(ZENIT – 20 agosto 2019).- Ha finalizado la jornada internacional organizada por el Movimiento de Schoenstatt, que tuviera lugar entre el 16 y el 18 de agosto en el pueblo de Schoenstatt, lugar que diera origen al movimiento mencionado.
Los 800 participantes de diversos países, al igual que muchos otros en distintas partes del mundo, celebraron el centenario del acontecimiento llamado Jornada de Hoerde -20 de agosto de 1919-, en Hoerde/Dortmund, cinco años después de la fundación del Movimiento de Schoenstatt. Hasta esa fecha, la nueva espiritualidad y pedagogía se había expandido dentro de los límites del seminario de los padres palotinos, en el valle de Schoenstatt.
Ahora en Hoerde, laicos venidos de otras partes, habiendo recibido las gracias que María les regalaba en su capillita -hoy conocida como Santuario Original-, decidieron ser parte del incipiente grupo, y sentaron las bases del Movimiento de Schoenstatt para el mundo, para todos los que quisieran participar del mismo.
El P. José Kentenich, fundador, era consciente de los momentos de importancia radical en los que vivía Alemania y el mundo. Su pasión por no solo hacer evaluaciones, análisis profundos de la situación nacional y mundial, sino también por ofrecer soluciones, atraía a los jóvenes con gran fuerza. Así, escribía lo siguiente en septiembre 1918, en MTA, la revista mensual que hacía llegar a sus muchachos en combate: “La guerra sacudió con fuerza los pilares del orden social actual. Un tiempo nuevo golpea violentamente a las puertas del presente y exige vigorosamente entrar. Las antiguas delimitaciones vacilan y las nuevas corrientes intelectuales se lanzan por el mundo como ondas tempestuosas del mar… La terea consiste en colocar los rieles de la nueva época, que se aproxima como el viento de la tempestad”.
Una tortura insoportable
Es que corrientes filosóficas y sicológicas sobre la concepción del hombre y del mundo, arrancaban del ser humano su sustento racional y natural que lo mantuvieron por siglos en pie, para arrojarlo a una realidad sin fundamentos fijos, donde el relativismo y subjetivismo se transformaban en pilares vitales, sicológicos e ideológicos.
El P. Kentenich mismo había sufrido terribles crisis interiores, en su caso, no por las pendulantes corrientes de la época, sino por la forma de vivir el cristianismo que él veía en la Iglesia. Sabía de excepcionales teólogos que daban conferencias imponentes sobre doctrina y apologética católicas, pero cuyas vidas no tenían relación con sus prédicas. Conocía a un sacerdote experto en dogmática que impresionaba a sus oyentes con elocuencia, pero que en la vida real, no era amigo de decir la verdad. Y Kentenich se preguntaba: ¿Este sacerdote, creerá en lo que dice en sus disertaciones, o solo dirá lo que se supone que diga, como experto teórico? Y se hacía preguntas más existenciales, como: ¿Existe la verdad? ¿Es posible conocerla? Al no tener un referente personal que diera testimonio vital de las verdades trascendentes, su vida se trasformó en una tortura mental, en un tormento sicológico, que lo llevó al límite de sus capacidad humanas de soportarlo. Quería conocer la verdad, y vivir consecuentemente a ella. Pero no encontraba un puente entre las verdades objetivas y su correlato en vidas concretas.
El bacilo mecanicista
De esta forma el P. Kentenich padecía de lo que llamaría más tarde “el bacilo mecanicista”. Según él, es el problema más grande que sufre la humanidad. Se trata de desintegrar lo que de suyo está integrado, o debería estarlo de acuerdo a los planes de Dios. Kentenich escribe, echando una mirada retrospectiva a los años de seminario: “Precisamente debido a la separación de mi espíritu y alma de lo terreno y genuinamente humano, es que toda mi persona fue atormentada y sacudida violentamente por un escepticismo total, un idealismo exagerado, un individualismo corrosivo y un sobrenaturalismo unilateral”.
