(ZENIT – 8 enero 2020).- En la catequesis ofrecida hoy, el Pontífice ha indicado que «Pablo nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar la convicción de que Dios actúa en cualquier circunstancia, también en medio de las dificultades; y la vida de quien se da a Dios por amor, será siempre fecunda».
Esta mañana, el Santo Padre ha retomado así la celebración de las audiencias generales, continuando su reflexión sobre los Hechos de los Apóstoles. Hoy, el Papa ha hablado de «La prueba del naufragio: entre la salvación de Dios y la hospitalidad de los malteses», de los Hechos de los Apóstoles 27, 15.21-24.
Este miércoles, 8 de enero de 2020, Francisco ha entrado a pie al Aula Pablo VI, en el Vaticano, pocos minutos después de las 9 horas, saludando cálidamente a peregrinos y visitantes procedentes de Italia y de otros países del mundo.
El Papa ha centrado hoy su reflexión en el libro bíblico, que narra, en su parte final, cómo el Evangelio siguió su camino no sólo por tierra sino también por mar: «Pablo iba prisionero en una embarcación que lo llevaba de Cesarea a Roma, cumpliéndose así la palabra del Resucitado: ‘Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra'», ha relatado.
En un cierto momento, la navegación «se volvió difícil y peligrosa», ha narrado el Papa, Pablo aconsejó no seguir, pero el centurión no lo escuchó y la nave terminó a la deriva. Cuando la desesperación se apoderó de todos, el Apóstol intervino «asegurando que Dios le había revelado a través de un ángel que se presentaría ante el César y que no perdería a ninguno de sus compañeros de viaje». Así, ese viaje «pasó de ser una situación de desgracia y de muerte a una oportunidad para manifestar el poder salvador de Dios», ha destacado Francisco.
Después del naufragio, ha continuado, llegaron a la isla de Malta, donde fueron acogidos por sus habitantes y les encendieron una hoguera para que se calentaran. A Pablo, al echar leña al fuego, le mordió una víbora, pero no sufrió ningún daño. Este beneficio era una gracia del Señor Resucitado que lo asistió siguiendo su promesa dirigida a los creyentes: «cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño».