercesión para proteger la fe y llevar la paz a las zonas de conflicto en el país y en el extranjero. Junto con los santos Patrick, Brigid y Malachy, san Oliver Plunkett es un santo patrón de la arquidiócesis de Armagh.
A continuación se expone la homilía del Arzobispo Eamon en la Misa de inauguración de la estatua de san Oliver Plunkett en honor a los mártires de ayer, hoy y mañana.
***
Catedral de San Patricio, Armagh
El pasado mes de noviembre, durante la Misa para recordar a los cristianos perseguidos, anuncié mi esperanza de un santuario aquí en la catedral de san Patricio, en Armagh, a nuestro antiguo arzobispo, san Oliver Plunkett, para ayudarnos a recordar en la oración a todos aquellos que son perseguidos por su fe.
San Oliver fue nombrado arzobispo de Armagh en este día, hace 350 años, el 9 de julio de 1669. Durante muchos años, el pueblo de Drogheda y sus alrededores en Louth y Meath han mantenido fielmente vivo su recuerdo; la Iglesia de San Pedro de Drogheda seguirá siendo el Santuario Nacional de san Oliver Plunkett, donde se veneran sus reliquias. Pero en este importante año, creo que es apropiado que reconozcamos a san Oliver de una manera especial aquí en nuestra catedral, y, a través de él, honremos a todos los mártires de «ayer, hoy y mañana».
Encargamos al artista nacido en Dublín, Dony MacManus, la preparación de la escultura de bronce que será desvelada, bendecida y dedicada esta noche al final de la Misa.
Le pregunté a Dony si esta podía inspirar tanto la devoción como la admiración por el coraje y la serenidad mostrada por san Oliver ante una ejecución tan horrible. En segundo lugar, deseaba que su obra hablara de la realidad de la persecución cristiana hoy; pero, sobre todo, le pedí a Dony que nos ayudara a ver, en esta escultura de san Oliver, el rostro de nuestro Salvador Jesucristo, que humildemente dio su vida por nosotros en la cruz.
Estoy agradecido a Dony por haber aportado todos los talentos que Dios le ha dado a esta tarea, y también por la forma en que ha enfocado su trabajo en la oración. También doy las gracias a tantas personas de toda Irlanda y más allá que han hecho posible esta comisión con sus oraciones y su apoyo financiero.
En los días, meses y años venideros, innumerables visitantes de la catedral tendrán la oportunidad de compartir los frutos de los esfuerzos de Dony. Esta escultura es mucho más que una obra de arte. Confío en que nos atraiga a la oración por nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo que están sufriendo por su fe; y espero que de esa manera todos nos sintamos llamados a dar testimonio más fuerte en nuestra vida diaria de Jesucristo, que nos amó «hasta la muerte».
La vida y la muerte de san Oliver nos revelan el rostro de Cristo. En su canonización del 12 de octubre de 1975, el Papa Pablo VI -ahora San Pablo VI- dijo que «el amor sacrificial de Jesucristo, el Buen Pastor, se refleja y se manifiesta en este nuevo Santo». Contó que san Oliver es «para el mundo entero, un auténtico y destacado ejemplo del amor de Cristo… Él entregó su vida por amor, y así se asoció libremente y de manera íntima a los sufrimientos de Cristo. De hecho, sus últimas palabras fueron: ‘En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Señor Jesús, recibe mi alma'».
Los historiadores relatan que el arzobispo Oliver era un pastor devoto, atento a la santificación de su clero y entusiasta de la educación y la instrucción cristiana de los jóvenes. Su mensaje fue de paz y reconciliación. El Papa Pablo VI lo describió como un «predicador vigilante de la fe católica» y un «campeón de la caridad pastoral».
Cuatro años más tarde, san Juan Pablo II que, como cardenal de Cracovia, había estado en la canonización de Oliver, vino a Drogheda y veneró las nuevas reliquias del santo.
Allí expresó: San Oliver «era el defensor de los oprimidos y el abogado de la justicia, pero nunca toleraría la violencia. Para los hombres violentos, su palabra era la palabra del apóstol Pedro: ‘Nunca devuelvas lo que está mal con otro’ (1 Pt 3: 9). Como mártir de la fe, selló, con su muerte, el mismo mensaje de reconciliación que había predicado durante su vida. En su corazón no había rencor, porque su fuerza era el amor de Jesús, el amor del Buen Pastor que da su vida por su rebaño. Sus últimas palabras fueron palabras de perdón para todos sus enemigos».
