Comentario del Evangelio del domingo, 2 de agosto de 2020, Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, escrito por el padre Antonio Rivero L.C. En el texto, el sacerdote reflexiona sobre nuestra profunda hambre y sed.
DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Textos: Is 55, 1-3; Rm 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: Dios quiere saciar nuestra profunda hambre y sed.
Resumen del mensaje: Dios sabe de nuestra radical hambre y sed. Por eso ha preparado desde siempre platillos sustanciosos y vinos de solera (primera lectura). Pero los fue distribuyendo de a sorbos, no de a golpe. Y cuando ya no aguantó su corazón nos dio a comer generosamente como manjar el Cuerpo y a beber la Sangre de su Hijo Jesucristo, y quedamos satisfechos (evangelio). Con este alimento tendremos fuerzas para satisfacer nuestras necesidades espirituales y salir victoriosos ante las luchas diarias (segunda lectura). E incluso nos sobrará para alimentar a nuestros hermanos necesitados.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, veamos las diversas hambres y los diversos tipos de sed que tiene el hombre de hoy. Hambre y sed de Dios, que si no es canalizada nos hace caer en la tentación paradisíaca “seréis como dioses”. Hambre y sed de espiritualidad, que, si no es orientada se convierte en supermercado donde cada uno satisface sus emociones y sentimientos. Hambre y sed de libertad, que, si no es formada desemboca en libertinaje. Hambre y sed de fama y honra, que si no es purificada nos hace caer en espectáculo apoteósico como a tantos faraones, reyes, guerreros, legisladores, cantores, actores y actrices. Hambre y sed de dinero, que si no es controlada nos roba el sueño y la paz. Hambre y sed de sexo, que, si no es integrado con las otras dimensiones del amor afectivo, amistoso y espiritual, nos devora, engulle y erotiza. Hambre y sed de justicia, que, si no es hermanada con la misericordia, nos empuja a la crueldad. Hambre y sed de salud, que, si no es equilibrada se convierte en fuente de hipocondría. Hambre y sed de descanso, que si no es dosificada es motivo de pereza y holgazanería.
En segundo lugar, Dios en Cristo viene a saciar completamente nuestra hambre y sed interior. Ya desde el Antiguo Testamento, Isaías nos hacía la invitación de Dios: “Acudid por agua…venid, comed sin pagar vino y leche gratis…comeréis bien…”. Esta multiplicación de panes y peces, narrada hoy en el evangelio, es el anuncio y el preludio de lo que Cristo será para todos nosotros: nuestro alimento; anticipo del misterio de la Eucaristía. La metáfora de la comida y de la bebida es muy apropiada para hacernos comprender otros bienes que nos regala Dios: su cercanía, su perdón, su amor. ¡Cuántas veces Jesús utilizó el ambiente de una comida para hacernos sentar a la mesa del perdón y salvación! Ahí está Cristo Alimento en cada misa. Ahí está Cristo Alimento en el Evangelio.
Finalmente, pero también nos encarga “dadles vosotros de comer”. No todo lo hace Dios. No todo lo provee Cristo con su milagro. Cristo da los panes y peces multiplicados a los discípulos, y luego éstos se los dan a la gente. Debemos compartir con Él su compasión y su sintonía con el hambriento, en todos los sentidos de hambre y sed. Somos colaboradores de ese Cristo que quiere saciar el hambre y la sed de la humanidad. ¡Qué triste sería quedarnos en un rincón comiendo a solas el pan de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor, de nuestra bondad! ¡Qué triste sería no compartir el vino de nuestra alegría, de nuestro optimismo, de nuestra solidaridad, de nuestro consejo! San Juan Pablo II dijo: “Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo. En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas” (Mane nobiscum Domine, 28). El Papa Francisco también insiste en desterrar de nuestra vida la cultura de la indiferencia ante las necesidades de nuestros hermanos.
Para reflexionar: ¿De qué tengo hambre y sed? ¿A dónde voy a saciar mi hambre y sed? ¿Reparto mi pan con mis hermanos o me lo como a solas?
Para rezar: Señor, te imploro y suplico para que tu pongas en mi vida el deseo, la pasión por buscar el alimento espiritual. Ven a mi vida, Jesucristo, entra en mi vida. Señor, te entrego todo mi ser, confiado en que al hacerlo Tú pondrás en mi vida, el deseo de buscarte y seguirte con fervor y pasión todos los días de mi vida. ¡Gracias Señor, por devolverme el “APETITO ESPIRITUAL”! Y terminemos con el salmo 42:
Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas,
Así clama por ti, oh, Dios, el alma mía.
2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org