(zenit – 6 abril 2020).- Hace tiempo me marché de España a vivir en otros países durante unos años, de un lado a otro fui y comprobé que cada Semana Santa, en todos los lugares, la Iglesia se despliega para hacernos recordar el Misterio Pascual de Cristo: su Pasión, Muerte y Resurrección.
Las celebraciones son múltiples y la riqueza de las expresiones plásticas de la piedad popular maravillosas, pero en el entorno de España es especialmente atractivo y forma parte de nuestras más profundas tradiciones que, como en carrera de relevo, como un testigo, recibimos de nuestros padres y pasamos a nuestros hijos.
Son expresiones tan variadas como la imaginación humana, pero todas nos ayudan a meter por los sentidos el Misterio de los días finales de Jesús en nuestra tierra antes de marchar al Padre.
Impacto para los sentidos
Después de casi 25 años fuera, en Italia y en Kenia, volver a Sevilla constituyó una experiencia que no anticipé. Lo primero que me sorprendió fue el impacto en cada uno de los sentidos con una belleza y armonía inesperadas. Lo que vi se refería a la muerte terrible de un hombre, que era Dios, crucificado como un animal. Sin embargo, la belleza de las imágenes es increíble. Lo mismo, o más si cabe, ocurre con las imágenes de la Virgen.
No era menos bella la música que parecía que iba al son del movimiento de los pasos. Pero no quedaba allí la cosa, el olor era embriagador: el azahar de los naranjos en flor, las flores, la cera… Hasta el sudor de los costaleros se añadía a esa mezcla curiosa.
El pueblo llano me enseñó que no solo eran la vista, el oído y el olfato los impactados, sino que al pasar las imágenes en medio de la calle, la gente humilde se acercaban al paso y lo tocaban con sus manos como intentando robar un poquito de gracia, dones y santidad, para ver si se pega algo de toda esta historia de dolor por Amor a todos los hombres.
Me faltaba un sentido: el gusto. No me defraudaron mis compañeros cuando, después de pasar la cofradía, alguien dijo el proverbial: “Vamos a tomarnos algo”. ¡Todos los sentidos impactados! Una Semana Santa sin procesiones, como esta, será una Semana Santa a la que le faltará algo muy importante para nosotros.
Memorial de los misterios de la fe
No obstante, nuestra fe e inteligencia nos recuerda que lo esencial, aunque indispensable, nos sabe a poco. Porque nuestra inteligencia exige la verdad, nuestra voluntad el bien, pero nuestros sentimientos exigen la belleza y en esas expresiones, nos gusten más o menos, hay que decir que son un diez.
Puede parecer que no estoy hablando de una Semana Santa sin procesiones, pero en lo que quiero hacer hincapié es en que lo esencial es el memorial que los cristianos vivimos hacia los misterios de nuestra fe.
Él nos amó primero
Como muy bien explicaba el Papa Francisco, un memorial no es solo un recuerdo de algo que ocurrió en el pasado, sino que ese recuerdo hace presente aquello que ocurrió y que es el centro de nuestra vida cristiana y que el Credo nos recuerda todos los domingos: Porque por nosotros y por nuestros pecados murió Jesucristo.
O como enriquece el Catecismo ante la pregunta: “¿Por qué la Santa Cruz es la señal del cristiano?”. Nuestra fe se ilumina con esta respuesta: Porque en ella murió Jesucristo, por Amor a nosotros, para perdonarnos de nuestros pecados. La situación ahora nos exige unas normas tremendas, pero el Misterio es el mismo: Un Dios que envió a su hijo a morir por nosotros y por Amor. Él nos amó primero.
Por último, quisiera compartir un poema atribuido a Antonio Linares Lucena que expone este mensaje con gran belleza.
“Hay quien dice y no es verdad que no saldrá el Penitente, el viernes de Madrugá,
y que Jesús, como siempre, no hará su entrada triunfal,
entre palmas que le ofrecen un nuevo Domingo más.
Y dicen que así será, que no habrá reo de muerte, ni olivos donde rezar,
ni una madre, inmensa pena, que va llorando detrás.
Hay quien dice y nos es verdad, porque en el alma lo llevas, y en tus rezos siempre están,
aunque este año no salgan al cofrade le da igual,
que en su casa lleva puesta la capa de su hermandad
y una medalla en el pecho, a hierro y a fuego marcá.
Hay quien dice y no es verdad, que no verás nazarenos, en hileras desfilar,
y que la luz de tu vela, nadie la encenderá
que no habrá capas ni cera, ni palios ni chicotás
y que no habrá mantilleras, viendo a Cristo pasar
y que no habrá costaleros, ni hombros en el varal.
Hay quien dice y no es verdad, porque juntos lograremos vencer la enfermedad,
ese será nuestro anhelo, nuestra mejor levantá.
Hay quien dice y no es verdad, que no se oirán los tambores,
pero irá marcando el paso, convertido en oraciones,
en latidos fervorosos que marcan los corazones
de una hueste musical, la bandas y agrupaciones irán al mismo compás.
Hay quien dice y no es verdad, que no verás en tu puerta, ni a María ni a san Juan
y a Jesús por saetas, ya nadie le cantará, ni estará tu puerta abierta,
por si escucharas sus sones, en una calle desierta; mas de abrirán los balcones
y nacerán mil promesas, entre aplausos y ovaciones
por los héroes que se enfrentan, a la muerte sin temores,
tus palmas serán la letra, de las saetas mejores.
Hay quien dice, y no es verdad, que en sureña tierra mía Semana Santa no habrá,
ni un ¡olé! en la amanecía; y lo mismo que nos da,
que Cristo estará esos días contigo en un hospital,
al lado de un policía, al lado de un militar,
con los jóvenes que esperan, volverse a abrazar y recobrar su alegría,
y Cristo siempre estará, contigo en la carretera, sorteando el temporal;
contigo que el alma entregas, en esa tienda vacía, de un barrio de tu ciudad,
Cristo siempre te espera, y en tu casa siempre está,
sigue viviendo en la mía, sigue viviendo en la vuestra, como un vecino más,
no habrá mejor cofradía, ni habrá mejor hermandad,
la que nació aquellos días, Semana Santa bendita, la que se puso el costal,
sin importar si creía o si sabía rezar, y mostró su gallardía, la que ayudó a los demás,
la de Jesús y María, la que no quiso llorar y levantó Andalucía,
hija leal tierra mía de España y la Humanidad”.
D. Manuel González López de Lemus, sacerdote
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