Y esto es tan cierto. En la horca de Tyburn, Londres, en 1681, Oliver comenzó su mensaje final rechazando los cargos fraudulentos y los falsos testimonios que se habían presentado contra él. Pero, después, sus palabras se orientaron hacia el perdón. El arzobispo Oliver declaró:
«Les perdono de todo corazón, y también a los jueces, que al negarme el tiempo suficiente para traer mis registros y testigos de Irlanda, expusieron mi vida a un peligro evidente. También perdono a todos los que me han traído desde Irlanda para que me juzguen aquí, donde es moralmente imposible para mí tener un juicio justo. Finalmente perdono a todos los que concurrieron directa o indirectamente a quitarme la vida; y pido perdón a todos aquellos a los que he ofendido por pensamiento, palabra o acción».
Queridos hermanos y hermanas, es evidente que el arzobispo Oliver, con su vida y su muerte, se ha hecho «semejante a Cristo» (Romanos 8,29). Él era el verdadero pastor, descrito por el profeta Ezequiel en la Primera Lectura de esta noche, que mantiene a su rebaño a la vista, lo rescata de la niebla y de las tinieblas, lo recoge, busca a los perdidos, recupera a los descarriados, venda a los heridos, fortalece a los débiles.
Fue también el «siervo de Dios» descrito por san Pablo en la segunda lectura, que muestra «una gran fortaleza en los momentos de sufrimiento». Sabemos que el arzobispo Oliver tuvo que huir para salvar su vida y esconderse muchas veces -experimentó grandes peligros, hambre y encarcelamiento- pero fue paciente en todas sus pruebas, «preparado para el honor o la desgracia».
Mi esperanza es que cuando la gente sienta que su fe está siendo puesta a prueba o que se está debilitando, visiten el santuario de san Oliver aquí en la catedral y encuentren fortaleza y curación. Quiero que la gente venga aquí para experimentar el amor y la cercanía de Dios cuando la vida los está deprimiendo, y están perdiendo la esperanza, ya sea en sus relaciones o en su vocación. Invito a la gente a visitar el santuario de san Oliver cuando tengan miedo de lo que les espera, o cuando estén preocupados por la dirección que los miembros de su familia están tomando en la vida. Que todos los que vengan aquí miren la estatua de San Oliver y ganen serenidad, coraje, sabiduría y esperanza para sí mismos y para los demás. Recordad, el día de la canonización de san Oliver, el Papa Pablo VI dijo: «El mensaje de Oliver Plunkett ofrece una esperanza mayor que la vida actual; muestra un amor más fuerte que la muerte».
San Oliver experimentó esa esperanza y ese «amor más grande» imitando a Jesús nuestro Salvador, quien voluntariamente dio su vida en la colina del Calvario para el perdón de los pecados. Hoy en día, en todo el mundo, la gente está viviendo sus vidas inspirada por esa misma esperanza y ese «amor más grande» que sólo Cristo puede traer. En algunas partes del mundo, nuestros hermanos y hermanas en Cristo están encontrando fuerzas para soportar el sufrimiento, o incluso la muerte, por su fe – las noticias de los últimos meses de Sri Lanka y Burkina Faso nos recuerdan que la persecución y el martirio no son algo del pasado, sino una realidad cruel para muchos de nuestros hermanos cristianos, de todas las tradiciones y denominaciones.
Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo te odia, recuerda que me odiaba a mí antes que a ti». Se dice que los cristianos hoy en día no solo son perseguidos por «odio a la fe» (odium Fidei), sino también por «odio al amor» (odium amoris), porque se levantan en nombre de Cristo por la paz, la reconciliación, la justicia y la defensa de los pobres. Los cristianos están siendo castigados por dar testimonio de los derechos humanos y la dignidad; son condenados en algunos lugares por llegar a los explotados, a los refugiados y a los migrantes, a los viajeros y a los marginados de la sociedad; están siendo insultados y ridiculizados por defender la vida de los más vulnerables e inocentes, incluidas las vidas de los niños no nacidos.
Mi oración de esta noche es que nunca olvidemos a san Oliver Plunkett, y a todos los «mártires de ayer, hoy y mañana», y que escuchemos con más fuerza en nuestros corazones la llamada personal a la santidad y al testimonio que se ofrece a cada cristiano. Espero que este nuevo santuario de san Oliver en la catedral nos inspire a todos a aceptar nuestras propias cruces y sacrificios diarios, y nos anime a ser más fuertes en nuestra fe, más firmes en nuestra esperanza y más activos en nuestra caridad. Así, como san Oliver Plunkett, nosotros también nos transformaremos más plenamente, día a día, en la semejanza de Cristo.
San Oliver Plunkett, ruega por nosotros. Amén.