Cómo pudo superarlo
Un amor profundo a María y una entrega sin reservas a ella, fue la medicina por la que el P. Kentenich superó esta crisis existencial, y lo preparó para la gran tarea que Dios le había encomendado. Así lo expresará más tarde: “En otras palabras, como tipo del hombre moderno pude experimentar en abundancia su angustia espiritual. Es la angustia de una mentalidad mecanicista que separa la idea de la vida (idealismo), el yo del tú (individualismo) y lo sobrenatural del orden natural (sobrenaturalismo). En esos años, el alma se mantuvo de alguna manera en equilibrio, gracias a un amor personal y profundo a María. Las experiencias vivenciales de aquel entonces me llevaron a formular más tarde la afirmación: La Santísima Virgen es por excelencia el punto en el que se entrecruzan lo terrenal y lo celestial, la naturaleza y la gracia… Ella es la balanza del mundo, es decir, Ella –por su ser y su misión– mantiene al mundo en equilibrio”.
La cosmovisión orgánica es su respuesta
La respuesta que da el P. Kentenich al mecanicismo es el mundo orgánico. El P. Rafael Fernández, discípulo del P. Kentenich, ilustra de esta forma dicha cosmovisión: “El hombre orgánico –a diferencia del mecanicista– capta la relación orgánica entre lo natural y lo sobrenatural. Por eso puede ver y amar a Dios en y a través de las creaturas. Las creaturas que son imagen, camino y garantía del amor de Dios, no constituyen, por lo tanto, un obstáculo o impedimento para amarlo, sino por el contrario, son una ayuda necesaria para conocerlo y amarlo. Por cierto, siempre que estas sean vistas y amadas con relación a, es decir, orgánicamente. Las criaturas son una imagen, o lo que es lo mismo, son huellas, expresión, profetas o un saludo de Dios. Dios no es visto ni amado sólo en sí mismo, como el ser enteramente distinto en su trascendencia, sino también en relación con las creaturas, en su inmanencia. Todo este mundo lo resume el padre Kentenich en lo que denomina ‘la doctrina de las causas segundas’”.
Cómo salvar el núcleo de la personalidad
En un mundo en que el hombre sufre un tremendo desarraigo, y busca formas artificiales para compensar el vacío y la soledad angustiante, el P. Kentenich acentúa los sanos vínculos humanos como camino del equilibrio emocional y como punto de partida para una relación sana, profunda y fructífera con Dios y con toda la realidad humana. Lo expresa con estas palabras:
“Nos inmunizaremos de las abrumantes consecuencias del colectivismo, cuando cultivemos, en lo más profundo de nuestro corazón, un amor íntimamente personal al tú. Con ello está salvado el núcleo de la personalidad. Este amor originariamente personal no se puede colectivizar. Vivimos en las garras del colectivismo. Un nuevo mundo está surgiendo. ¿Cómo podemos defendernos contra ese espíritu colectivista? La única respuesta es esta: en tanto cuanto aprendamos a amar en una forma íntimamente personal. El hombre actual ya no sabe amar. No sabemos ir de lo natural, del amor natural, a lo sobrenatural. Por eso encontramos tanta mediocridad y tanto derrumbe. En nuestras propias filas tenemos un número considerablemente mayor de lo que pensamos de hombres contagiados por el colectivismo”.
Por qué la familia
Cuando como Iglesia, obispos, agentes de pastoral, el Papa, acentúan la importancia de dedicarse pastoralmente a las familias, a la juventud, a gestar comunidades vivas de fe, apuntan a la misma meta: crear vínculos humanos sanos, relaciones de familia, amigos, que profundizan relaciones humanas sanas que forman una contextura emocional estable, profunda, libre y generosa.
Esa persona es la que va a estar abierta a tener un vínculo profundo con Dios, en libertad interior, no por cumplimiento de reglas, por obligación. No nos hace mejores católicos el conocer, cumplir con todas las normas y proclamarlas a cuatro vientos. El buen católico es el cristiano que humildemente lucha por profundizar sanamente sus vínculos humanos y es fiel a ellos. Estos, le abren un mundo de sana y profunda relación con Dios. Todo el apostolado que surja después partirá de estas dos dimensiones que necesariamente deben complementarse.
