+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
VER
En mi pueblo natal, que no rebasa los mil habitantes, y que antes era muy tranquilo, agrícola y trabajador, ahora se están asentando el temor y la angustia, porque grupos armados externos han empezado a extorsionar a la población. A la única tortillería que hay, le exigen una cantidad mensual, lo cual recayó en el precio del kilo de tortillas. Hay un puestecito que vende tacos de pollo en la plaza, y a nadie más puede comprar el pollo sino a ellos. Se acerca la fiesta patronal, e impusieron el grupo musical que ha de tocar. Nadie puede vender cerveza, sino la que ellos disponen. En el corral de toros, controlan la venta de bebidas, no por imponer orden, sino por las ganancias que obtienen. Lo hacen por intermediarios, a quienes obligan a hacerles este “trabajo”, con amenazas a su vida y a su familia si no colaboran. Aunque ha aumentado la presencia ocasional de policías estatales y la Guardia Nacional, hay “halcones” que les avisan, para que en esos momentos no salgan. Y esto que están haciendo en mi pueblo, lo han hecho en los pueblos vecinos. Parece que su estrategia es más astuta y eficaz que la del gobierno.
A un conocido mío, lo obligaron a depositar una considerable cantidad de dinero en una cuenta, so pena de muerte para él y los suyos. Tienen datos personalizados de las víctimas, que hacen creíbles sus amenazas. Todo esto es por vía electrónica, sin su presencia física. A otro transportista agrícola, le exigen una cantidad por cada carro que lleva productos del campo a la ciudad, y la debe entregar a quien menos se imagina uno, para que éste a su vez se las haga llegar, no sé por qué medio. A otro que se dedica a la explotación de madera, en un proceso que va desde la siembra de árboles hasta la exportación de un producto terminado, le exigen una cantidad mensual, que debe entregar a quien ellos designan, con las consabidas amenazas si no lo hace. A un comisariado ejidal que vende árboles para su explotación, en un proceso a veces legal, a veces ilegal, le exigen, sólo por la fuerza de sus armas, entregarles una tercera parte de la venta. Y nadie se atreve a denunciar, por temor a represalias. A una mujer indígena, titulada en Trabajo Social, para darle un puesto en una dependencia gubernamental de Chiapas, le piden 60 mil pesos. No se ha acabado la corrupción.
Esto es un poquito de lo que conozco directamente. Son miles y miles de casos semejantes, o peores, en otros lugares del país. Guanajuato, que era un Estado pacífico, es ahora escena diaria de terror y de muerte. En otros Estados, la situación es parecida, o más grave. Y con eso de que nuestro gobierno federal sólo hace llamados a portarse bien, nos sentimos desamparados.
PENSAR
En su Mensaje para la Jornada de la Paz 2020, el Papa Francisco afirma: “La paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad. Esperar en la paz es una actitud humana que contiene una tensión existencial, y de este modo cualquier situación difícil se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. En este sentido, la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables.
Muchas víctimas inocentes cargan sobre sí el tormento de la humillación y la exclusión, del duelo y la injusticia, por no decir los traumas resultantes del ensañamiento sistemático contra su pueblo y sus seres queridos.
Cualquier situación de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue en la propia condición. La desconfianza y el miedo aumentan la fragilidad de las relaciones y el riesgo de violencia, en un círculo vicioso que nunca puede conducir a una relación de paz. ¿Cómo construir un camino de paz y reconocimiento mutuo? ¿Cómo romper la lógica morbosa de la amenaza y el miedo? ¿Cómo acabar con la dinámica de desconfianza que prevalece actualmente? Debemos buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto”.
ACTUAR
Gobernantes, actualicen los sistemas de investigación, sobre todo electrónica, para enfrentar a esos grupos criminales, evitar que reciban dinero indebido y que amenacen la vida de inocentes, de gente honesta y trabajadora. La paz social está en juego.
Padres de familia, educadores y comunicadores, formen a los niños, adolescentes y jóvenes en el respeto a los derechos de los demás y en el compartir solidario, no en la ambición de sólo tener más y más para sí. Si quieren tener algo, que se lo ganen, estudiando y trabajando.
Legisladores, reviertan leyes que destruyen la vida y la familia, y defiendan esta institución básica para la sociedad.
Agentes de pastoral, intensifiquemos la evangelización de jóvenes y familias.