Audiencia General Del 25 De Septiembre De 2019 © Vatican Media

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México: Mensaje de Francisco en el IV Encuentro Mundial de Jóvenes

«La muerte no tiene la última palabra»

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(ZENIT – 3 noviembre 2019).- “Una cultura que olvida la muerte comienza a morir desde dentro. Quien olvida la muerte ya ha comenzado a morir”, advierte el Papa Francisco en un mensaje de vídeo con ocasión del IV Encuentro Internacional de Jóvenes, que finalizó el 31 de octubre de 2019 en la Ciudad de México.

“La muerte es lo que permite que la vida siga viva”, dice el Papa: “Este es el final que te permite escribir una historia, pintar una cuadro … Pero cuidado, el fin no está solo al final . Quizás deberíamos prestar atención a cada pequeño final en la vida cotidiana … el final de cada palabra, el final de todo silencio, de cada página que escribimos”.

La muerte, continúa, recuerda “la imposibilidad de ser, de comprender y de comprenderlo todo”. “Es una bofetada a nuestras ilusiones de omnipotencia”. Nos enseña a “ponernos en contacto con el misterio”. Enseña que “por siempre y para siempre hay alguien que nos apoya. Antes y después del final.

El Papa también evoca tres muertes que llenan la vida: “La muerte de cada momento, la muerte del ego y la muerte de un mundo que da paso a un mundo nuevo”. “Si la muerte no tiene la última palabra es porque en la vida hemos aprendido a morir por otro”, también subraya.

La reunión juvenil, a la que asistieron 250 representantes de 60 ciudades de todo el mundo, fue organizada por la Fundación Pontificia para la Educación, con sede en el Vaticano, Scholas Occurrentes y World Ort.

Vídeo Mensaje del Papa Francisco

Queridos jóvenes de Scholas Occurrentes reunidos de tantas naciones del mundo, celebro con ustedes el final de este encuentro. Quiero quedarme allí, quiero demorarme allí, en el final.

¿Qué sería de este encuentro si no tuviera un final? Quizás no sería un encuentro. ¿Y qué sería de esta vida sino tuviera también su final?

Sé que alguno va a decir: “Padre, no se ponga fúnebre”. Pero pensemos bien esto. Sé de buena fuente que mantuvieron encendida, durante toda la experiencia, la pregunta por la muerte. Allí jugaron, pensaron y crearon desde sus diferencias.

Bueno, lo celebro y les agradezco por esto. Porque, ¿Saben una cosa? La pregunta por la muerte es la pregunta por la vida, y mantener abierta la pregunta por la muerte, quizás, es la mayor responsabilidad humana para mantener abierta la pregunta por la vida.

Así como las palabras nacen del silencio y allí terminan, permitiéndonos escuchar sus significados, lo mismo sucede con la vida. Quizás esto suene un tanto paradójico, pero… ¡es la muerte la que permite que la vida permanezca viva!

Es el fin lo que permite que un cuento se escriba, que un cuadro se pinte, que dos cuerpos se abracen. Pero ojo, el fin no está solo al final. Quizás debamos prestar atención a cada pequeño fin de lo cotidiano. No sólo al final del cuento, que no sabemos nunca cuando se termina, sino al final de cada palabra, al final de cada silencio, de cada página que se va escribiendo. Solo una vida consciente este instante se acaba, logra que este instante sea eterno.

Por otro lado, la muerte nos recuerda la imposibilidad de ser, comprender y abarcarlo todo. Es una bofetada a nuestra ilusión de omnipotencia. Nos enseña en la vida a relacionarnos con el misterio. La confianza de saltar al vacío y darnos cuenta de que no caemos, que no nos hundimos; que desde siempre y para siempre hay alguien allí que nos sostiene. Antes y después del fin.

Es el “no saber” de esta pregunta el lugar de la fragilidad que nos abre a la escucha y el encuentro del otro; es ese surgir de la conmoción que nos llama a crear; y del sentido que nos reúne a celebrarlo.

Por último, en la pregunta por la muerte se formaron desde siempre —a lo largo de las épocas y a lo ancho de las tierras— las diferentes comunidades, pueblos y culturas. Los diferentes relatos que luchan en tantos rincones por mantenerse vivos, y otros, que aún no nacieron. Por eso hoy, quizás como nunca, debamos tocar esta pregunta.

El mundo ya está configurado, donde todo está explicado, no hay lugar a la pregunta abierta. ¿Es verdad eso? Es verdad pero no es verdad. Ese es nuestro mundo. Se ha configurado y no hay lugar para la pregunta abierta. En un mundo que le rinde culto a la autonomía, la autosuficiencia y la auto-realización, parece que no hay lugar para lo otro. El mundo de los proyectos y la aceleración infinita, de la rapidación, no permite interrupciones, y por eso, la cultura mundana que esclaviza trata de anestesiarnos para olvidar lo que significa detenernos al fin.

Pero el olvido de la muerte es también su comienzo, y también, una cultura que olvida la muerte comienza a morir por dentro. El que olvida la muerte ya empezó a morir. ¡Por eso les agradezco tanto! ¡Porque tuvieron el coraje de abrir esta pregunta y  pasar por el cuerpo las tres muertes que vaciándonos llenan la vida! La muerte de cada instante. La muerte del ego. Y la muerte de un mundo que da paso a otro nuevo.

Recuerden, si la muerte no tiene la última palabra, es porque en vida aprendimos a morir por otro.

Finalmente quiero agradecer muy especialmente a Ort Mundial y a cada una de las personas e instituciones que hicieron posible esta actividad en la que se hace palpable la cultura del encuentro.

Y le pido por favor a cada uno de ustedes, cada cual a su manera, cada cual acorde a sus convicciones: no se olviden de rezar por mi. Gracias.

© Copyright – Libreria Editrice Vaticana

 

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ZENIT Staff

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