(zenit – 24 julio 2020).- “La ternura es el remedio para la pandemia” reflexiona el sacerdote don Manuel González López de Lemus, con motivo del día de los abuelos, 26 de julio: San Joaquín y santa Ana son los padres de la Virgen María y los abuelos del Niño Jesús.
El Papa Francisco no cesa de alentar a la Iglesia entera para llevar a cabo la revolución de la ternura. Esta revolución que no deja de ser una manifestación del amor de Dios sobre los hombres, también es una reacción a la cultura que ha despreciado y se ha apartado a Dios en la vida ordinaria, se ha convertido en una cultura que daña la dignidad humana, por no reconocer que cada criatura lleva una imagen de Dios.
El mismo Jesucristo en el capítulo 25 de san Mateo nos advierte: “Cada vez que lo hicisteis a uno de estos pequeños a mí me lo hicisteis”. Pero la cultura que todo lo valora en términos económicos y sólo vale lo que produce beneficios, acaba por convertirse en una cultura del descarte. Puede que no seamos muy conscientes, pero es real como la vida misma. Lo que no produce riqueza no interesa y se puede eliminar sin problemas, así actitudes hacia un hijo no deseado, una enfermedad grave en un no nacido, la vida de un discapacitado o un anciano no se valoran como imágenes de Dios que nos dona para que nosotros demos y experimentemos ese amor con el que Dios nos enriquece y Él nos ha amado primero.
Por eso la reflexión sobre estas actitudes, llevan al Papa Francisco a sacar del tesoro de nuestra fe una fuente inagotable de verdaderas soluciones a los problemas del hombre de hoy. No es el egoísmo y pensar solo en el bien y beneficio personal lo que arreglará los problemas del mundo, sino el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Vivir los 10 mandamientos: hoy, el Señor nos urge a vivir esa revolución a la que el Papa nos convoca: la revolución de la ternura.
Esta revolución tiene dos pilares importantes: la memoria y la esperanza. La memoria es importante ya que nos recuerda nuestras raíces: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?.
La esperanza también es absolutamente necesaria ya que sin ella el hombre se convierte en un lobo para el hombre, como ya lo escribió Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria: Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro. Hemos visto actitudes de este tipo durante la pandemia del coronavirus, qué decir de esas imágenes de supermercados vacíos de existencias, sobre todo de papel higiénico… Sin embargo, y gracias a Dios también hemos visto actitudes que nos llenan de esperanza: sanitarios dando su vida por los demás, ayuda de los cuerpos de seguridad, servicios esenciales de asistencia, voluntarios… incluso bajo el peligro del contagio…
El Papa Francisco insiste siempre que los jóvenes son la esperanza de cualquier sociedad, ya que ellos serán los líderes del mañana. Por eso, qué gran responsabilidad, pero los jóvenes –más que nadie– necesitan no perder de vista la memoria, sino caerán en los mismos errores del pasado y no aprenderán en cabeza ajena. Por esto, son llamados a dar importancia a sus mayores que representan en cualquier sociedad la memoria, tan rica de experiencias, conocimiento y sabiduría.
Hablemos de los ancianos y de modo particular en los abuelos, esos ancianos que son cabeza de familias y que sus hijos han formado ya sus propias familias y que sienten el orgullo del legado que dejan a las futuras generaciones. Así rogaba el Papa Francisco que cuidáramos de ellos: “¿De quién vamos a aprender más que de los que más han vivido? Cuidémosles. Son el futuro. Un pueblo que no cuida a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que ¡no tiene futuro! Los ancianos tienen la sabiduría. A ellos se les ha confiado transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo. Tengamos presentes a nuestros ancianos, para que, sostenidos por las familias e instituciones, colaboren con su sabiduría y experiencia a la educación de las nuevas generaciones”.
Jesucristo adoptó todo lo humano
No deja de ser curioso, que Nuestro Señor Jesucristo adoptó todo lo humano, menos el pecado. Él tuvo madre: María Santísima, san José hizo las veces de padre, tuvo parientes y la tradición de la Iglesia nos habla también de los padres de María que fueron sus abuelos, los Evangelios apócrifos: el protoevangelio de Santiago nos dan sus nombres: San Joaquín y santa Ana, esto no es verdad de fe, ni falta que hace, pero parece lógico que los padres de María estuvieran pendientes de ese vástago de su familia que además es Hijo de Dios y Salvador del mundo. Seguro que Jesucristo les tendría un cariño y un afecto especial y a ellos se les caería la baba con su nieto.
Por eso la Iglesia los ha santificado como a todo lo que tiene una relación estrecha con el Señor. Por lo tanto, san Joaquín y Santa Ana son los patronos de los abuelos. La Iglesia nos anima a rezar por los abuelos a través de la intercesión de este matrimonio: abuelos de Jesucristo.
En estos momentos de pandemia, que vemos como se ceba en las personas mayores, casi todos abuelos y abuelas, tenemos unos grandes intercesores en ellos y esas devociones nos ayudan a pedir ayuda a Dios, sobre todo cuando vemos que nuestros medios y fuerzas no son suficientes para frenar esta enfermedad de la COVID-19 que a tantos abuelos se ha llevado por delante.
Nos hace sufrir el ver a nuestros mayores en esta situación tan tremenda y triste cuando en algunas circunstancias la cultura del descarte ha llevado a desahuciar a estos héroes que han hecho posible tantas y tantas cosas que nosotros ahora vemos y disfrutamos. También hemos visto, y es motivo de dar gracias a Dios, como la revolución de la ternura, ha llevado a tantos sanitarios y voluntarios a extender una mano llena de afecto, cariño y amor hacia nuestros abuelos y abuelas e incluso a acompañarlos en momentos en que nadie estaba con ellos.
Abuelos en África, educadores del afecto
Me llama la atención una experiencia que tuve los años que me pasé en África. Allí, como en todos sitios, el hecho de que las personas mayores, los abuelos en las familias, ya no son capaces de trabajar la tierra o de hacer labores que reporten beneficios a la familia en particular, y a la sociedad en general han buscado como darle una solución. Los abuelos y abuelas, después de haber trabajado tan duro y durante tanto tiempo, si se les deja sin labor alguna se sienten mal al pensar que son una carga para las familias. Los africanos, sin que nadie haya hecho un estudio sociológico, sino simplemente siguiendo el sentido común han solucionado esta dificultad con la revolución de la ternura, sin saberlo y sin que nadie les diga en que consiste la revolución de la ternura.
Allí han dividido las tareas de la educación de los hijos: entre el cariño y el afecto por un lado, y la disciplina por otro. Así los padres son los que enseñan a los hijos la disciplina a obedecer y reconocer la autoridad de los padres. Los abuelos, sin embargo, se encargan del cariño, el afecto y el amor. Así los hijos reciben en de dos fuentes lo que necesitan.
No hay que descartara a nadie, hay que dar ternura a todos, es un buen antídoto para nuestro egoísmo y ensimismamiento… Piensa en los demás, los abuelos son muy necesarios y son tan generosos que nos ayudan tanto con su presencia y ejemplo san Joaquín y santa Ana rogad por nuestros abuelos y abuelas y si ya marcharon, cuidadlos para que gocen de la vida eterna.
Amén.
D. Manuel González López de Lemus, sacerdote
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