(zenit – 5 abril 2020).- Con motivo del Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz, celebrado el 6 de abril, el Papa Francisco destaca los frutos del deporte, beneficiosos en tiempos de pandemia.
Al rezar el Ángelus al final de la Misa del Domingo de Ramos, transmitida en vivo desde la Basílica de San Pedro el 5 de abril de 2020, el Papa habló de este día lanzado por las Naciones Unidas.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
antes de concluir esta celebración, deseo saludar a todos los que han paticipado a través de los medios de comunicación social. En particular, mis pensamientos van a los jóvenes de todo el mundo que viven de una manera sin precedentes, a nivel diocesano, el Día Mundial de La juventud. Hoy se planeó pasar la Cruz de los jóvenes de Panamá a los de Lisboa.
Este gesto tan sugerente se pospone al domingo de Cristo Rey, el 22 de noviembre. En espera de ese momento, les insto a ustedes, jóvenes, a cultivar y dar testimonio de esperanza, generosidad y solidaridad que todos necesitamos en estos tiempos difíciles.
Mañana, 6 de abril, se celebra el Día Mundial del Deporte para el Desarrollo y la Paz, proclamado por las Naciones Unidas. En este período, muchos eventos están suspendidos, pero salen a la luz los mejores frutos del deporte: la resistencia, el espíritu de equipo, la hermandad, el dar lo mejor de uno mismo… Por lo tanto, relancemos el deporte para la paz y el desarrollo.
Queridos hermanos, comencemos con fe la Semana Santa, en la que Jesús sufre, muere y resucita. Las personas y las familias que no podrán participar en las celebraciones litúrgicas están invitadas a recogerse en oración en casa, ayudados también por los medios de comunicación tecnológicos. Unámonos espiritualmente a los enfermos, a sus familias y a los que los cuidan con tal abnegación; recemos por los enfermos, a sus familias y los que los cuidan con tanta abnegación. Recemos por los difuntos en la luz de la fe Pascual. Cada uno está presente en nuestros corazones, en nuestro recuerdo, en nuestra oración.
De María aprendemos el silencio interior, la mirada del corazón, la fe amorosa para seguir Jesús en el camino de la cruz, que conduce a la gloria de la Resurrección. Ella camina con nosotros y sostiene nuestra esperanza.