“¿El mundo vs Dios?” es la reflexión del Evangelio del próximo 30 de agosto de 2020, Domingo XXII del Tiempo Ordinario, escrita por monseñor Enrique Díaz Díaz. En esta ocasión, el prelado se refiere a la contraposición entre los valores de Dios frente a los valores del mundo y sobre la importancia y el sentido de “tomar la cruz”.
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Jeremías 20, 7-9: “Soy objeto de burla por anunciar la palabra del Señor”
Salmo 62: “Señor, mi alma tiene sed de ti”.
Romanos 12, 1-12: “No se dejen transformar por los criterios de este mundo”
San Mateo 16, 21-27: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo”
¿Dios vs. el mundo?
Hay en las lecturas de este día una especie de contraposición entre los valores de Dios, los valores de Jesús, frente a los valores del mundo. La gran reprimenda que se lleva Pedro al recomendar a Jesús que no asuma la cruz, la muerte y la resurrección, se basa en “tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”. San Pablo también exhorta a los Romanos para que “no se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Y Jeremías exclama entre gritos de dolor y desesperación que se ha dejado seducir por el Señor y que proclama un mensaje que no aceptan los hombres. Se muestran sorprendidos, pues, los hombres de Dios, Pedro, Jeremías y Pablo, porque la forma de actuar de Dios se aleja del mundo de ilusiones y de ambiciones de los hombres. Una de las características de Jesús es este estilo de vida que trastoca los planes del mundo, que actúa desde lo pequeño y que construye desde lo despreciable.
Sin entender la cruz
Pedro había encontrado la alabanza al confesar que Jesús era el Mesías, y se muestra orgulloso y seguro al proclamarlo como Hijo de Dios vivo. Y tiene toda la verdad, pero nunca se imagina que el camino del Mesías será a través de un enfrentamiento a muerte con los poderes de este mundo hasta verse excluido, marginado y condenado. El camino de Jesús no es el camino de los éxitos y los triunfos, del poder y de la fama. El camino de Jesús es el camino de la verdad, del servicio, del encuentro. A muchos de nosotros nos encanta vitorear a Jesús, pero, al igual que a Pedro, nos cuesta entender que la tarea de Jesús y su proyecto de salvación se tengan que realizar mediante el sufrimiento, la exclusión, el fracaso y la muerte. Igual que a Jeremías, nos fascina y nos seduce la misión de Jesús, pero después, cuando encontramos las consecuencias, tenemos miedo, nos angustiamos y quisiéramos volver a los criterios del mundo pues anunciar la palabra del Señor nos convierte en objeto de burlas.
En el centro de la cruz
Algunos han querido dar un significado de “tomar la cruz”, como una aceptación masoquista del sufrimiento y la miseria, o una actitud conformista ante la pobreza y la injusticia. No es éste el sentido que le da Jesús. Jesús no ama ni busca arbitrariamente el sufrimiento ni para Él ni para los demás, como si éste encerrara algo especialmente grato a Dios. Una de las características de su misión fue precisamente aliviar el sufrimiento, buscar la verdadera justicia, saciar el hambre y sanar los dolores. Simbólicamente la cruz de Jesús manifiesta la plenitud de las relaciones del hombre: relación con Dios expresada en la parte superior; encarnada en la naturaleza y en el cosmos como lo manifiesta la parte inferior; y abierta y comprometida con todos los hombres como lo indican sus brazos. En el centro encontramos el cruce de los caminos de Dios y del hombre hecho carne en Jesús mismo. No es pues ninguna negación del universo, ni una vida de angelismo; no agrada a Dios el sufrimiento y la pobreza, sino el verdadero equilibrio en las relaciones interiores y exteriores de cada persona. Cuando se asumen los criterios que el mundo nos propone como la ambición, el egoísmo, la fuerza, el placer, acaba destruyéndose el hombre a sí mismo, a la naturaleza y a sus hermanos. En el centro de la cruz encuentra el hombre su propia realización.
¿De qué le sirve al hombre?
Cristo viene a darnos la verdadera dimensión de cada persona que no está limitada ni encuadrada en las barreras que le ponen los intereses mundanos del utilitarismo, del comercio y triunfalismo. La propuesta de Jesús es construir un mundo de hermanos, un mundo de dignidad, un mundo que se reconozca amado por Dios Padre. Y por querer construir este mundo, Jesús se encontró con el sufrimiento y el rechazo. Sus discípulos asumirán también esas cruces que nacen del seguimiento fiel a Cristo. Es posible ese otro mundo, pero para lograrlo hay sufrimientos, rechazos, conflictos y cruces que el cristiano ha de asumir siempre, pero sólo así será posible una vida plena. Parecerían contradictorias las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?” Pero es la realidad, cuando rechazamos vivir la dinámica de la cruz todo se vuelve en nuestra contra. Al haber roto con Dios, la vida pierde el sentido y vagamos sin rumbo; al haber destrozado la naturaleza, nos sentimos agredidos y como extraños en nuestro propio mundo; y al haber roto con los hermanos nos perdemos en nuestra soledad y egoísmo. Perdemos el centro y el equilibrio de nosotros mismos. ¿De qué ha servido nuestro esfuerzo si nos encontramos en la peor de las infelicidades? El hombre sólo puede ser feliz cuando se encuentra en armonía con Dios, con la naturaleza y con los hermanos. Parecería una pesada cruz, pero es una cruz que da vida y más si lo hacemos al estilo de Jesús: por amor, con amor y en el amor. ¿Cómo cargamos nuestra cruz? También para nosotros son las palabras de Jesús: “Toma tu cruz y sígueme”, entonces encontraremos la verdadera felicidad. Sólo la cruz de Jesús da vida.
Padre lleno de ternura, de quien procede todo lo bueno, inflámanos con tu amor y acércanos más a ti, a fin de que descubriendo la vida que nos trae la cruz de Jesús, la llevemos con alegría y fidelidad para construir su Reino de Amor. Amén