Monseñor Felipe Arizmendi: “Hay otras formas de comulgar”

Comunión con los demás, “perfecta comunión con Cristo”

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas

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Muchas personas están ansiosas por que pronto se abran las iglesias, para que puedan participar en las Misas y, sobre todo, recibir la comunión sacramental. Es un deseo legítimo y ojalá que, cuando pase lo más álgido de la pandemia por el coronavirus, esa hambre eucarística sea saciada. Es un derecho de los fieles y los pastores anhelamos que esa ansia por recibir la Eucaristía sacramental sea incrementada y profundizada.

Sin embargo, parece que no se ha dado la debida importancia a otras formas que tenemos para comulgar con Cristo. Aún más, pareciera que, para algunos, recibir la Hostia consagrada es la única manera de estar unidos a Él. Y no es así, como lo veremos adelante.

Cuando el Papa Francisco, en el estadio de Tuxtla Gutiérrez, el 15 de febrero de 2016, se encontró con las familias, una mujer, que vive en situación irregular con su esposo, pues no se pueden casar por la Iglesia, expresó que ellos, aunque no pueden recibir la comunión eucarística, sienten la cercanía de Jesús cuando visitan a los presos y a los enfermos. El Papa le contestó: Ustedes rezan, van con Jesús y están integrados en la vida de la Iglesia. Usaron una linda expresión: comulgamos con el hermano débil, el enfermo, el necesitado, el preso. Gracias, gracias”. Eso es: la comunión con los demás, sobre todo con los pobres y con cuantos sufren, es una perfecta comunión con Cristo.

PENSAR

Podemos lograr una real y profunda comunión con Dios cuando hacemos oración, que no es sólo rezar fórmulas de memoria, sino platicar con El, abriéndole nuestro corazón. Podemos comulgar también escuchando con toda el alma su Palabra, meditando en serio lo que nos dice una sola de sus frases, que encontramos en la Sagrada Escritura. Podemos comulgar admirando la obra de la creación, extasiados ante su belleza, orden y perfección. Podemos comulgar, sobre todo, amando y sirviendo a los demás, como nos enseña la Palabra de Dios.

Cuando Jesús se aparece a Pablo en el camino a Damasco, le pregunta: “Por qué me persigues?” (Hech 9,4). Pablo no perseguía personalmente a Jesús, sino a los cristianos, pero Jesús se identifica con sus seguidores, sobre todo con los perseguidos. Por tanto, te acercas a Jesús cuando te acercas con amor a los demás, empezando por tu familia.

Cuando Jesús nos dice de qué se nos juzgará ante el trono de Dios, declara con toda nitidez que dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al preso, recibir al migrante, es hacerlo personalmente a El; y no hacerlo con ellos, es no hacerlo con El (cf Mt 25,31-46). Por tanto, si alguien va a Misa y comulga todos los días, pero nada hace por estas personas, no está comulgando integralmente con Jesús. Le falta lo que es decisivo para entrar o no al cielo: el amor, pues Dios es amor, y no sólo un rito.

Jesús critica al sacerdote y al levita del Antiguo Testamento, porque eran muy piadosos en el templo, escuchaban la Biblia y cantaban salmos, pero nada hicieron por el herido que estaba tirado al borde del camino. En cambio, aplaude al samaritano que no practicaba esos ritos, pero hizo cuanto pudo por el herido (cf Lc 10,25-37).

Una mujer alaba a la Madre de Jesús, porque lo llevó en su seno y lo alimentó. Pero Jesús advierte que la verdadera grandeza de su Madre es escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios (cf Lc 11,27-28). Es decir, si la Virgen María sólo hubiera engendrado, alimentado y tenido en sus brazos a Jesús, pero no hubiera visitado y ayudado a su prima Isabel, si no se hubiera preocupado por los novios que ya no tenían vino, si no hubiera estado de pie en el Calvario, no sería realmente grande e importante. Por tanto, si alguien diariamente comulga en Misa, pero nada hace por los demás, algo muy importante le está faltando.

El Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Deus caritas est, dice al respecto: “En el culto mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma” (No.  14). “Se ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres… Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (Ibid 15). Y comentando la cita de 1 Jn 4,20, afirma: “El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Ibid 16).

En su Exhortación Sacramentum caritatis, afirma lo mismo: “Los fieles tengan una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras. Si faltara ésta, nuestras celebraciones, por muy animadas que fueren, correrían el riesgo de caer en el ritualismo. Así pues, se ha de promover una educación en la fe eucarística que disponga a los fieles a vivir personalmente lo que se celebra” (No. 64). “La comunión tiene siempre y de modo inseparable una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico. Donde se destruye la comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión con nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros, tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios Trinitario” (Ibid 76). Y repite lo que ya nos había dicho en otra de sus Encíclicas: “Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma” (Ibid 82). Agrega: “La Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse pan partido para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno” (Ibid 88). “El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad” (Ibid 90).

ACTUAR

Ojalá pronto todos puedan participar en las Misas, sobre todo dominicales, para que se alimenten del Pan de la Palabra y del Pan Eucarístico. Pero tengamos en cuenta que, hoy y siempre, hay otras formas de comulgar con el Señor.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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