+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
VER
Un miembro de nuestro equipo de traductores al idioma indígena otomí (ñhätho, ñhañhú) tuvo que ir una temporada, por razones de trabajo, a una ciudad de nuestra frontera norte, y me escribe: “Las cosas no andan bien por acá; está re feo todo lo que está pasando. Del departamento (su habitación) al trabajo y del trabajo al departamento. No puede uno andar libre por las calles; tal parece que uno es extranjero en su propio país, escondiéndose del mismo paisano. No puedo creer lo que realmente estoy viendo y viviendo en mi México. Y esto es por el pan de cada día para la familia y por las cosas que uno necesita”.
Unos familiares me comentan que desistieron de ir a la fiesta de una población vecina, porque vieron por allí a un grupo de adolescentes armados, al parecer de un grupo que no se sabe quién comanda, pero que han sembrado miedo e inseguridad en la región, pues están tomando control de las fiestas y de los comercios, sin que los policías locales aparezcan por allí. Pareciera que éstos les tienen miedo, o que hay algún acuerdo secreto para dejarlos “trabajar”.
Vecinos de mi pueblo natal ya no quieren visitar la comunidad, precisamente por lo mismo; por no exponerse a que esos grupos armados, que no son de la región, les causen algún problema. Y esto que sucede entre nosotros, con más violencia sucede en otras regiones del país. ¿Nada se puede hacer? ¿El gobierno actual puede controlar esto y lograr que regrese la paz social?
PENSAR
El episcopado mexicano, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, dice al respecto:
“Hoy vivimos situaciones que nos han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras, en una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin. Muchos pueblos en nuestro país experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una completa orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes. Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes del país, los grupos delincuenciales se han establecido como verdaderos dueños y señores de espacios y cotos de poder y, debido a la furia y a la capacidad de terror de muchos de ellos, han puesto a prueba la fuerza de la ley y del orden. Son muchos los sufrimientos que a causa de la violencia a lo largo de estos últimos años se han ido acumulando en las familias del pueblo mexicano” (No. 56).
“El panorama social se ha ido ensombreciendo paulatinamente por el fortalecimiento alarmante del crimen organizado que tiene múltiples ramificaciones y un entorno internacional que lo alimenta y fortalece, corrompiendo la mente y el corazón de personas y autoridades. La introducción de una narco-cultura en nuestra sociedad mexicana, de conseguir dinero rápido, fácil y de cualquier forma, ha venido a dañar profundamente la mente de muchas personas, a quienes no les importa matar, robar, extorsionar, secuestrar o hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. Hechos tristemente exaltados cada día como material mediático por los medios de comunicación. Son muchas las causas que alimentan esta hoguera y que mantienen encendida esta llama de dolor: la pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc. Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros” (No. 57).
ACTUAR
Oremos al Espíritu Santo, para que ilumine a nuestras autoridades y hagan lo que les corresponde. Pero también que los padres de familia eduquen a sus hijos en el respeto a los demás, en el compartir fraterno, en el valor del trabajo, en la aceptación del sacrificio y que no se encaprichen con sus gustos. Y, sobre todo, conservar la unidad familiar, que es el mejor cimiento para la paz social.