(zenit – 24 sept. 2020).- Evangelio del 27 de septiembre: Reflexión del obispo Enrique Díaz. Este Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, el obispo mexicano comparte con los lectores de zenit su comentario, que anima a dar un “sí sostenido” a Dios.
“Nuestra respuesta al amor de Dios nos debe llevar a un sí, sostenido y constante, que nos permita soñar metas que siempre habíamos creído inalcanzables y construir una nueva sociedad. La fe es para vivirla”, exhorta monseñor Díaz Díaz.
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XXVI Domingo Ordinario
Ezequiel 18, 25-28: “Cuando el pecador se convierte, salva su vida”
Salmo 24: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”
Filipenses 2, 1-11: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”
San Mateo 21, 28-32: “El segundo hijo se arrepintió y fue.- Los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el Reino de Dios”
¡Qué difícil es cuando no se sabe si se puede contar con una persona! Qué confusiones creamos con nuestras ambigüedades frente al evangelio, frente a Jesús o a nuestros compromisos con el prójimo. Decir que sí y después decir que siempre no; o bien decir que no, y al final de cuentas resulta que siempre sí; o decir que sí, pero un sí ambiguo que más bien suena a quién sabe; o decir que no, por temor al compromiso, aunque sabemos que deberíamos decir que sí. No, no se trata de discursos políticos, ni tampoco de promesas de campaña, es Jesús que exige una clara y contundente decisión frente al Reino de Dios, una determinación que no quede en palabras bonitas pero huecas, sino que se traduzca en hechos concretos y tangibles. Es cierto que en un primer momento parece dirigir un claro reproche al pueblo de Israel porque aparentemente han dicho a Dios que sí, que es su único Dios, que cumplirán todos sus mandamientos, que le serán fieles; pero después han tergiversado sus mandamientos, los han acomodado a su propio gusto y se muestran tan felices como si de verdad los estuvieran cumpliendo. Pero también se dirige a nosotros y nos pone el mismo ejemplo para que caigamos en cuenta que primero decimos sí y después actuamos como nos da la gana. ¿No es cierto que nos decimos cristianos, pero actuamos conforme a los valores del mundo? ¿No es cierto que los juramentos y las profesiones de fe se han convertido en palabras huecas que no nos llevan al compromiso?
“Yo creo”
La fe en Dios no es un dubitativo “yo creo”, en el sentido mexicano de “no estoy seguro”, sino una firme y radical profesión de fe en un Padre que nos ama y que nos compromete a vivir como hermanos. Ya San Pablo les reclama a los cristianos de Filipos su manera contradictoria de vivir porque dicen profesar una fe y después actúan con rivalidades, presunciones y envidias que destruyen la comunidad. El ejemplo más elocuente es el mismo Jesús y les pide que tengan sus mismos sentimientos. Él no fue primero sí y después no. Asumió las consecuencias de un amor radical que lo lleva a despojarse de su condición divina, tomar la condición de siervo y hacerse semejante a nosotros al grado de morir en la cruz. Son consecuencias de una palabra dada, de una Palabra que se hace carne por amor, de una Palabra que se hace servicio y que, por lo mismo, con su Resurrección, da nueva vida. Los mexicanos nos caracterizamos por tener un facilísimo sí, que después no implica ningún compromiso. Gritamos y alabamos a la Virgen de Guadalupe, hacemos peregrinaciones y entonamos vivas a Cristo Rey, pero después pisoteamos los valores del Reino, nos mostramos intransigentes con el prójimo, rechazamos el perdón y no dudamos en herir, en humillar y en despreciar. Somos indiferentes a los valores del Evangelio e incluso nos vemos inducidos a comportamientos contrarios a la visión cristiana. Aun confesándonos católicos, vivimos de hecho alejados de la fe, abandonando las prácticas religiosas, mintiendo y cometiendo injusticias y perdiendo progresivamente la propia identidad de creyentes, con graves consecuencias morales, espirituales y sociales. Hay bastantes cristianos que terminan por instalarse cómodamente en una fe aparente, sin que su vida se vea afectada en lo más mínimo por su relación con Dios.
Un sí sostenido
Nuestra respuesta al amor de Dios nos debe llevar a un sí, sostenido y constante, que nos permita soñar metas que siempre habíamos creído inalcanzables y construir una nueva sociedad. La fe es para vivirla, y debe informar las grandes y pequeñas decisiones y se manifiesta en la manera de enfrentarse con los deberes de cada día. No basta con asentir a las grandes verdades del Credo, tener una buena formación y algunos sacramentos. Es necesario vivir nuestra palabra, practicarla, ejercerla, debe generar una “vida de fe” que sea, a la vez, fruto y manifestación de lo que se cree. Dios nos pide servirle con la vida, con las obras, con todas las fuerzas del cuerpo, traducirlo en una nueva visión que consiste en mirar las cosas, incluso las más corrientes, lo que parece intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre cada criatura. La vida cristiana no es un revestimiento externo, debe brotar del interior y manifestarse en el ejercicio de la esperanza y de la caridad. Se expresa a través del actuar humano, al que dignifica y eleva al plano sobrenatural. Nuestro sí nos llevará a imitar a Jesús cuya vida es una continua respuesta al amor de su Padre Dios, nos conducirá a ser hombres y mujeres de temple, sin complejos, sin respetos humanos, veraces, honrados, justos en los juicios, en los negocios, en la conversación, en la política, en la familia.
Actitud de conversión y comprensión
Nuestro sí y nuestra fidelidad no están reñidos con una clara conciencia de nuestra fragilidad. No nos hacen intransigentes ni inmaculados. Estamos expuestos al error y a la caída. Por eso Ezequiel invita a estar en actitud de constante conversión pues “cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida”. Quien se cree a salvo de pecado está más cerca de caer. La parábola de Jesús tiene también este fuerte reclamo para los que se creen justos y desprecian a los demás. Parecería un insulto afirmar que las prostitutas y los publicanos se adelantaran en el Reino de Dios. Pero cuando el orgullo y la presunción se adueñan del corazón, nos alejan de Dios y nos convierten en jueces de los hombres. Así esta parábola nos deja una seria reflexión: ¿Cómo es nuestro sí y nuestro compromiso con Jesús? ¿Cómo nos hemos dejado invadir e influenciar por un mundo de mentira y corrupción? ¿Vivimos en actitud de conversión o nos convertimos en jueces de los hermanos? ¿Quiénes nos preceden ahora en el Reino de Dios?
Dios nuestro, que con un amor siempre fiel acompañas y perdonas a tu pueblo y nos das pruebas delicadas de tu misericordia, apiádate de nosotros, pecadores, para que no caigamos en la tentación de la mentira, sino que nos mantengamos fieles a tu amor y a tu bondad. Amén.