Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano, reflexiona este miércoles, 5 de agosto de 2020, sobre el acto de comulgar en la mano, a raíz de la indicación por parte de la Iglesia, en varios países, de dar la comunión sólo en la mano y no en la boca pare evitar los contagios de COVID-19.
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Siendo obispo en mi anterior diócesis, la mayoría de los fieles recibía la comunión de pie y en la boca, pero en la celebración dominical en catedral, dos o tres personas de la ciudad se ponían de rodillas y sólo la aceptaban en la boca; consideraban una irreverencia recibirla en la mano y de pie. Tienen derecho a hacerlo así y nunca les negué la comunión, ni les llamé la atención por ello. Los fieles merecen todo nuestro respeto.
En contraste, en casi todas las comunidades indígenas habían recibido la catequesis adecuada para recibirla de pie y en la mano, y nunca tuvimos problemas por ello. Un ejemplo del gran respeto que les merece la Eucaristía, es lo que viví en una ranchería muy alejada de la selva: Al momento de la comunión, los indígenas hicieron dos filas, y antes de recibirla en la mano, había ministros con agua y toalla para que todos, antes de comulgar, se lavaran las manos. ¡Qué respeto hacia la Eucaristía! ¡Un ejemplo para varios de nosotros! Nunca pusieron objeción para recibir la comunión en la mano, y no porque ignoraran o menospreciaran el gran misterio, sino porque habían recibido la debida preparación de parte de sacerdotes y catequistas.
Ahora, por la pandemia del SARS-CoV-2, el episcopado mexicano indicó que, para cuidar la salud de los fieles, se diera la comunión sólo en la mano y no en la boca. La inmensa mayoría lo ha comprendido y aceptado sin problema; pero no falta quien se resista a ello y lo considere un sacrilegio. Nada de eso. Los textos bíblicos y la historia de la Iglesia nos indican que la comunión en la boca es una costumbre muy tardía.
PENSAR
Los evangelios sinópticos relatan la institución de la Eucaristía (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-23; Lc 22, 19-20) y San Pablo la confirma como una práctica de la primera comunidad cristiana (1 Cor 11, 23-25), pero ninguno de ellos menciona que se distribuyera la comunión en la boca; lo normal era en la mano. Así lo hizo Jesús.
Los testimonios patrísticos de los siglos II y III hablan claramente de las celebraciones eucarísticas, como lo narran en forma preciosa San Ignacio de Antioquía, San Justino y Tertuliano, y nunca mencionan que la comunión se recibiera en la boca. En el siglo IV, San Cirilo de Jerusalén, en su quinta catequesis mistagógica, dice: “Al acercarte no vayas con las palmas de las manos extendidas, ni con los dedos separados, sino haz con la mano izquierda un trono para la derecha, como que estás a punto de recibir al Rey; y recibe el cuerpo de Cristo en el hueco de la mano, diciendo amén”. Y agrega: “Al sentir el contacto del Cuerpo santo, recíbelo seguro con cuidado de no perder nada del mismo. Pues, si se te cayera algo, está claro que es como si hubieras sufrido la pérdida de un miembro tuyo. Y dime: Si alguien te diera unos residuos de oro, ¿no las guardarías con todo esmero, decidido a no perder nada de ellos y tener que soportar la pérdida? ¿Y no habrá que poner mucho más empeño en que no se caiga ni una migaja, que es más valiosa que el oro y las piedras preciosas?”. Concluye diciendo: “Mantengan puras estas tradiciones, y guárdense de ustedes mismos sin dar un traspié”.
Fue hasta el siglo XVII cuando un obispo belga, Jansenio, insistió tanto en la sublimidad del sacramento y en la indignidad nuestra, que mucha gente se alejó de la comunión y su devoción consistía en sólo mirar la Eucaristía. A partir de entonces, se fue difundiendo recibir la comunión en la boca. Es muy tardía, pues, esta costumbre.
La tercera edición típica del Misal Romano, aprobada el 20 de abril del año 2000 y vigente para toda la Iglesia, ratifica lo establecido tiempo atrás: “Si la Comunión se efectúa sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la hostia un poco elevada, se la muestra a cada uno diciéndole: El Cuerpo de Cristo. El que va a comulgar responde: Amén, y recibe el Sacramento en la boca, o en los lugares donde está concedido, en la mano, según su elección. El que comulga, inmediatamente después de recibir la hostia la consume íntegramente” (No. 161). El episcopado mexicano aprobó, desde hace muchos años, poder recibir la comunión en la mano, y para este tiempo de pandemia ha insistido en que sea la única forma de distribuirla, para proteger la salud de los fieles. Cuando pase esta situación, los fieles tienen la libertad de recibirla en la mano o en la boca, siempre con la debida devoción y evitando todo tipo de abusos y faltas de respeto.
ACTUAR
La Eucaristía es el sacramento más sublime. Recibir a Cristo en la comunión es la gracia más ansiada. Es relativamente secundario recibirla en la boca o en la mano; lo importante es comulgar con Él sacramentalmente en la Eucaristía, para luego comulgar con Él también sacramentalmente en el amor al prójimo, sobre todo a los que sufren.