(zenit – 24 sept. 2020).- Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, que significa “misericordia”, advocación de la Virgen que se remonta al siglo XIII.
Alejandro Gatracós, sacerdote y capellán del Colegio Altair, en Sevilla, España, nos habla del origen de esta fiesta y de su relación con Barcelona, ciudad de la que es patrona.
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Castellers, conciertos, sardanas, pasacalles con gigantes y cabezudos, correfocs, fuegos artificiales nocturnos… ¿qué sucede en Barcelona entorno al día 24 de septiembre?
Ese día la ciudad se viste de gala para honrar a la Princesa de Barcelona, la Mare de Déu (Madre de Dios) de la Mercè, en su fiesta.
Historia
¿Cuál es la historia de esta advocación de la Virgen? Nos debemos situar en el año 1203. Estamos en plena batalla entre cristianos y musulmanes: miles de cristianos cautivos eran vendidos como prisioneros en África, y empezaban a desconfiar de la protección de Dios. Un comerciante, llamado Pedro Nolasco, negocia con los musulmanes para redimir a los cautivos cristianos, pero el dinero se acaba, los recursos escasean… San Pedro Nolasco no sabe por dónde seguir, y se plantea qué quiere Dios de él: es un periodo de reflexión intenso. Estamos en el año 1218.
La noche del 1 al 2 de agosto de ese año 1218, la Virgen María se aparece simultáneamente a san Pedro Nolasco, san Ramón de Penyafort y Jaume I y les pide que funden una Congregación para redimir personalmente a los cautivos cristianos de manos de los musulmanes.
San Pedro Nolasco, un emprendedor nato, no entiende que los planes de Dios puedan prescindir de todo patrimonio, de cualquier mínimo recurso, y entonces hace una pregunta que nos recuerda la que hizo Moisés ante Yahvé: “¡Oh Virgen María, madre de gracia, madre de misericordia! ¿Quién podrá creer que tú me mandas?”.
A lo que la Virgen le contestó: “No dudes en nada, porque es voluntad de Dios que se funde esta Congregación en honor mío; será una familia cuyos hermanos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos en Israel y serán signo de contradicción para muchos”.
Orden de la Virgen de la Merced
La Orden recibe el título de Orden de la Virgen de la Merced de la Redención de los cristianos cautivos de Santa Eulalia de Barcelona (primera patrona de la ciudad condal, martirizada en el año 304) en la primeras Constituciones de la Orden, en 1272.
Junto a los votos de pobreza, castidad y obediencia, los mercedarios pronuncian un cuarto voto: estar dispuestos a entregarse como rehenes si ése fuera el único medio de cumplir con su promesa.
El escudo de los mercedarios recoge las cuatro barras rojas sobre un fondo amarillo de la corona de Aragón, y la cruz blanca sobre fondo rojo, titular de la catedral de Barcelona.
Una plaga en Barcelona
Avanzamos unos siglos, y nos situamos en el año 1687. Mes de septiembre: una terrible plaga de langostas azota toda la zona. El pueblo ha acudido a la intercesión de muchos santos, pero la Patrona se encargó de asumir la tarea.
El Consejo de Ciento decretó que el día 18 de octubre toda la ciudad se acogería al patrocinio de la patrona. Llegado el día indicado, la ciudad entera acudió a la basílica a solicitar la protección de María. Como cuentan los cronistas, “quedóse en la mano de María la petición de la Ciudad, quedando esta asegurada del universal consuelo, que puntual se experimentó, pues desde entonces no se vio jamás langosta alguna, cuando entonces se entraba hasta los más retirados retretes de las casas”[1].
Fiesta de la patrona
Nos centramos en la talla de la Mare de Déu de la Mercè, nombrada como patrona de la ciudad en el año 1868 bajo el pontificado de Pío IX. Se trata de una hermosa talla policromada, sedente en un trono gótico con el Niño. Se atribuye la obra al escultor Pere Moragues, en 1361. Está situada en el camarín de la Virgen, desde donde contempla la nave principal del templo.
Habitualmente, la Mare de Déu sale en procesión durante las fiestas de la Mercè por las callejuelas del barrio gótico barcelonés, desde la basílica de la Mercè hasta la catedral. Encabeza la procesión la Guardia Urbana, y en la plaza de la Catedral los gigantes bailan ante su patrona.
Durante la procesión se cantan els Goigs de la Mare de Déu (gozos de la Madre de Dios), unos versos de devoción popular que explican el motivo de la advocación[2].
La Mare de Déu es patrona de numerosas ciudades de España y América Latina, así como de las instituciones penitenciarias.
Oración, arma poderosa
Actualmente no se precisa la liberación de la esclavitud física, al menos en los países europeos, pero sí es urgente la liberación de otras esclavitudes más peligrosas: la esclavitud del pecado y la esclavitud del odio, que nos cierran a las necesidades de los demás y nos impiden liberarles.
En este sentido, el cardenal Juan José Omella decía, en la homilía de la Misa de la Mercè del 2019: “¿dejaremos de mirarnos a nosotros mismos para ayudar a los que sufren más?”[3].
Por eso, si estos días estás por Barcelona, no te olvides de pedirle a la Mare de Déu de la Mercè que te enseñe a rescatar a mucha gente con las armas más poderosas de que disponemos los cristianos: el arma de la oración y el arma de la mortificación, envueltas en una alegría que este mundo no puede dar. La Virgen nos ayudará: “Mare de Déu de la Mercè, pregueu per nosaltres”, orad por nosotros.
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[1] Alonso de Villegas, Flos Sanctorum y Historia General en que se escribe la vida de la Virgen Sacratísima, Madre de Dios, y Señora Nuestra; y las de los Santos Antiguos (1775).
[2] “Dels captius Mare i Patrona, puix del Cel ens heu baixat: Princesa de Barcelona, protegiu vostra ciutat. Els reis moros tenen plenes ses masmorres de captius que al remor de les cadenes ploren llàgrimes a rius. Jesucrist no els abandona, puix Nolasc els ha escoltat”.
“De los cautivos Madre y Patrona, del Cielo nos has bajado: Princesa de Barcelona, proteged vuestra ciudad. Los reyes moros tienen llenas sus mazmorras de cautivos que con el rumor de las cadenas lloran lágrimas a ríos. Jesucristo no los abandona, porque Nolasco los ha escuchado”. (Traducción del autor)
[3] Cardenal Juan José Omella, homilía 24-9-2019.