El punto arquimédico de la Iglesia
El P. Kentenich expresa la importancia de estos valores humanos de una forma muy clara. Como tomando 500 años de distancia hacia el futuro, ubica la misión del mundo orgánico en el contexto de la historia de la Iglesia, como uno de sus pilares decisivos:
“No debe olvidarse que, según nuestra comprensión, se trata aquí del punto arquimédico desde el cual el mundo actual, con sus multifacéticas y desorientadoras crisis vitales, puede y debe ser levantado desde sus goznes. Debe recordarse, además, que nosotros hemos colocado la idea del organismo, en su universalidad y en su misión para el tiempo actual, en una misma línea con las concepciones trascendentales de un San Agustín y de un Santo Tomás para la antigüedad del cristianismo y para el medioevo. Consideramos la idea del organismo como la fórmula salvadora a la cual pueden reducirse todos los esfuerzos útiles de reforma. El futuro próximo indicará si acaso nos hemos equivocado…”.
Temas claves: familia, integración, laicos
En la jornada en cuestión, se profundizó sobre el carisma del P. Kentenich y su misión para la Iglesia. Melanie y Ulrich Grauert, miembros de la Academia Internacional Kentenijiana para Empresarios, bajaron a la realidad la importancia de la familia expresada más arriba. Desarrollaron la temática de la visión complementaria entre hombre y mujer, y las cuatro áreas del amor de las que habla José Kentenich, y que deben resonar juntas para que haya armonía, a saber: amor mental, amor emocional, amor físico y amor religioso.
Por su parte, el P. Heinrich Walter, alemán, quien coordina Schoenstatt Internacional junto a la brasileña, la hermana Cacilda Becker, habló de la importancia de la integración en profundo y mutuo entrelazamiento interior, como camino para dar frutos como comunidad, y sobre la necesidad de adherir y mantener firmemente los grandes ideales y luchar por las metas parciales. Hizo referencia a que el P. Kentenich intencionalmente no fue a la jornada de Hoerde hace 100 años, con el objeto de que los jóvenes sintieran la importancia de su liderazgo y compromiso y citó las palabras de Kentenich en las que expresaba la “fuerte influencia de ustedes en mi desarrollo”, dirigiéndose a sus muchachos.
Walter hizo mención a la importancia de la sinodalidad en la Iglesia y la sinergia en el trabajo Juntos por Europa, un proyecto ecuménico de movimientos y nuevas comunidades en dicho continente, donde se desarrolla interés en el carisma de otros movimientos, respeto, empatía, produciendo una nueva vitalidad. Como signo claro de la unidad en un mismo espíritu eclesial, Herbert Laueroth, miembro del Movimiento Focolar, disertó sobre el carisma de Chiara Lubich, fundadora de dicho movimiento y el aporte de su carisma a la Iglesia de hoy.
La profesora Geni Hoss, acentuó la importancia del liderazgo laical en la Iglesia, que constituye un fundamento esencial del Movimiento de Schoenstatt, en la concepción del fundador, que por tal razón es caracterizado como movimiento de laicos.
Sinodalidad, una misión
La idea central de esta conferencia fue expresar la importancia de estar abiertos a los signos de los tiempos, para dar respuesta a las necesidades de la Iglesia y el mundo de hoy. Schoenstatt lo hace en una forma federativa. Cada comunidad es independiente, y las comunidades se encuentran unidas espiritualmente por la alianza de amor en el santuario, y sus realidades comunes son coordinadas por la Presidencia General. De la misma forma, vio el P. Kentenich, ya en 1916, a los dos años de fundar el Movimiento, la necesidad de que la Iglesia trabaje de la misma forma, mancomunadamente, que todas las fuerzas apostólicas independientes, órdenes, movimientos, institutos, etc., se unan en un mismo espíritu y trabajo común, para mayor eficacia en el apostolado y para mayor gloria de Dios. Uno de los tres fines de Schoenstatt, llamado Confederación Apostólica Universal, cuya idea proviene de san Vicente Pallotti, es ayudar esencialmente a que este ideal se haga realidad.
Fotos: Schoenstatt International/Martín Soros