(ZENIT – 1 diciembre 2019).- El Papa Francisco se asomó a a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, este domingo, 1 de diciembre de 2019, al finalizar la celebración eucarística para la comunidad católica congoleña en Roma.
El Santo Padre celebró la Misa con los fieles africanos en la Basílica de San Pedro con motivo del 25º aniversario de la fundación de la Capellanía de la comunidad católica congoleña de Roma.
A continuación, ofrecemos las palabras del Papa antes de la oración del Ángelus:
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Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, primer domingo del tiempo de Adviento, comienza el nuevo año litúrgico. En estas cuatro semanas de Adviento, la liturgia nos lleva a celebrar la Navidad de Jesús, al tiempo que nos recuerda que Él viene a nuestras vidas cada día, y regresará gloriosamente al final de los tiempos. Esta certeza permitirá nos lleva a mirar al futuro con confianza, como el profeta Isaías nos invita a hacer, que con su voz inspirada acompaña todo el camino del Adviento.
En la primera lectura de hoy, Isaías profetiza que «al final de los días, estará firme el monte del templo del Señor en la cumbre de las montañas mas elevado que las colinas; hacia el confluirán todas las naciones». (2,2). El templo del Señor en Jerusalén se presenta como punto de convergencia, como punto de encuentro de todos los pueblos. Después de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesús mismo se reveló como el verdadero templo.
Por lo tanto, la maravillosa visión de Isaías es una promesa divina y nos impulsa a asumir una actitud de peregrinación, de camino hacia Cristo, sentido y fin de la historia. Los que tienen hambre y sed de justicia sólo pueden encontrarla recorriendo los caminos del Señor; mientras que el mal y el pecado provienen del hecho de que los individuos y los grupos sociales prefieren seguir caminos dictados por intereses egoístas, causando conflictos y guerras. El Adviento es tiempo favorable para acoger la venida de Jesús, que viene como mensajero de paz para mostrarnos los caminos del Señor.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a estar preparados para su venida: «Velen, pues, porque no saben en qué día vendrá el Señor» (Mt 24, 42). Velar no significa tener materialmente los ojos abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto al don y al servicio, esto es velar. El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de establecer relaciones genuinamente humanas, por la inacapacidad de hacerse cargo del hermano solo, abandonado o enfermo.
La espera de Jesús que viene debe traducirse, por tanto, en un compromiso de vigilancia. Se trata, en primer lugar, de maravillarse ante la acción de Dios, ante sus sorpresas, y de darle a Él la primacía. La vigilancia significa también, concretamente, estar atentos a nuestro prójimo en dificultades, a dejarnos interpelar por sus necesidades, sin esperar a que él o ella nos pida ayuda, sino aprender a prevenir, a anticipar, como hace Dios siempre con nosotros.
Que María, la Virgen vigilante y Madre de la esperanza, nos guíe en este camino, ayudándonos a para dirigir nuestra mirada hacia la «montaña del Señor», imagen de Jesucristo, que atrae hacia sí a todos los a los hombres y a todos los pueblos.